Provocando la Magia

Convivir con la realidad de todos los días no resulta nada fácil para casi nadie. Por mucho que intentemos ponerle al mal tiempo buena cara y que madruguemos para  que algún  Dios nos ayude, todos tenemos días que se nos hacen  muy cuesta arriba. Para muchos esos días suelen ser los lunes o el día que toca volver al trabajo después de las vacaciones. No es extraño que hasta se haya inventado un “síndrome postvacacional”.

Muchos juegan a diferentes loterías en un intento de encontrar la suerte y poder dejar de trabajar. Otros, simplemente, se levantan con el pie equivocado y pagan su descontento con la vida con el primero que se les acerca. Afortunadamente, siempre hay personas que se deciden  a enfrentarse cara a cara con su cotidiana realidad, intentando mirarla con ojos nuevos cada día. Esas personas saben que, independientemente de la actitud que escojan para batallar con  todos los acontecimientos en los que van a tener que participar ese día, no van a poder eludirlos. Lo que sí pueden es decidir cómo van a permitir que todo eso que les va a tocar vivir hoy, les acabe afectando. Los estoicos ya defendían que lo importante en la vida no es lo que nos pasa, sino el modo cómo lo interpretamos. Más de dos mil años después, el psicólogo Albert Ellis aplicó esa máxima a su Terapia Racional Emotiva.

La historia está llena de personas excepcionales  que acabaron llegando a la misma conclusión que los estoicos y que Ellis. Una de esas personas fue Víctor Frankl, un joven  psiquiatra judío que sobrevivió a dos campos de concentración nazis. Sus obras “Ante el vacío existencial” y “El hombre en busca de sentido” nos llevan a comprender el concepto de “resiliencia”, o lo que es lo mismo, entender porque, si tenemos dos personas que viven una situación traumática idéntica, pueden acabar respondiendo de dos formas completamente distintas, siendo esas formas las que acabarán convirtiendo a una de ellas en víctima y a la otra en superviviente. Frankl decidió que las adversidades que tuvo que afrontar en Dachau y en Auschwitz no le afectasen hasta el punto que afectaban a la mayoría de los que sufrían su misma suerte y acababan lanzándose ellos mismos a las vallas electrificadas para acabar con su sufrimiento o siendo conducidos por los capos a la cámara de gas o con un disparo en la cabeza por desfallecer durante una dura jornada de trabajos forzados. Frankl consiguió tener la mente ocupada en cosas más positivas, distanciándose así de la conciencia de su sufrimiento físico. De algún modo, consiguió que su mente le enseñase a hacer magia.

Todos podemos aprender a hacer ese tipo de magia y conseguir que nuestras vidas corrientes  cobren un poco más de sentido. Vivir mejor no es una cuestión de suerte o de que nos toque ninguna lotería. Las cosas importantes de la vida nunca suceden al azar. Por el contrario, hay que invertir mucho tiempo, muchas ganas, mucha ilusión y mucha perseverancia para llegar a conseguirlas. Por eso son las importantes, porque nadie nos las puede regalar, ni lloverán nunca del cielo por mucho que le recemos a ninguna divinidad. Las tenemos que batallar nosotros solos. De hecho, sin ser conscientes de ello, es lo que estamos haciendo cada día en ese puesto de trabajo y en esos roles familiares que a veces tanto nos fastidian. Batallamos con la realidad con la esperanza de estar construyendo una realidad mejor para mañana. Si entre nuestras armas para pelear en todos los frentes que tenemos abiertos en la vida nos atrevemos a introducir esa magia de Frankl, que no es otra cosa que la capacidad de enfocar nuestra atención hacia  la parte de la realidad que menos nos hiera,  pronto empezaremos a  captar otra versión de nuestra propia realidad. Porque todo está en nuestra mente y la mente siempre es caprichosa. Siempre ve lo que quiere ver y acaba entendiendo lo que quiere entender. Por eso tantas veces miramos, pero en realidad no vemos. Por eso a veces nos hablan y no oímos aunque nuestros oídos estén perfectamente. Pero, si nos atrevemos a ir un paso más allá, a ver lo que hay realmente allí donde miramos pero no vemos, es muy posible que encontremos lo que igual hemos buscado toda la vida en otra parte, cuando lo habíamos tenido siempre delante de nuestros ojos.


¿A quién  no le ha pasado que, después de haber luchado mucho tiempo por conseguir algo, cuando finalmente lo ha logrado, se ha sentido vacío y desconcertado? Esto ocurre porque lo que verdaderamente nos motiva es el proceso  que hemos de seguir para llegar a un objetivo y no el objetivo en sí. Lo maravilloso de un viaje es la experiencia de conocer otros lugares, otras gentes, otra realidad.  Y esa experiencia la disfrutas mientras la vives. El viaje de vuelta a casa siempre resulta decepcionante, provocando a veces el “síndrome postvacacional” del que hablaba al principio. Lo interesante siempre es el camino y no la meta. La meta de la vida sería la muerte. De la misma manera que no tendría ningún sentido desearla, tampoco deberíamos obsesionarnos demasiado con las metas que nos fijamos. Porque nuestra mente es un órgano que continuamente se reconstruye a sí mismo al ser nosotros personas expuestas a continuos cambios biológicos, psicológicos y sociales. Lo que más nos importa hoy es muy posible que dentro de cinco años haya pasado a un segundo o tercer plano, dependiendo de lo que hayamos vivido y cambiado en ese tiempo.

 Ilustración encontrada en: http://latitudsurnoticias.com.ar/ciudad-con-magia/

A veces nos encontramos con alguien  y nos sentimos tan a gusto que es como si el mundo se detuviese y todo cobrase de repente otro sentido.  Cuando vivimos una experiencia así, es imposible  pasar el resto del día de mal humor, porque el halo de positividad que nos ha rodeado durante ese encuentro sirve de repelente a las partículas de negatividad que pululan en nuestra realidad habitual. De lo que no somos conscientes es de que cualquier encuentro con cualquier persona de nuestro día a día podría ser igual de especial. Basta con que nos dignemos a mirar sólo su parte positiva y a sonreír. Como las neuronas espejo, las personas tratamos a los demás según nos tratan. Ante una sonrisa, difícilmente nos van a responder con negatividad. La sonrisa siempre abre puertas y las palabras amables siempre propician encuentros agradables. Hagamos de cada día una oportunidad para desarrollar nuestra magia. El mundo seguirá girando igual, pero nuestra realidad empezará a mostrarnos unos rincones de sí misma que ni en sueños nos habríamos permitido indagar.


Estrella Pisa
Psicóloga col. 13749

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