Significantes y Significados
Las palabras tienen mucho poder y el modo en que acabamos
utilizándolas determina, en buena medida, el estado de ánimo que nos acaba
atrapando tras pronunciarlas.
A veces
hablamos con la intención de comunicarnos con los demás. Hacerles
partícipes de nuestra buena o mala suerte, de lo que estamos haciendo en ese
momento, de lo que sentimos por otras personas o de lo que nos preocupa. Pero
hay otras veces en que hablamos sin ser muy conscientes de lo que decimos y sin
preguntarnos cómo se lo tomarán aquellos que, supuestamente, nos están
escuchando. Usamos palabras como “resignación”, “sacrificio” o “renuncia” y lo
hacemos tan alegremente, sin darnos cuenta de lo hondo que acaban calando sus
significados en nuestro interior.
En muchas ocasiones, también acabamos
hablando solos y es entonces cuando corremos mayor peligro, porque caemos
fácilmente en la trampa de decirnos justamente aquello que queremos oír en boca
de los otros y acabamos compadeciéndonos de nosotros mismos. Porque sólo somos
unos pobres inocentes que acaban siempre pagando por las culpas que han
cometido otros; porque somos incapaces de hacerle daño a nadie y, en cambio,
nos acaba hiriendo todo el mundo; porque en este mundo no se puede ser bueno,
dado que de los buenos se abusa siempre. Y así nos sentimos: como víctimas de
un mundo que se niega a entendernos y que no deja de señalarnos con su dedo
acusador. Como diría Calimero hace un montón de años: “Es una injusticia” Pero,
¿realmente lo es? Nuestra manera de interpretar lo que nos sucede en la
vida ¿se ajusta a la realidad?
La mente humana es sobradamente subjetiva y está
continuamente expuesta a la irrupción de las denominadas “distorsiones
cognitivas”. Hay que ser muy fuerte para no sucumbir a ninguna de ellas, porque
se aprenden desde la cuna, crecen y se desarrollan con nosotros y acabamos
adoptándolas de la forma más natural, considerándolas completamente normales.
Porque las hemos visto en nuestros padres y demás cuidadores. A veces también
en nuestros maestros y en boca de los personajes de los libros que hemos leído.
Pero, que algo sea habitual, no significa que sea correcto. Las costumbres
equivocadas se pueden corregir, pero desaprender siempre resulta más difícil
que aprender y más cuando toda la vida has estado haciendo y defendiendo algo
que un día descubres que no era lo que tú pensabas, porque te ha acabado
condicionando negativamente en todo cuanto has emprendido en la vida.
Las
distorsiones cognitivas nos hacen ver una realidad demasiado dura como para que
nos resulte soportable. Si un niño saca un 10 en un examen y su compañero sólo
un 2, no significa que el primero sea inteligente y el segundo un zoquete. El
primero puede haber tenido un golpe de suerte y el segundo un mal día. Si el
primero tiene acostumbrados a sus padres a aprobar siempre con buenas notas,
porque un día saque un 5 no tienen que dejar de considerarlo un chico listo.
Pero a veces los padres, en su afán de motivar a los hijos para que estudien
les acaban sometiendo a una presión insoportable que hace que, el día que
suspenden, se sientan como las personas más inútiles del mundo. Cometen el
error de juzgar a las personas por mejores o peores, buenos o malos, blancos o
negros. Como si no hubiesen matices entre ambos polos, como si sacar un 6 en un
examen no fuese tan correcto como sacar un 9. Palabras como “debería” o
“necesito” tienen en este caso que ponerse en cuarentena. Porque nos acabamos
exigiendo demasiado con ellas. La perfección no existe y empeñarse en
perseguirla es desaprovechar la vida.
Otra
distorsión significativa es la que implica interpretar todo lo que pasa a
nuestro alrededor en clave personal. “Esa persona me está mirando mal. Seguro
que sabe que he perdido el trabajo” “ La he saludado esta mañana y se ha
limitado a decirme adiós. Está claro que no le caigo bien”, Las personas que
caen en estas trampas de su propio pensamiento están tan ensimismadas que les
resulta imposible replantearse que los otros puedan pensar en otras cosas que
no sea en ellos. Se creen el centro del mundo y acaban sufriendo muchísimo
cuando los otros no les prestan la atención que ellos querrían. Se acaban
montando películas que superarían con creces la imaginación de cualquier
director de cine, pero se las acaban tragando ellos solos porque nadie en su
sano juicio aceptaría acompañarles a visionarlas.
La
generalización excesiva es otra de las formas de distorsión. Se trata de dar
por hecho que “todos los hombres son iguales”, “todas las mujeres son
caprichosas”, “todo lo que intente me va a salir mal” o “nada en la vida me
merece la pena”. Las personas depresivas suelen recurrir a ella con frecuencia.
Intentar animarles a que se impliquen en alguna tarea o proyecto resulta de lo
más complicado para cualquiera de sus familiares e incluso para el terapeuta
que les asista. Porque no hay nada que les convenza de que, esta vez, las cosas
puedan salir de otro modo. Se centran en las experiencias vividas con
anterioridad y se encastan en recordar sólo lo negativo de todas ellas. Aquí
palabras como “todo”, “nada”, “nadie”, “siempre” o “nunca” cobran una cuota de
peligrosidad tremenda, porque nos vuelven rígidos en extremo y nos obligan a
cerrar la puerta a todo lo nuevo y a levantar murallas en torno a nuestra
persona para intentar protegernos de problemas que sólo somos capaces de ver
nosotros.
