Ofertas y Demandas

Mucho antes de que los griegos y los fenicios llegasen a nuestras costas y nos instruyesen en la cultura del comercio, nuestros antepasados del Neolítico ya utilizaban el trueque para conseguir los productos que necesitaban y ellos mismos no podían producir o encontrar en su medio natural.

Una de las características que nos hace humanos es esa capacidad nuestra para comunicarnos con los demás e intercambiar todo tipo de recursos.

El hombre es un animal social que, difícilmente, podría sobrevivir aislado de sus iguales. Todos nos creemos muy independientes, pero no somos conscientes de lo dependientes que en realidad somos del trabajo y de los recursos que nos llegan a aportar los demás.

En un mundo cada vez más globalizado, en el que cualquiera de los productos que consumimos a diario puede proceder de la otra parte del mundo, dependemos cada vez más los unos de los otros. Tal como tenemos establecida la mayoría de nosotros nuestra vida, es del todo inviable que nos planteemos, siquiera, la posibilidad de ser autosuficientes.  

Ya no sería sólo un problema de tiempo, en el caso de que cada uno de nosotros tuviese que ponerse a cultivar o criar todo lo que después va a consumir o a elaborar su ropa, sus herramientas, sus muebles y otros enseres que se vea obligado a utilizar diariamente o incluso a levantar la casa en la que se disponga a vivir. Porque aun suponiendo que la persona en cuestión tuviese la voluntad de encargarse de todas esas tareas para no tener que depender de nadie más, se enfrentaría a un problema más serio que el tiempo: la falta de conocimientos y de aptitudes para llevar a cabo muchos de los pasos de su empresa.


Cuando acudimos a terceros para que nos proporcionen lo que necesitamos a cambio de dinero, no sólo estamos comprando un producto, sino también la experiencia y el tiempo de quien lo ha elaborado.  Es imposible que una misma persona pueda adquirir todos los conocimientos y pueda disponer de todos los recursos para llegar a producir todo lo que se compra y se vende cada día en el mundo. Por eso todos somos dependientes unos de otros y estamos a merced de la ley de la oferta y la demanda.  Pretender salir de esa dinámica es abocarse a una realidad hiperlimitada y muy peligrosa, porque el hombre no puede vivir desconectado de su entorno. Un entorno que se ensancha a pasos  agigantados y convierte a los individuos que se aíslan en piezas demasiado frágiles.

Una neurona que deja de sinaptar con sus vecinas, no tarda en degenerarse y muere. 
Las personas que se cierran en banda al contacto con los demás y que se niegan a depender de nadie, acaban reduciendo drasticamente sus recursos y su calidad y esperanza de vida degeneran, haciéndolas mucho más vulnerables a la enfermedad y a la muerte prematura.

Comunicarse es esencial para seguir avanzando en la vida. Establecer nuevos contactos, probar nuevas posibilidades o descubrir recursos que ni sospechábamos que podían estar a nuestro alcance son algunas de las opciones que nos ofrece el nuevo mercado global en el que estamos comprando y vendiendo cada día lo que producimos y lo que sabemos.  En esta nueva realidad, internet está jugando un papel fundamental y esto sólo es el principio.

Ahora, más que nunca, la ley de la oferta y la demanda está revolucionando todo el sistema de la interacción humana. La relaciones laborales, la política o la familia son ámbitos que se están viendo muy sacudidos por la irrupción de este nuevo paradigma. Porque las cosas ya no son como lo han venido siendo hasta hace unos años, ni nos sirven ya los mismos recursos. Ahora las circunstancias nos exigen respuestas más rápidas y actitudes más dinámicas. Ya no cuenta tanto lo que sabemos sino lo que podemos llegar a saber.  Desarrollar ese potencial que todos tenemos latente en algún rincón de nuestro cerebro se ha convertido en la primera prioridad a anotar en nuestra agenda electrónica. 



Hasta hace una o dos décadas, cuando alguien buscaba trabajo elaboraba un currículum y resumía en él su formación académica y complementaria, su conocimiento de idiomas y de diferentes herramientas informáticas, y su experiencia laboral.
Ahora ese mismo currículum ya no le abriría las mismas puertas porque al empresario que se dispusiera a contratarle ya no le podría bastar con lo que ese candidato hubiese hecho hasta ese momento, sino que tendría que demostrarle su disposición a seguir trabajando su potencial y resultarle creíble. 
En ese punto, la ACTITUD es fundamental.

