Resignarse o Decidir

Jean Jacques Rousseau escribió aquello de “el hombre nace libre, pero vive por doquier encadenado”. Ante una sentencia tan contundente, resulta difícil seguir creyendo en la libertad, en la felicidad o en la justicia , palabras tan grandes como inasequibles.

Basta con leer las noticias todos los días o con escuchar las quejas de las personas con las que interactuamos más frecuentemente para ser conscientes de que hay muy pocas personas que se sienten satisfechas con sus vidas. En momentos de crisis, nos quejamos porque sentimos que corremos el peligro de perder lo poco que hemos conseguido y, en épocas mejores, nos seguimos quejando porque ya no nos basta con lo que tenemos, sino que envidiamos lo que ha conseguido el vecino. La cuestión es que nunca parecemos conformes con  lo que vivimos. Pero, aun así, también son muy pocas las personas que se atreven a dejar de quejarse para dar un paso más y empezar a hacer algo para cambiar aquello que no les gusta de sus vidas.

Paradójicamente, las  personas que más se quejan suelen resultar también las más conformistas, las menos dispuestas a luchar por mejorar sus vidas. A veces no están a gusto con sus parejas, no logran establecer una óptima relación con sus hijos, no disfrutan con los chistes de sus amigos (aunque se empeñen en seguir fingiendo risas para no enfrentarse a ellos) y son capaces de aguantar durante años el mismo trabajo aburrido haciéndole la pelota al mismo jefe patético. Aguantan todo eso sólo por la pereza de plantarse y empezar a decidir cómo quieren que sean sus vidas a  partir de ese momento. Porque plantarse implica  tener que dejar de quejarse y esas personas han creado un círculo vicioso con la queja del que lo tienen bastante complicado para salir.

Cuando se habla de adicciones , lo primero que se le pasa por la cabeza a la mayoría de las personas son las drogas. Pero hay adicciones que no implican el abuso de ninguna substancia que resultan incluso más peligrosas. Hablaríamos de adicciones a determinados comportamientos o a determinadas relaciones tóxicas. Las personas que sucumben en estas trampas del refuerzo negativo acaban creyendo que sus vidas  y sus conductas son tan normales  como las del resto de la gente. Porque todo el mundo se queja de las mismas cosas. Curiosamente, generalizan a “todo el mundo”  los comentarios de las pocas personas que conocen y que, se da la circunstancia, que viven experiencias parecidas. Acabamos atrayendo lo que somos.
Entre estas personas, a veces encontramos muchas víctimas de la violencia de género. Lo más alarmante de sus historias es que la mayoría de esas mujeres o de esos hombres (porque también los hay) están convencidos de que la vida en pareja es siempre así de infernal y no de otra manera, Llegan a creer que merecen esos insultos o esos golpes e incluso pueden llegar a criticar duramente a  personas  que están sufriendo lo mismo, argumentando que se lo merecen porque les han dado motivos a sus parejas. Las palabras no provocan heridas sangrantes, ni moratones, ni tampoco matan. Pero, a base de repetírselas diariamente a una persona, pueden acabar destrozándola psicológicamente, induciéndola a pensar que no vale nada, que nunca podrá escapar de ese infierno y que sus únicas opciones son obedecer y callar.


Jorge Bucay narra en el cuento de El elefante encadenado la historia de un elefante que de pequeño es llevado a un circo y se pasa la mayor parte del tiempo amarrado con una cadena a un poste de madera. Pese a que crece y se convierte en un elefante adulto, sigue encadenado al mismo poste, convencido de que nunca podrá escapar de sus captores. Está tan acostumbrado a sentirse una víctima, que es incapaz de darse cuenta de que con un simple  golpe al poste con cualquiera de sus cuatro enormes patas podría librarse en cualquier momento  de su cautiverio,
A veces sólo es necesario atreverse a frenar en seco y preguntarnos si, de verdad, no tenemos más opciones que la de quejarnos y pasarnos el resto de nuestras vidas conformándonos con lo que no nos convence y aceptando una realidad que no se parece en nada a la que habríamos esperado.

Resulta muy graciosa la gente que intenta justificar su conformismo argumentando que vivir no es un deseo, sino un destino. Y como su destino ha querido convertirles en unos desgraciados, ya tienen licencia para culpar a todos y a todo de sus desgracias´
La realidad es que la vida consiste en tomar decisiones, porque somos personas y no máquinas. Porque no nos han programado de antemano para que sigamos ningún plan al pie de ninguna letra. Ante cualquier situación, siempre tenemos más de una opción, porque incluso no hacer nada implica tomar la decisión de no hacer nada. El mundo, tus compañeros de trabajo o tu familia no son responsables de que tú hayas decidido conformarte con tu realidad  y no intentar nada para cambiarla. Cada uno de nosotros somos los únicos responsables de la vida que acabamos llevando.

Como decía Rousseau, estamos por doquier encadenados, porque vivir nunca resulta gratis, porque estamos comprometidos con el trabajo, con las deudas contraídas, con las personas que amamos o con los riesgos que decidimos asumir. Pero nunca perdemos la libertad de elección y, aun en el peor de los casos, cuando esa libertad se vea drásticamente reducida por determinadas circunstancias, siempre seremos libres de interpretar el resultado de nuestras decisiones de la manera más positiva posible para que nuestras neuronas no nos hagan caer en las trampas de las distorsiones cognitivas, los refuerzos negativos o los círculos viciosos.


Estrella Pisa
Psicóloga col. 13749

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