Entrenando la Voluntad
Las personas
acostumbramos a caer muy fácilmente en demasiadas rutinas. La mayoría de los
días acabamos haciendo las mismas cosas y casi en el mismo orden. Nos
levantamos corriendo y no paramos de correr en todo el día, ni de hacer cosas
mecánicamente, sin apenas pensarlas, porque no nos da tiempo a centrarnos en
ellas y las realizamos por pura inercia. Más veces de las que nos gusta
reconocerlo, nos despistamos fácilmente y olvidamos tareas importantes que,
cuando caemos en ello, juraríamos que habíamos hecho. Porque las hemos hecho cada
día, pero hoy no. Y ese error nos pesa y nos lleva a pensar, erróneamente, que
estamos perdiendo la cabeza o envejeciendo prematuramente. Lo único que nos
pasa, en realidad, es que estamos demasiado estresados porque nos embarcamos en
más tareas de las que nuestra mente puede asumir con éxito.
Esta
realidad cuesta de asumir cuando vemos que a nuestro alrededor hay personas que
parece que pueden con todo y que disfrutan de todo lo que hacen. Si
ellos pueden, ¿por qué nosotros no vamos a poder? Sencillamente, porque ellos
han aprendido a distinguir lo que es importante de lo que no lo es y a
priorizar lo realmente urgente en detrimento de lo que puede esperar.
Por muy
pronto que queramos levantarnos por las mañanas y muy tarde que nos vayamos a
dormir para abarcar más tareas, los días sólo tienen 24 horas y 8 de ellas
deberíamos dedicarlas a dormir. Aunque se hayan hecho tantas películas y se hayan
escrito tantas novelas sobre super héroes, las personas de carne y hueso nunca
alcanzaremos su potencial ni su poder. Aunque nuestros cerebros tengan más
potencial del que hemos llegado a desarrollar, tienen unos límites y, cuando
alcanzan cierto grado de presión, se bloquean y no dan para más. Entonces aparece
la enfermedad en forma de ansiedad, depresión, trastorno de pánico, fobias
específicas o trastornos psicosomáticos. Una solución rápida son los
psicofármacos, pero éstos sólo sirven para aplacar los síntomas. Por sí mismos,
no solucionarán el problema. Bien al contrario, pueden llegar a agravarlo si el
tratamiento se prolonga demasiado en el tiempo y la persona se acaba habituando
a las pastillas, como el que se acostumbra a andar con muletas y, una vez
curado de sus fracturas en las piernas, se resiste a abandonarlas por miedo a
caer o a no lograr mantener el equilibrio.
Cuando
alguien se siente sobrecargado de tareas y está convencido de que no puede
eludir ninguna de ellas, la única opción que tiene es intentar calmarse,
tomarse un tiempo para estudiar objetivamente su situación y tratar de detectar
todo el esfuerzo que podría resultarle prescindible de todo lo que llega a
hacer a lo largo del día. Muchas veces, lo que más nos sobrecarga no es la tarea
que desarrollamos en sí misma, sino la preocupación que nos generamos en torno
a ella. ¿Es imprescindible preocuparse siempre por si las cosas acabarán
saliendo todo lo bien que queremos? ¿Es realmente necesario adelantarnos a los
acontecimientos y sufrir por lo que todavía no ha pasado y, probablemente, no
llegará a pasar? Hay un refrán que dice: “Cuando lleguemos a eso río,
cruzaremos el puente”. Deberíamos tenerlo muy presente, porque viene a decirnos
que de los problemas hay que ocuparse cuando los tenemos realmente encima y no
perder el tiempo preocupándonos por ellos cuando todavía no se han presentado. Si
podemos imaginarnos en el mejor escenario posible para nuestros proyectos,
¿por qué pasarlo mal centrándonos en el peor escenario? ¿Por qué alentar el
miedo a que todo salga mal, cuando todo puede salir perfectamente bien? Hay un
fenómeno en psicología conocido como la “profecía autocumplida” que vendría a
ser un sinónimo de la “Ley de Murphy”: si algo puede salir mal, saldrá mal. Hay
gente que sufre tanto en su día a día que ha acabado haciendo de esa ley su
especie de mantra y, sorprendentemente, casi nunca les falla. Es como si
atrajesen lo negativo. Suelen ser personas que a menudo se sienten muy quemadas
en sus puestos de trabajo y muy superadas por los acontecimientos en sus vidas
personales.
