Subiendo al tren de los Cambios
A lo largo de nuestras vidas, son muchas las veces que
habremos oído a muchas personas excusándose de no haber hecho algo porque “se
les escapó su último tren” o porque “se les pasó el arroz”. Curiosas y tristes
formas de intentar justificar su miedo a vivir. Porque nunca es tarde para
hacer ninguna cosa que, de verdad, deseemos hacer.
Cuando ese tipo de excusas las argumentan personas de edad
avanzada las podemos llegar a entender, dada la realidad de la época en que les
tocó vivir los acontecimientos más importantes de sus vidas. Una realidad
orquestada por la represión ejercida por la iglesia y por la dictadura militar,
en la que las mujeres no podían decidir sus destinos y los hombres tenían que
limitarse a obedecer a sus superiores y a ejercer su autoridad en su ámbito
familiar para que ninguna oveja se les descarriara. Desarrollarse en un
ambiente tan hostil y ser consciente de cómo te recortan las alas a medida que
éstas se atreven a intentar crecerte debe ser una experiencia terrible que
acaba obligándote a conformarte con tu vida y a cerrarte a cualquier
oportunidad de libertad, porque intuyes que, de aprovecharla, te castigarían
duramente y nunca más te aceptarían entre los tuyos.
Pero lo más lamentable de todo es cuando encontramos personas
que podrían ser las hijas o las nietas de aquellos jóvenes de la postguerra que
se encastan en seguir utilizando las mismas excusas para resistirse ante la
oportunidad de cambiar sus vidas. Siguen creyendo que para estudiar, para
casarse o para empezar a hacer cosas que nunca han hecho hay una edad
determinada y, de ahí, no se les puede sacar. Continúan hablando de trenes que
han dejado escapar y se quedan tan anchos, como si su vida no fuese con ellos
en realidad. Tienen 40 o 50 años y se ven haciendo lo mismo que ahora hasta el
final de sus días, sin ser conscientes de que nuestro modo de vida evoluciona
cada vez más rápidamente y lo que hoy es una novedad, mañana puede ser una
reliquia.
El llamado "tren bala" de Japón. Los trenes de un
futuro que no tardaremos en alcanzar.
Basta repasar los últimos 25 años: En 1991 apenas existían
los móviles y los pocos que se veían eran enormes en comparación con los que
usamos ahora y también eran carísimos. Ni que decir tiene que sólo servían para
hacer o recibir llamadas. Ahora con un móvil podemos hacer absolutamente de
todo. Lo mismo ha pasado con internet. ¿Quién iba a suponer en 1991 que
podríamos estar todos conectados del modo en que lo estamos, que podríamos
enviar cartas al otro lado del planeta sin necesidad de papel ni sellos,
recibiéndolas al instante gracias a un invento llamado e-mail? ¿Quién habría
podido imaginarse participando de las redes sociales o recogiendo firmas online
para presentarlas en cualquier ministerio para intentar parar una
injusticia? Pero todo eso y mucho más lo hemos visto hacerse realidad y nos
hemos habituado completamente a ello, hasta el punto de que ya no nos
imaginamos volviendo atrás, del mismo modo en que nuestras abuelas no hubiesen
querido volver a vivir sin luz eléctrica o sin agua corriente en casa después
de haber descubierto sus ventajas y cómo mejoraba su calidad de vida.
Los cambios siempre son necesarios si queremos seguir en
activo. Nuestro propio organismo vive constantes cambios todos los días. Un
glóbulo rojo vive una media de entre cien y ciento veinte días. Eso quiere
decir que, para mantenernos vivos, nuestra sangre tiene que regenerarse cada
cuatro meses aproximadamente. Nuestros músculos, para mantenerse firmes y
aguantar nuestro de ritmo de vida, tienen que ejercitarse a menudo. De lo
contrario se vuelven flácidos y, el día que decidimos exponerlos a una mayor
actividad que la que acostumbran a realizar, se lesionan. Basta mirar el
aspecto que presentan un brazo o una pierna cuando se les retira una férula de
escayola después de haberla llevado unas semanas. En comparación con la
extremidad sana, esa otra extremidad presenta un color pálido y ha perdido masa
muscular. Lo mismo ocurre con las personas que quedan impedidas por una lesión
medular o una embolia. Si no les ayudan a ejercitar sus extremidades, sus
fibras musculares se debilitan y se atrofían.
Nuestras neuronas también se acaban volviendo sedentarias si
nos las ejercitamos. Siempre se ha dicho que sólo llegamos a utilizar una
mínima parte de nuestros cerebros y que, si nos esforzásemos un poco más,
seríamos los primeros sorprendidos al descubrir lo mucho que podríamos llegar a
dar de nosotros mismos. Tener neuronas desocupadas pululando por nuestras áreas
cerebrales es lo más peligroso que nos puede pasar. Porque si esas neuronas no
sinaptan unas con otras, transmitiéndose mensajes, aprendiendo cosas que
desconocen y extendiendo su abanico de nuevas posibilidades, acabarán
degenerándose y desapareciendo para siempre. A veces provocando daños
colaterales, llevándose por delante incluso a las neuronas vecinas.
En terapia familiar, ya es un clásico el caso de los
pacientes que le piden al terapeuta aquello de: “Solucione nuestro problema,
pero no nos cambie”. No entienden que, sin cambio, nunca habrá solución
posible. Prefieren morir a cambiar, pero acostumbran a morir matando o acabando
con la paciencia de todos cuantos tienen que soportarles. Muchos de esos
sufridores pasivos han acabado perdiendo sus trenes de oportunidades por no
abandonar a quienes se negaban a acompañarles.
Por mucho que conozcamos un río, nunca podremos bañarnos dos
veces en la misma agua, porque ésta sólo discurre por su lecho una vez. Las
personas tampoco somos las mismas cada vez que nos encontramos, porque la
sangre que discurre por nuestras venas y arterias es distinta desde la última
vez que nos vimos, nuestros músculos viven otro momento, nuestros órganos han
experimentado el paso del tiempo y nuestros rostros, nuestras manos y nuestros
ojos han captado nuevas cosas que les han llevado a reflejar otra luz,
acariciar con más ansia y ver otra realidad posible.
Perdamos el miedo y sigamos subiendo a cada tren que nos
invite a viajar en él. Cambiar es elegir seguir con vida y atreverse a
descubrir que nuestro tiempo es demasiado limitado para todo lo que el mundo
puede llegar a desvelarnos. No importa la edad que tengamos ni lo que ya
llevemos a nuestras espaldas. La mejor edad para vivir es precisamente la que
tenemos.
La comodidad de nuestro sofá siempre es muy tentadora. Pero
la rutina de nuestra zona de confort puede resultarnos mortal si nos quedamos
atrapados en ella.
Estrella Pisa
Psicóloga col. 13749
Gracias por tus consejos, la verdad es que, como dices, la comodidad de lo conocido es tentadora, pero no hay que dejarse llevar por ella porque es una trampa. Un saludo. :)
ResponderEliminarGracias a ti, Merche, por leer el post y comentarlo.
EliminarUn fuerte abrazo.