Sembrando el Pánico
Si ya es difícil que hablando se pueda
entender la gente, porque a veces las palabras no significan lo mismo para el
hablante que para el oyente, más difícil puede resultar aún descifrar los
significados de la palabra escrita; más cuando se trata de códices que se
escribieron hace bastantes siglos, utilizando lenguas que ya no están en uso y
unas metáforas que no siempre somos capaces de dilucidar.
La Biblia, el Corán o el Talmud, son algunos
de esos textos que, desde la noche de los tiempos, se han considerado sagrados
para algunos, al tiempo que sacrílegos para otros. Estas diferencias de
interpretación han acabado provocando la mayoría de las guerras y
enfrentamientos sangrientos a lo largo y ancho del planeta a través de todos los
siglos de historia que nos preceden. En nombre de Dios, sea éste cristiano,
musulmán o judío, han sido asesinadas millones de personas y se han suicidado
otras tantas. Y todo por el empeño en encontrarle un significado erróneo a las
palabras de unos libros antiguos que, aunque distintos, muchos hemos llegado a
la conclusión de que cuentan la misma historia. Eso sí, bajo el singular punto
de vista del propio autor o autores.
Hay novelas históricas que abordan esta similitud entre esos tres
códices. Una de ellas es El Regreso del Catón, de Matilde Asensi. En otras,
como La Cadena del Profeta, de Luis Montero Manglano, se compara al Moisés
bíblico con el profeta Moussa de los musulmanes. Podrían estar hablando de la
misma persona, porque de ambos se describen gestas muy similares. Pero una cosa
son los hechos y otra el punto de vista del cronista que los relata. La clave
del entendimiento entre personas siempre hay que buscarla en la interpretación
que hacemos de lo que se dicen y de lo que no se dicen.
Porque, de existir realmente, ningún Dios podría ser
tan maquiavélico ni tan sanguinario como para pedirle a una parte de sus
discípulos que acaben con la vida de sus hermanos a costa de perder la suya
propia. Porque el mundo de hoy ya no es el mundo de la Grecia Antigua en el que
supuestamente existía un Olimpo poblado de infinidad de Dioses. Desde que aquellas
creencias y las de otros pueblos como los celtas o los vikingos se consideraran
paganas, se pasó a creer en un único Dios al que cada pueblo bautizó con un
nombre distinto: Yavhé, Alá, Buda, Brahma o simplemente Dios.
Ninguna de las religiones actuales defiende
que se mate en nombre de ningún Dios. Quienes defienden esas prácticas son
quienes interpretan esos libros sagrados según sus propios intereses de
dominación, de protagonismo, de reconquista de territorios o, simplemente, de
sembrar el terror, porque, aparte de odio, no han aprendido a cultivar nada en
sus miserables vidas. Odio supuestamente a lo que representa el mundo
occidental, con sus libertades y su respeto a la vida y a los derechos de los
otros. Un mundo occidental que ya no tiene nada que ver con la idea que esos
fanáticos siguen teniendo de él, porque el planeta cada vez está más
globalizado y, en cualquier parte del mundo, se pueden encontrar personas de
cualquier otra parte, conviviendo en paz con sus vecinos chinos, marroquís,
indios, americanos, ingleses, senegaleses o colombianos. Todos con sus singularidades y con sus
propias creencias, pero respetándose, luchando por entenderse, por ayudarse,
por construir un futuro juntos en el que no tengan cabida ni el racismo, ni la
barbarie que pretenden sembrar estos jodidos fanáticos con sus paranoias. Lejos
de salvar a su pueblo, lo que consiguen es avergonzarlo, porque la comunidad
musulmana es la primera en expresar su repulsa y su indignación ante las
muestras de monstruosidad de las que son capaces esos malnacidos que gritan
“Alá es grande” cuando se inmolan o son abatidos por la policía.
Estas mentes retorcidas que sólo oyen lo que
quieren oír y entienden lo que a otros que nunca se inmolarían les viene muy
bien que entiendan, buscan provocar enfrentamientos allí donde atentan para
beneficiarse de lo que resulte de ellos. Siguiendo su modo equivocado de
pensar, atacando a quienes tienen creencias distintas, estas comunidades
tendrían que responder con miedo y con mucho odio hacia la comunidad a la que
pertenecen los terroristas. Si se reacciona atacando a la comunidad musulmana,
éstos cambiaran de parecer y se pondrán del lado de los fanáticos. Ya tendrían
así lo que buscan: dos bandos enfrentados a muerte y una ocasión idónea para
hacerse más fuertes y plantearse la reconquista de Al-Andalus. Es lo mismo que
ha pasado en Irak y en Siria. Su objetivo es limpiar el mundo de supuestos
infieles. Cuando lo que se debería barrer del mundo es su paranoia.
Concentración en la Plaza de Catalunya ayer en Barcelona durante el minuto de silencio que se guardó por las víctimas de Barcelona y Cambrils. Foto extraída de la web del Ayuntamiento de Barcelona. |
Igual que hicieron los franceses, los ingleses, los belgas o los madrileños tras el fatídico atentado del 11M, los catalanes tampoco vamos a permitir que nos inoculen sus negras semillas de odio, racismo y terror. No recortarán nuestras libertades ni nos obligarán a vivir con miedo. Como muy bien escribió el marido de una de las víctimas del atentado de la sala Bataclan en París, “No tendrán mi odio”. Tendrán la vergüenza y el desprecio de su propio pueblo. Y, si realmente existen esos dioses que tanto desentendimiento han conseguido sembrar entre todos nosotros, tal vez tendrán la ira de Alá.
Si ellos sólo han aprendido a sembrar el
miedo entre quienes han tenido la desgracia de conocerles, nosotros hemos de
seguir sembrando la concordia, la igualdad, la empatía, la mano tendida, el
mutuo consuelo, el mutuo aprendizaje entre diferentes culturas, el acercamiento
en lugar de la huida, el respeto, la libertad de ser y de sentir como sentimos
sin molestar la libertad del otro a ser y sentir como es. Porque no queremos
vivir en un mundo cerrado a cal y canto por unas murallas tan altas que no nos
permitan ver el sol, las murallas del miedo a ser atacados en cuyo interior se
han criado estos fanáticos. En el fondo, dan lástima por su estrechez de miras
que les induce a perderse lo mejor de la vida y de las personas que se pueden
encontrar en ella.
Seguiremos tendiendo puentes, abriendo
puertas y cicatrizando heridas. Pero sin miedo, porque nosotros no somos como
ellos.
Estrella Pisa
Psicóloga col. 13749
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