Una
persona que se siente quemada, por muchas horas que trabaje dentro y fuera de
su casa, difícilmente resultará todo lo productiva que se esperaría de ella.
Porque es una persona sin ilusión, sin ganas, sin esperanza de que las cosas le
puedan ir mejor. En cambio, cuando una persona, por muy ocupada que esté,
aprende a tomarse las cosas con más calma, a priorizar lo realmente importante,
a delegar en otros, a pedir ayuda a las personas de su entorno laboral o
familiar, a tomarse pequeños o grandes respiros o a buscar y encontrar un
espacio propio que le permita desconectar en los momentos de mayor tensión,
difícilmente se va a sentir quemada. Será una persona que le pondrá más ganas a todo lo que se proponga, que se centrará en la parte más positiva de todo lo que acontezca en su vida y que tendrá la impresión de que todo le viene rodado, como si fluyera con cada tarea que desempeña.
A veces
la solución a todos estos problemas es más sencilla de lo que parece. Basta con
aprender a decir NO. No pasa nada por decir “hoy no puedo”, “no me apetece” o “no
me viene bien”. Porque no estamos obligados a contentar a todo el mundo siempre, ni tenemos ninguna obligación de seguir comportándonos como lo hemos venido
haciendo hasta el día de hoy. Las personas podemos cambiar, pero para lograrlo,
primero tenemos que quererlo de verdad y, lo más importante de todo: ese cambio
tenemos que decidirlo nosotros mismos.
Cambiar
nuestra manera de pensar y de actuar no es tarea fácil. Como animales de
costumbres que somos, llevamos a cuestas un legado de muchos años de conductas
aprendidas de nuestros padres, maestros, hermanos y demás personas influyentes
en cada una de las etapas de nuestra vida. Muchas de esas conductas nos han
llevado a ser como somos, pero eso no significa que, si no estamos del todo
satisfechos con la forma cómo hemos aprendido a conducirnos en la vida, no
podamos desaprender todo eso que sólo nos produce angustia, sobrecarga
innecesaria y sobre todo dolor, mucho dolor. Nuestra mente es más flexible de
lo que nos imaginamos. Nunca es tarde para ejercitarla, para ponerla patas
arriba y acondicionarla de manera que nos ayude a pensar de una manera más sana
que nos acabe facilitando más nuestro día a día.
Estamos
muy habituados a marcarnos ciertos propósitos cada vez que cumplimos años o
estrenamos un año nuevo. “Este año aprenderé inglés, me apuntaré a un gimnasio,
empezaré una nueva dieta o renovaré todo mi vestuario”. Como si cualquiera de
esas cosas fuese, en realidad, muy importante. ¿Por qué no nos proponernos
hacer limpieza de ideas absurdas y obsoletas? Igual que tiramos la ropa que se nos
ha quedado pequeña o pasada de moda, podríamos repasar toda esa información
errónea que guardan nuestras neuronas y que sólo nos sirve para ocupar un
espacio precioso en nuestro cerebro, que podríamos utilizar para llenarlo de
experiencias más agradables y enriquecedoras.
Nuestra
mente es muy potente y muy sabia, pero necesita airearse más a menudo de lo que
creemos. Si la cuidamos, puede sorprendernos muy gratamente llevándonos tan lejos
como estemos dispuestos a llegar. Pero no podemos forzarla a que nos conduzca
de cualquier manera. Necesita estar debidamente entrenada, respetando sus
tiempos de actividad frenética, pero también sus tiempos de descanso, sus
momentos de ocio, su derecho a desconectarse cuando considere que, por hoy, ya ha
tenido suficiente.
Hay un
refrán que asegura que la voluntad mueve montañas. La voluntad es el primer
paso para llegar a todo cuanto nos propongamos en la vida, pero ésta debe
entrenarse con sentido común, sin exigirle a nuestra mente misiones imposibles.
Podemos ser muy poderosos si nos entrenamos debidamente para ello, pero nunca
seremos super héroes. No nos marquemos metas imposibles, porque nos pasaremos la vida quemándonos para
no llegar nunca a ninguna parte. Seamos sensatos, dejémonos guiar por nuestras
mejores neuronas y arriesguémonos a dejar de hacer las cosas por inercia o por
rutina, para empezar a tomar el control de todo lo que hacemos y sentimos cada
día. Vivir es un privilegio que tenemos derecho a degustar como verdaderos
sibaritas, porque nuestra vida es el manjar más preciado que descubriremos
jamás.
Estrella Pisa
Psicóloga col. 13749
Comentarios
Publicar un comentario