Vivimos un momento difícil para los que buscan trabajo, porque en este mercado laboral actual, la demanda de trabajo es descomunal en proporción a la oferta del mismo por parte de las empresas. Hay que competir mucho más y prepararse más a conciencia cada entrevista y cada test a los que los candidatos acaban siendo sometidos. Y, aun en el caso de resultar seleccionado, lo que la empresa le exige al recién contratado trabajador es mucho más de lo que, en principio, está dispuesto a pagarle por sus servicios. El aspirante a la oferta de trabajo en cuestión siempre puede rechazarla y argumentar que él no ha invertido cuatro o seis años de su vida en una carrera para tener que aceptar ahora un salario tan precario. Pero esa opción tiene una consecuencia muy negativa para él, porque le acaba privando de acceder a una puerta de ese mercado laboral. Cuánto más tiempo retrase su incorporación a él, más difícil lo tendrá para empezar a desarrollar su potencial. 


Es duro tener que "venderse" por cuatro duros, pero siempre es preferible esa opción a quedarse de brazos cruzados en casa, dejando que todo lo aprendido en nuestra etapa formativa se nos vaya oxidando hasta que llegue el triste día que nos descarten en todas partes porque nos hemos quedado desfasados. El primer trabajo perfecto nunca ha existido para nadie. Quien más, quien menos, todos hemos tenido que empezar desde abajo, tuviésemos estudios o no. Pero eso no implica que, con el tiempo, el trabajador que demuestra lo que vale no pueda tener acceso a mejores oportunidades. De lo que se trata es de aprovechar la oportunidad de empezar y de mentalizarse de que ese puesto hay que ganárselo todos los días. Nadie tiene ya la silla adjudicada de por vida ni se va a quedar en ninguna empresa a menos que demuestre que sigue siéndole necesario.


Para resultar competitivas en el mercado de la aldea global, las empresas tienen que reducir costes e incrementar la productividad. Muchos confunden esa competitividad con nutrir a sus empresas de personas muy jóvenes y ambiciosas, con espíritu de lucha y faltos de escrúpulos a la hora de pasar por encima de quien sea para llegar a la cima de sus carreras. Eso implicaría que una importante franja de la población en edad laboral quedase excluida del mercado y, lejos de conseguir esa competitividad perseguida, nos encontraríamos con un incremento desproporcionado del desempleo y un aumento de las prestaciones del todo insostenible. Más cuando nos enfrentamos al hecho de que la esperanza de vida cada vez es mayor y las pensiones de jubilación se incrementan cada año.

La solución no pasa por excluir a nadie del mercado laboral, sino por el reciclaje de conocimientos, la formación permanente, la reeducación de las actitudes y la incentivación de la proactividad.

Hemos de mentalizarnos de que la vieja concepción que teníamos de los empresarios como patrones explotadores y de los trabajadores como pobres explotados no cabe en este nuevo paradigma del que formamos parte. Si queremos sentirnos personas del siglo XXI tendremos que dejar de hablar como nuestros antepasados de los siglos XIX y XX. 

Vivir no es gratis y todos dependemos de todos para seguir haciéndolo. Las empresas necesitan empleados para llevar a cabo sus proyectos y los empleados necesitan empresas que les sigan ofreciendo trabajo para llevar el dinero que precisan a sus casas. No deja de ser una relación comercial como cualquier otra: Tú trabajas tantas horas cada día y yo a cambio te pago tal salario. 

Otra cuestión importante a tener en cuenta es el establecimiento del tiempo que va a durar tal acuerdo entre las dos partes. A veces se tratará sólo de una necesidad muy puntual por parte de la empresa, otras se alargará más tiempo, pudiendo llegar a tener un carácter indefinido. Pero, en cualquier caso, eso no significa que tenga que durar toda la vida. Ya lo dice la palabra INDEFINIDO: no definido o lo que os lo mismo: tanto puede durar un día, como un año, tres años o llegar a jubilarse en la empresa. Pero eso, de entrada, lo desconocen tanto el trabajador como el empresario.

En un mundo tan cambiante y tan interdependiente como el que nos acoge, todos estamos sometidos a la influencia de demasiados factores que, sin que seamos conscientes de ello, acaban determinando día a día nuestras circunstancias. Pero no debemos agobiarnos más de lo que nos conviene si queremos conservar la salud y mantenernos en activo. 

En el mercado, la oferta y la demanda fluctúan continuamente, de manera que lo que hoy parece que no va a tener salida, mañana puede resultar el producto estrella de la temporada.

Todos poseemos un potencial que puede ser objeto de compra y de venta, porque todos somos únicos y, en cualquier momento, podemos toparnos con la persona que está buscando o necesitando lo que sólo nosotros le podríamos ofrecer. Sólo es cuestión de tiempo que su demanda y nuestra oferta coincidan en alguna ágora y lleguen a un acuerdo favorable a ambas partes.

Mientras tanto, no bajemos la guardia, mantengamos los ojos abiertos y no dejemos de labrar nuestro campo ni de sembrar en él nuevos descubrimientos ni de abonarlo con buenas dosis de actitud y de ganas de seguir creciendo y aprendiendo.


Estrella Pisa
Psicóloga col. 13749

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