Limpiando la Chimenea
Estamos asistiendo en los últimos años a una
campaña por la promoción de la salud y los hábitos saludables en la
alimentación que se ha convertido en viral. Anuncios continuos en la televisión
y en la radio, en revistas de toda índole, en redes sociales como Facebook o
Twiter, en webs, en blogs o en foros de internet.
De repente, parece que todo el mundo tiene
que hacerse consciente de la importancia de mantener a raya su tensión arterial
y sus niveles de colesterol y triglicéridos. Comer más frutas y verduras, menos
carne roja y más pescado azul, por su contenido en omega 3. También tiene que
calzarse las zapatillas de running y salir a correr cada día por algún parque o
apuntarse a un gimnasio, porque no estar en forma parece haberse convertido en
un pecado imperdonable.
Y es que aceptamos que se nos pueda enfermar
el estómago, nos podamos romper un brazo o con la edad perdamos visión
irremediablemente. Pero no toleramos la idea de que nos pueda fallar la mente.
Como si no fuese una realidad que nos falla a todos, todos los días, y que, en cualquier
momento, hasta el más lúcido se puede colapsar y quedarse atrapado en una
crisis de ansiedad, o una depresión, o una laguna de memoria, o un trastorno de
la respuesta sexual. Porque la mente es la que siempre acaba gobernándonos y,
por más que el cuerpo nos funcione perfectamente, si tenemos la mente saturada
o bloqueada, nuestros miembros no serán capaces de seguir a nuestra voluntad.
Fuese riguroso el análisis de Ana O. o
resultase un fraude, el caso es que no podemos obviar que los conflictos que no
expresamos se van quedando enquistados en un rincón de nuestra mente y, cuanto
más tiempo dejamos que pase, más difícil nos va a resultar superarlos y más
posibilidades tenemos de que el próximo conflicto al que tengamos que
enfrentarnos acabe acompañando al anterior en ese rincón olvidado que cada vez
irá creciendo más y presionará con más virulencia las paredes de nuestra
conciencia.
Nuestra mente tiene una capacidad ilimitada,
pero nos responde en función del modo como la hayamos entrenado. Si hemos
acostumbrado a nuestras neuronas a procesar las mismas rutinas todos los días,
ella se acaba habituando a poner el piloto automático y se permite estar en
stand by casi todo el tiempo. Sin darnos cuenta, la convertimos en una mente
sedentaria y vaga. El día que nuestra rutina se altera por un contratiempo con
el que no contábamos, nuestra mente tarda en reaccionar, porque sus reflejos se
han vuelto lentos y nosotros acabamos superados por las circunstancias. En
cambio, las personas que huyen de la rutina y se plantean cada día como un
nuevo reto, obligan a sus mentes a estar continuamente alerta porque, en cualquier
momento, pueden ser sorprendidas con un obstáculo inesperado en el camino. Esas
personas quizá tendrán más riesgo de sufrir una angina de pecho o un infarto,
pero sus mentes raras veces las dejarán tiradas.
Las personas tenemos por costumbre hacer
limpieza en las casas que habitamos y tirar las cosas viejas y las que ya no
nos sirven para hacerle sitio a nuestras adquisiciones nuevas. Porque un hogar
tiene que resultarnos acogedor y espacioso para no ahogarnos en él. Nuestra
mente también necesita sus espacios para no sentirse oprimida y para que
nuestras neuronas se puedan proyectar hacia distintas regiones cerebrales y
sinaptar unas con otras sin sentirse como en una lata de sardinas.
Nuestra mente es como esa chimenea que los
primeros psicoanalistas utilizaron como metáfora.
Para que esa chimenea funcione correctamente, el tubo que sube hacia el tejado debe estar libre de obstáculos. Si está atascado, la chimenea acabará funcionando al revés y, en lugar de dirigir el humo hacia arriba, lo escupirá hacia abajo y nos llenará la casa de él. Si no somos capaces de escupir todo eso que nos atormenta, tarde o temprano, nuestra vida se habrá reducido a aquello que nos obstinamos en reprimir y seremos incapaces de avanzar porque el denso humo no nos permitirá ver nada más.
Limpiemos esa chimenea, dejemos escapar por
ella a todos nuestros fantasmas y acostumbrémonos a fluir con el aire renovado
que entre por las ventanas de nuestra reformada mente para hacerla más
habitable y mucho más saludable.
Estrella Pisa
Psicóloga col. 13749
Comentarios
Publicar un comentario