Limpiando la Chimenea

Estamos asistiendo en los últimos años a una campaña por la promoción de la salud y los hábitos saludables en la alimentación que se ha convertido en viral. Anuncios continuos en la televisión y en la radio, en revistas de toda índole, en redes sociales como Facebook o Twiter, en webs, en blogs o en foros de internet.

De repente, parece que todo el mundo tiene que hacerse consciente de la importancia de mantener a raya su tensión arterial y sus niveles de colesterol y triglicéridos. Comer más frutas y verduras, menos carne roja y más pescado azul, por su contenido en omega 3. También tiene que calzarse las zapatillas de running y salir a correr cada día por algún parque o apuntarse a un gimnasio, porque no estar en forma parece haberse convertido en un pecado imperdonable. 

No cabe duda de que, en una sociedad como la nuestra, que siempre acaba imitando a la americana aunque con algunos años de retraso, y que en los últimos tiene un alto porcentaje de población con sobrepeso y más sedentarismo del saludable, tales medidas eran del todo necesarias y están dando buenos resultados. 

Pero, pese a que estemos aprendiendo a mantener a raya a nuestros cuerpos, ¿qué hay de nuestras mentes?

Estamos en el siglo XXI y le hemos perdido el respeto y el pudor a muchas cosas, pero la mente sigue siendo un tema tabú para demasiada gente. Cualquiera se atreve a recomendarnos que nos pongamos a dieta o que empecemos a hacer ejercicio, pero cuando a nuestro cuerpo no parece pasarle nada y lo que llevamos mal es lo que no pueden ver los demás, la historia cambia. Pueden pensar que necesitamos acudir a un psicólogo, pero siempre les costará expresárnoslo abiertamente. No sea que nos lo tomemos a mal, porque la locura sigue estando mal vista.

Y es que aceptamos que se nos pueda enfermar el estómago, nos podamos romper un brazo o con la edad perdamos visión irremediablemente. Pero no toleramos la idea de que nos pueda fallar la mente. Como si no fuese una realidad que nos falla a todos, todos los días, y que, en cualquier momento, hasta el más lúcido se puede colapsar y quedarse atrapado en una crisis de ansiedad, o una depresión, o una laguna de memoria, o un trastorno de la respuesta sexual. Porque la mente es la que siempre acaba gobernándonos y, por más que el cuerpo nos funcione perfectamente, si tenemos la mente saturada o bloqueada, nuestros miembros no serán capaces de seguir a nuestra voluntad.

Entre finales del siglo XIX y la primera mitad del siglo XX, el psicoanálisis se impuso en todo el mundo como un método de psicoterapia que revolucionó los cimientos de toda la sociedad victoriana, sacudiéndola violentamente y despojándola de toda la carga represiva que la caracterizó. A uno de los métodos que utilizaban los primeros psicoanalistas lo denominaron “limpieza de chimenea”. De él se valieron para abordar el famoso caso de Anna O. Una mujer que padecía histeria y que vivía atormentada por sus propios fantasmas. Se ha escrito mucho sobre ella, y en algunos casos se ha llegado a aventurar que Freud se inventó su caso para tratar de probar su teoría.
Fuese riguroso el análisis de Ana O. o resultase un fraude, el caso es que no podemos obviar que los conflictos que no expresamos se van quedando enquistados en un rincón de nuestra mente y, cuanto más tiempo dejamos que pase, más difícil nos va a resultar superarlos y más posibilidades tenemos de que el próximo conflicto al que tengamos que enfrentarnos acabe acompañando al anterior en ese rincón olvidado que cada vez irá creciendo más y presionará con más virulencia las paredes de nuestra conciencia.

Nuestra mente tiene una capacidad ilimitada, pero nos responde en función del modo como la hayamos entrenado. Si hemos acostumbrado a nuestras neuronas a procesar las mismas rutinas todos los días, ella se acaba habituando a poner el piloto automático y se permite estar en stand by casi todo el tiempo. Sin darnos cuenta, la convertimos en una mente sedentaria y vaga. El día que nuestra rutina se altera por un contratiempo con el que no contábamos, nuestra mente tarda en reaccionar, porque sus reflejos se han vuelto lentos y nosotros acabamos superados por las circunstancias. En cambio, las personas que huyen de la rutina y se plantean cada día como un nuevo reto, obligan a sus mentes a estar continuamente alerta porque, en cualquier momento, pueden ser sorprendidas con un obstáculo inesperado en el camino. Esas personas quizá tendrán más riesgo de sufrir una angina de pecho o un infarto, pero sus mentes raras veces las dejarán tiradas.

Las personas tenemos por costumbre hacer limpieza en las casas que habitamos y tirar las cosas viejas y las que ya no nos sirven para hacerle sitio a nuestras adquisiciones nuevas. Porque un hogar tiene que resultarnos acogedor y espacioso para no ahogarnos en él. Nuestra mente también necesita sus espacios para no sentirse oprimida y para que nuestras neuronas se puedan proyectar hacia distintas regiones cerebrales y sinaptar unas con otras sin sentirse como en una lata de sardinas.

Nuestra mente es como esa chimenea que los primeros psicoanalistas utilizaron como metáfora. 

Para que esa chimenea funcione correctamente, el tubo que sube hacia el tejado debe estar libre de obstáculos. Si está atascado, la chimenea acabará funcionando al revés y, en lugar de dirigir el humo hacia arriba, lo escupirá hacia abajo y nos llenará la casa de él. Si no somos capaces de escupir todo eso que nos atormenta, tarde o temprano, nuestra vida se habrá reducido a aquello que nos obstinamos en reprimir y seremos incapaces de avanzar porque el denso humo no nos permitirá ver nada más.

Limpiemos esa chimenea, dejemos escapar por ella a todos nuestros fantasmas y acostumbrémonos a fluir con el aire renovado que entre por las ventanas de nuestra reformada mente para hacerla más habitable y mucho más saludable.


Estrella Pisa
Psicóloga col. 13749

Comentarios

Entradas Populares