Creando otra Realidad
Einstein habla de una “inteligencia divirtiéndose”,
Guilford plantea la existencia del pensamiento divergente, Edward de Bono
define el pensamiento lateral, Osborn acuña el término “brainstorming” o “tormenta
de ideas” y Erick Fromm explica cómo llevar a cabo el propio nacimiento antes
de morir. Pese a las muchas diferencias entre estos cinco autores, todos tienen
en común una cosa: Están definiendo la creatividad.
Aunque en diferente medida, todos somos creativos.
Tenemos que serlo si pretendemos sobrevivir en un mundo en constante cambio que
requiere de cada uno de nosotros una buena capacidad de adaptación. La biología
nos ha enseñado que sólo sobreviven los más fuertes y los que mejor se adaptan
al ambiente en el que les toca vivir. Pese a los grandes avances que ha
experimentado la raza humana en el último siglo y a la cómoda vida que tenemos
los seres humanos de ahora en comparación con la dura existencia que tuvieron
aquellos antepasados nuestros que vivían como los animales que cazaban para
alimentarse, en el fondo seguimos siendo igual de vulnerables que aquellos
cazadores-recolectores. La mayoría de nosotros, al menos los que habitamos el
mundo occidental, vivimos en ciudades y compramos todo lo que consumimos. No
tenemos que ponernos en peligro cada vez que tenemos hambre o frío, ni vivimos
con el miedo de que pueda aparecer una especie invasora que queme nuestros
poblados y se lleve a nuestras mujeres. Nuestras viviendas son sólidas y
confortables; tenemos ropa de sobra en los armarios y comida en la despensa y
en la nevera. Si caemos enfermos, tenemos hospitales y farmacias donde pueden
atender nuestras necesidades. Nuestros niños tienen escuelas y libre acceso a
plazas y parques con columpios, así como también a bibliotecas y ludotecas.
Pero, pese a todo ello, seguimos siendo vulnerables, porque cada día tenemos
que seguir luchando por nuestra supervivencia. Una supervivencia que ya no
consiste en salvar la vida física, sino en sentirnos salvados como individuos.
En sentir que, pese a todos los obstáculos que nos encontramos cada día en
nuestros caminos, estamos consiguiendo lo que de verdad queremos. Ahora no
tenemos que luchar cuerpo a cuerpo contra un enorme mamut, ni tampoco nos vemos
en la tesitura de tener que defender a nuestras criaturas de las garras de
ningún pájaro gigantesco, pero tenemos que pelear duramente por mantener un
puesto de trabajo, por reciclarnos continuamente para que no nos tachen de
obsoletos y decidan prescindir de nuestros servicios.
En un mundo globalizado como el nuestro, en el que hay
muchas más personas buscando su oportunidad que oportunidades
esperándolas, la competencia se impone con toda su crudeza. Los sueldos que se
ofrecen cada vez son más bajos y los requisitos para optar a las vacantes de
empleo que se ofertan llegan a alcanzar límites que ni se hubieran sospechado
hace muy pocos años. Como en la selva, vuelve a imperar la ley del más fuerte y
del mejor adaptado.
¿Qué tiene que ver todo esto con la creatividad?
Aparentemente, nada. Pero en el fondo, tiene que verlo todo. Porque una de las
reglas de la creatividad es ser flexibles. Y, ahora, más que nunca, tenemos que
ser muy flexibles y trabajar nuestra capacidad de reinventarnos cada día.
Llevar a cabo nuestro propio nacimiento antes de morir, como decía el gran
psicoanalista Erick Fromm.
Para ser creativos y enseñarle a nuestra mente a
perder su rigidez, otro requisito importante es conseguir desprendernos del miedo.
El miedo siempre resulta muy peligroso, porque puede acabar tomando el mando de
nuestro cerebro, hasta el punto de impedirnos las experiencias que querríamos
vivir, pero no nos atrevemos ni a soñar.
Los recién nacidos humanos son los seres más vulnerables
de la tierra, porque son los que llegan al mundo más indefensos y los que van a
depender durante más tiempo de que otros les cuiden. Sin embargo, los niños
nacen sin miedo. Lo aprenden hacia el final del primer año y lo hacen por
imitación de lo que ven en sus padres, hermanos o abuelos. Si en nuestros
primeros meses de vida, que es cuando estamos a merced de que otros nos lo
quieran hacer todo, no sentimos miedo… ¿qué sentido tiene que lo tengamos
cuando somos adultos plenamente autónomos? Lo peor que nos puede pasar en la
vida es morir, y todos tenemos la absoluta certeza de que lo vamos a tener que
hacer un día u otro. Si podemos vivir con esa certeza, ¿por qué nos vamos a
dejar paralizar por el miedo a lo que sea que nos dé miedo?
¿Cuántas veces no habremos sentido miedo ante la
proximidad de una intervención quirúrgica, por ejemplo, y hemos pasado los días
previos imaginándonos los peores escenarios? Después, cuando finalmente ha
llegado y ha pasado el día, nos damos cuenta de lo paranoicos que habíamos sido
porque, en realidad, la cosa no era para tanto. La realidad, por dura que sea,
siempre es más soportable que la idea previa que nos hacemos de ella. Si
fuésemos capaces de imaginar tanto en positivo como lo hacemos en negativo,
seríamos las personas más felices del mundo.
En nuestro cerebro hay dos hemisferios. El izquierdo
rige nuestra parte racional e intenta conducirnos de forma recta, obligándonos
a hacer aquello que creemos que se espera de nosotros. El derecho le da alas a
nuestras emociones y nos lleva a “pensar con el corazón”, como escribía hace
años la tristemente fallecida Petra Kelly, líder de los verdes alemanes.
La creatividad campa a sus anchas por nuestro hemisferio derecho,
poniendo en entredicho nuestra cordura siempre que se manifiesta abiertamente.
Porque la creatividad tiene un punto de locura que nos embriaga y nos permite
atrevernos a ser, aunque sólo sea por un instante, las personas que realmente
somos. Es atrevida, impulsiva, rompedora. Se sale de todos los moldes, cierra
los oídos a las críticas que no sean constructivas y disfruta desmontando lo
viejo para crear cosas absolutamente nuevas a partir de esas piezas que,
encajadas en otras formas y pintadas de otros colores, cobran vida para
abrirnos a una nueva realidad posible.
Igual que los cuadros que pintamos, los objetos que
reciclamos o los escritos que narramos, también podemos atrevernos a crear una
versión más positiva de nosotros mismos. Aventurarnos a seguir aprendiendo
cosas nuevas cada día y a ir encajando esas piezas recién adquiridas en las
viejas estructuras de nuestra mente aburrida para ir sacándola poco a poco de
su letargo y evitar así que acabe oxidándose. Las neuronas que no se usan se
acaban desintegrando. Y, cuantas más neuronas dejemos morir, menos flexibles
seremos y menos posibilidades tendremos de seguir adaptándonos a nuestros
entornos habituales y a otros nuevos que puedan surgir.
La realidad no es otra cosa que lo que decidamos hacer
con ella. Si no nos convence nuestra vida, pongámosla patas arriba,
desmontémosla y empecemos a montar las piezas siguiendo otro orden,
orientándola hacia otra luz. La vida es demasiado hermosa como para
desperdiciarla dejándola en manos de nuestro hemisferio izquierdo. Perdamos el
miedo a salir de nuestra propia jaula y volemos, sin más, hacia el horizonte
que nos dé la gana, creando la realidad que más nos convenza en cada momento.
Estrella Pisa
Psicóloga col. 13749
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