Inteligencia y Competencias

Tradicionalmente, se ha considerado como personas inteligentes a aquellas que obtenían muy buenos resultados en los tests creados para medir la inteligencia. Pero ese intento de definición y nada, viene a ser lo mismo, porque en lo definido incluye el término que pretende definir, cayendo en el error que conocemos como tautología.

Binet hablaba de procesos mentales superiores; Wechsler de una capacidad global para conducirse, pensar de forma racional y afrontar las adversidades del entorno, y Stern de una edad mental y de una edad cronológica que permitían calcular el coeficiente intelectual. Spearman, Burt y Vernon defendieron la idea de una estructura jerárquica de la inteligencia, en la que habría un factor g (o general) y unos factores específicos. Sternberg elaboró una teoría triárquica de la inteligencia basada en el procesamiento de la información, distinguiendo entre una inteligencia práctica, una inteligencia analítica y una inteligencia creativa. Pero, sin duda, la persona que acabaría revolucionando las concepciones sobre la inteligencia, sería Howard Gardner con su teoría de las inteligencias múltiples.

Ilustración: Teoría de las Inteligencias Múltiples de Howard Gardner

Gardner fue galardonado en 2011 con el Premio Príncipe de Asturias de Ciencias Sociales. Con su teoría sostiene que no hay una única inteligencia, sino ocho. Entre ellas son independientes, pudiendo darse el caso de que alguien a quien siempre se le hayan dado mal las matemáticas, por ejemplo, pueda ser un prodigioso músico o un destacado político o un deportista de élite.

Nuestra mente es como un inmenso jardín en el que se pueden cultivar muchas variedades de flores que no lleguen a destacar unas de otras, o cultivar sólo una, pero que deslumbre por su originalidad. Todo depende del tiempo que le dediquemos y del empeño que pongamos en florecer en aquello para lo que estemos mejor dotados. Aquí la genética también tiene gran parte de responsabilidad, pero los genes, si no son debidamente estimulados, no germinan ni desarrollan tallos ni hojas. Simplemente permanecen aletargados como las tortugas cuando hibernan hasta que al cabo del tiempo pierden su potencial y se desactivan.

Pese a los muchos avances en psicología diferencial y evolutiva, en la mayoría de las escuelas de la sociedad actual se sigue entendiendo por inteligencia la capacidad de memorizar infinidad de datos de diferentes asignaturas. A los niños se les enseñan multitud de conocimientos que, seguramente, nunca les llegarán a servir para nada, porque nada tendrán que ver con su día a día. En cambio, no se les prepara para la vida que realmente encontrarán fuera de las aulas cuando den por concluido su período formativo.

En las últimas décadas hemos visto cómo surgían en España nuevas universidades que acaparaban la atención de padres y de estudiantes, presentándose como la mejor oportunidad de tener un futuro en condiciones. Y, mientras en los centros de formación profesional menguaban los alumnos, en estas nuevas universidades crecía el número de matrículas a un ritmo vertiginoso. Nunca en nuestra historia habíamos tenido tantos titulados universitarios como ahora. Pero seguramente tampoco nunca habíamos tenido tantos jóvenes en las listas del paro. Algunos hablan de una generación perdida en la que se encuentran, a la vez, los chicos y chicas mejor preparados de la historia de este país y los bautizados como ni-nis, porque no acabaron sus estudios secundarios ni tienen intenciones de hacerlo y tampoco trabajan, ni esperan hacerlo.

Quizá la explicación a tanto contrasentido haya que buscarla en un sistema educativo obsoleto que no prepara a los estudiantes para el mundo real, sino para un mundo ideal que sólo existe en la mente de quienes hacen de su negocio los sueños de los demás. ¿A quiénes beneficia que haya tantos universitarios que paguen tantas matrículas todos los años? ¿En quiénes piensan cuando deciden bajar las notas de corte para acceder a determinadas facultades? En el bien de los estudiantes seguro que no.

Lo que es bueno para algunos, no puede serlo para todos, porque no hay dos personas iguales. Y lo más terrible es que muchas personas, intentando convencerse de que valen para lo que en realidad no valen, nunca llegan a descubrir su verdadero talento. A veces todo es mucho más sencillo de lo que creemos. Sólo basta con aprender a escucharse a uno mismo, con atreverse a indagar en la propia mente y en los propios sueños.

Hay personas que han llegado a licenciarse o graduarse en dos y tres carreras y les va muy bien en la vida, porque, a parte de estudiar, se han preocupado de aprender a vivir tocando con los pies en el suelo. Pero hay otras que, aunque hayan estudiado esas dos o tres idénticas carreras, no son capaces de integrarse en un grupo de amigos con los que pasarlo bien, ni de conseguir un trabajo que les llene, ni de tener una vida que les convenza. Quizá porque nunca se han preguntado, de verdad, qué esperaban conseguir en la vida. A estas personas les faltaría inteligencia interpersonal e intrapersonal. Pueden haber acumulado muchos datos en sus cerebros, pero no saben utilizarlos para construir algo nuevo que acabe dando sentido a sus vidas. Quizá sean unos eruditos, pero son unos tremendos incompetentes en su día a día porque no saben adaptarse a los cambios, ni relacionarse con las personas de su entorno, ni empatizar con las historias de la vida real. Son como aquel robot número cinco que se pasaba el día buscando datos por todas partes. Pero ellos no son robots. Sus cerebros nacieron para gobernar a unas personas que no han aprendido a comportarse como tales y siguen caminando en círculos sin sospechar, ni por un momento, que su problema no es el mundo. Su problema son ellos.


Estrella Pisa
Psicóloga col. 13749

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