El
catastrofismo sería otra de las distorsiones que más nos pueden llegar a
alterar, pues la persona que adopta esta forma errónea de pensamiento se acaba
poniendo siempre en lo peor. Si alguien se retrasa, es porque ha tenido un
accidente y, si le duele el estómago, es porque tiene un tumor. Se trata de
personas que viven en constante tensión y a las que les resulta imposible
relajarse. Hacen de la preocupación su modus vivendi y ni viven ellas ni dejan
vivir a las demás.
Un caso
opuesto al catastrofismo sería la negación. Aquellas personas que, ante su
incapacidad para afrontar con decisión cualquier problema, optan por negarlo.
Dicen aquello de “no me importa” o “no me afecta” y lo hacen para justificar su
inmovilismo y su falta de coraje.
Caer en
el vicio de poner etiquetas es otra forma de distorsionar la realidad: “es un
imbécil”, “es aburrida” o “es un tacaño” son formas de referirse a personas que
conocen como si esos rasgos de personalidad bastasen para definirlas
completamente. Una persona puede ser aburrida en un contexto determinado, pero
muy divertida cuando está en su ambiente habitual. Las conductas de una persona
no sólo vienen determinadas por su modo de ser, sino también por el ambiente en
el que esté interactuando en cada momento. Que alguien nos parezca imbécil
también tiene mucho que ver con cómo nos sintamos nosotros mientras
interactuamos con él. No olvidemos que unos somos espejos de otros. Si tenemos
un mal día es más probable que la gente con la que nos crucemos nos caiga mal.
El
razonamiento emocional es otra distorsión interesante. Tendemos a creer que las
cosas son tal y como nos hacen sentir. Así, alguien puede llegar a convencerse
de que si se siente un fracasado es porque realmente lo es y si alguien le hace
sentir desprecio es porque esa persona es despreciable. Cuidado con esta manera
de interpretar las emociones porque nos puede arrastrar sin contemplaciones a
todo tipo de engaños.
La
lectura del pensamiento constituye otra forma de distorsionar la realidad muy
común. Se da cuando creemos saber lo que piensa la otra persona y cuando damos
por hecho eso que pensamos que piensa y actuamos en consecuencia. “Como piensa
que soy un inmaduro, mejor dejamos la relación. Ella merece alguien que esté
más a su altura”. ¿Cuántas parejas no se habrán roto por lecturas de la mente
equivocadas? Nadie puede acceder a la mente de nadie. Ante cualquier duda, la
opción correcta siempre es preguntar abiertamente, expresar los temores,
dialogar. Para las rupturas siempre hay tiempo.
La
abstracción selectiva es otra forma de ver únicamente lo que queremos ver e
ignorar el resto. Es como mirar a través de un filtro que sólo deja pasar
aquello que tememos. Los depresivos sólo encontrarán conceptos como “abandono”
o “pérdida”. Los ansiosos divisarán “peligros” y “situaciones de riesgo” allá
donde miren. Las personas que se enojan fácilmente, sólo serán capaces de ver
“agravios” e “injusticias” en su ángulo de visión, tal como le pasaba a
Calimero. En general, la abstracción selectiva se nutre de palabras como
“horrible”, “horroroso”, “tremendo” o “insoportable”. Limitarnos la visión de
esta manera nos obliga a ir por el mundo dando palos de ciego, escondiéndonos
de la luz y cayendo en un sinfín de agujeros negros de los que cada vez nos
costará más salir.
Nuestra
mente es caprichosa y, teniendo la capacidad de funcionar de manera óptima, nos
castiga obligándonos a distorsionar lo que vemos y lo que sentimos. Centrémonos
en lo que nos interese de verdad y obliguemos a nuestras neuronas a amplificar
sus puntos de mira. Exijámosles que hagan gimnasia y se vuelvan más flexibles
para que puedan descubrir la riqueza que nos proporcionan los matices, los
puntos intermedios y las opciones alternativas para cada distorsión.
Pensemos
en las palabras que utilizamos diariamente y en el bien o en el mal que pueden
llegar a causarnos según el significado que les otorguemos. No permitamos que
una palabra pueda llegar a amargarnos la vida. El pensamiento se puede
entrenar, las palabras pueden ser otras y nuestro modo de interpretar lo que
sentimos, lo que pensamos y lo que somos puede volverse más sano, más
constructivo y más acorde con la realidad.
Estrella
Pisa
Psicóloga
col. 13749
Estrella que bueno es leer en voz alta tus artículos. Tan bien desmenuzados, explicados y descritos que es muy fácil que cualquiera, yo mismamente, al pasar por ciertas líneas, diga: ¡Esa soy yo!
ResponderEliminarSoy la de las distorsiones personales. O era. Pero sigo siendo, para qué engañarnos.... Cuesta deshacerse de esa piel que nos ha acompañado prácticamente toda la vida y yo "soy" o "era" (que aún no lo tengo claro) de las que se bloquea y enquista tratando de adivinar lo que los demás están barruntando sobre mí. Si es bueno o malo o todo lo contrario. ¿Inseguridad? Te aseguro que vanidad no es.
Sigo estando en esa fase de "desaprender" tan necesaria para el ser humano. Ahora ya no me preocupo tanto lo que yo, o mi trabajo, o. mi conducta despierte en los demás. Solo intento ser honesta conmigo misma, que ya es bastante.
Me ha gustado que trates este tema. Estuve documentándome un poco (de forma ligera) para justificar la conducta de uno de los personajes de "Lucía Inspiración" a quien le adjudiqué una disonancia cognitiva emocional de la que también has hablado.
Oye, ¡nena, que tú también vales mucho! Esto viene de la respuesta que me diste en tu anterior post.
Un abrazo y gracias siempre por hacerme reflexionar.