Puentes o Murallas

En el comportamiento neuronal, destacan dos fenómenos muy peculiares. Uno de ellos es la “sinaptogénesis” o la capacidad que tiene una célula nerviosa para establecer sinapsis con las neuronas vecinas o incluso con las que le quedan muy lejos, como en el caso particular de las neuronas de proyección o células de Purkinje por ejemplo.

Si extrapolamos ese comportamiento a los seres humanos, estaríamos imitando a estas neuronas cada vez que decidimos iniciar nuevos contactos con personas que hasta ese momento no conocíamos, cada vez que apostamos por probar soluciones nuevas a los mismos problemas de siempre o cada vez que nos aventuramos a abandonar la zona de confort para intentar avanzar asumiendo riesgos. “El que lucha puede perder, pero el que no lucha ya ha perdido.” Adoptar esta actitud implica tender puentes hacia ese otro lado que desconocemos todavía, permitiéndole a nuestra mente que se sorprenda, que haga nuevos descubrimientos y que las neuronas que viajan sin descanso por sus circunvalaciones  no dejen de sinaptar unas con otras para crear conocimientos y memorias nuevas. Cuantos más puentes nos atrevamos a tender, más activa estará nuestra mente y más refuerzos hallaremos en nuestro entorno que nos permitirán sentirnos más plenos, más autorrealizados y, si cabe, mucho más felices.
Ilustración de Rob Gonsalves

El otro fenómeno  peculiar del comportamiento neuronal es la “apoptosis”, o muerte neuronal programada. Existen unos “genes de  muerte” que inician reacciones químicas en las que las mitocondrias (o pulmones de las células) liberan una proteína llamada “diablo”, que activa otras proteínas denominadas “caspasas”, que provocan la ruptura del ADN nuclear, hecho que acaba matando literalmente a la neurona en cuestión.

Se cree que en el sistema nervioso morirían o se marchitarían aquellas neuronas que no hubiesen logrado establecer sinapsis. En determinadas épocas de la vida como el período postnatal o la adolescencia, la pérdida de sinapsis es perfectamente normal y conlleva una reorganización neuronal.

Extrapolada la apoptosis al comportamiento humano, podríamos pensar que nacemos con un cerebro intacto cuyo potencial de conocimiento es ilimitado. Es evidente que nuestros núcleos celulares almacenan en el ADN toda la carga genética que heredamos y que ésta condicionará en gran medida nuestro desarrollo en cuanto a salud, carácter, personalidad, inteligencia o creatividad.

Pero la estimulación del ambiente en el que empecemos a desarrollar ese potencial será determinante a la hora de alcanzar unos u otros objetivos. A medida que vamos tomando una u otra forma, es lógico pensar que nuestra mente destruya las neuronas que considere que no le van a servir para nada porque en su momento álgido de existencia no han sido estimuladas. Es como cuando decidimos estudiar una disciplina concreta, pero a medida que vamos progresando en ella, optamos por unas asignaturas y desechamos otras en función de si nos van a servir o no para llegar a dónde pretendemos llegar.

La memoria es limitada y no conviene sobrecargarla de modo innecesario. El verdadero problema se presenta cuando optamos por el camino más fácil para no seguir luchando. Cuando nos acomodamos en nuestros miedos y acabamos escondiéndonos en nuestra concha, o lo que es más grave, cuando imitamos al cangrejo ermitaño y decidimos cobijarnos en la concha de otro, en el dolor de otro porque no nos atrevemos a afrontar nuestro propio dolor. Cuando culpamos a los otros de todo lo que nos pasa y no vemos más allá de nuestra propia herida. Una herida que en realidad nos hemos abierto nosotros mismos y no paramos de lamer. Mientras, la vida se sucede frente a nuestros ojos pero no la vemos porque, en lugar de tender puentes, hemos ido levantando una muralla que impide cualquier posibilidad de sinapsis. Envejecer no es haber cumplido muchos años, sino haber dejado de ilusionarnos y de sorprendernos. Es despertar un día y descubrir que ya no nos quedan sueños.


Estrella Pisa
Psicóloga col. 13749


Comentarios

Entradas Populares