Nativos, Inmigrantes y Analfabetos de la Era Digital

A medida que las nuevas tecnologías van irrumpiendo en nuestras vidas cada vez con más fuerza y abarcando mayor espacio, nos vamos habituando a utilizar nuevas palabras en nuestro vocabulario sin apenas esfuerzo. Hasta hace veinte años palabras como byte, megabyte, gigabyte, puerto USB, pen drive, drivers,  download, redes o networking, bluetooth o wifi nos hubieran sonado a chino, como vulgarmente se dice, a la mayoría de los que éramos jóvenes entonces y ya no hablemos de los que ya tenían una edad. Ahora, en cambio, las hemos acabado asimilando unos y otros hasta el punto de que nuestro día a día ya no sería lo mismo sin poder recurrir a lo que significan.

De la misma manera que se les ha puesto nombres a todos esos recursos que la tecnología nos ha ido ofreciendo, también se han encontrado formas de denominar a los distintos usuarios de estas tecnologías. Así, los que han tenido la oportunidad de nacer y crecer inmersos en ellas han pasado a ser bautizados como nativos digitales. Mientras que a los que nos encontramos con ellas por el camino, nos denominan inmigrantes digitales y los que nunca han consentido iniciarse en ellas pasarían a considerarse analfabetos digitales.


Siempre habíamos atribuído los conceptos de emigrante o inmigrante a aquellas personas que, por motivos económicos, políticos o de supervivencia, se veían obligadas a dejar su país por un tiempo o de forma definitiva para buscarse la vida en otro sitio. Su país de origen les denominaba emigrantes, porque eran los que se marchaban. El sitio al que llegaban les acogía con mejores o peores formas y les hacía un hueco en su sociedad, pero les consideraba y les sigue considerando inmigrantes, porque eran y siguen siendo los que llegaban de fuera.

En la era de las nuevas tecnologías, el mundo ya no puede delimitarse por fronteras físicas. Porque el espacio virtual es infinito y éste no distingue entre nacionalidades ni entre discípulos de diferentes credos, ni entre colores políticos. Sólo entiende de mentes conectadas a través de las redes. Los que son capaces de entender y usar ese nuevo lenguaje están dentro y los que se resisten a dejar de entender el mundo como una dimensión únicamente física y palpable quedan irremediablemente desterrados de ese nuevo paraíso. De entre los que estamos dentro, hay que distinguir entre nativos e inmigrantes. Los primeros son los dueños y señores de la situación y dominarán el territorio de ese universo digital que discurre paralelo al universo analógico en el que habíamos vivido tan limitados hasta hace apenas un par de décadas. Los segundos somos aquellos que hemos aprendido en los dos universos y nos hemos visto obligados a convergerlos en nuestras mentes para lograr mantenernos a flote en un mundo mucho más abstracto y complejo que no tiene nada que ver con el que nuestros antiguos maestros imaginaron que nos encontraríamos. Siempre nos hablaban de lo que nos depararía el futuro en el año 2000. El cambio de siglo y de milenio al que llegaríamos a los 32 años. Pero nunca nos advirtieron que tendríamos que aprender a trabajar con un ordenador y dejar de escribir cartas en papel para habituarnos a comunicarnos por e-mail. Tampoco podían imaginar la revolución que el nuevo milenio supondría para la telefonía. Si nos hubiesen dicho que tendríamos teléfonos móviles que podrían hacer prácticamente de todo, o que podríamos realizar video-llamadas por skipe o utilizar dispositivos de realidad virtual para aprender a conducir o a superar fobias, simplemente, habríamos pensado que teníamos por maestro al profesor chiflado.

Ellos no podían adivinar que el tren de los cambios pasaría tan rápido por nuestras vidas y resultaría tan transgresor. Por eso seguían insistiendo tanto en inculcarnos aquello de “la letra, con sangre, entra”. Por el mismo motivo, las lecciones tenían que seguir aprendiéndose de memoria y los temarios de las asignaturas seguían estando cerrados a cal y canto. Porque la improvisación hubiera sido considerada en aquellos años un acto de rebeldía y la promoción del sentido crítico en los alumnos una insubordinación que le habría podido costar el puesto a cualquier profesor de la época.

A finales de los ochenta, nos lanzamos a la vida con el bagaje aprendido en las clases analógicas y creyendo que lo sabíamos todo, cuando en realidad, sabíamos bien poco. Y por el camino de las cuestas para llegar a fin de mes nos arroyó la erupción de la era tecnológica y tuvimos que agarrarnos bien fuerte para que no nos sepultase bajo su lava incandescente. Los que fuimos capaces de abrir la mente y reservar un espacio en ella para que se acomodasen todos los elementos nuevos que nos íbamos encontrando por el camino, logramos sobrevivir y traspasar la frontera que daba entrada al mundo digital. Pero en ese nuevo mundo, sabemos que nunca dejaremos de ser unos inmigrantes. Algunos muy avanzados, otros más modestos. Pero inmigrantes todos. Porque no nacimos ni nos criamos en él. Otros tuvieron mucha peor suerte y fueron sepultados por la lava del volcán, condenados de por vida a vivir como analfabetos en el mundo de las pantallas digitales, de los whatssaps y de las redes sociales.

Al ritmo tan vertiginoso que avanza la tecnología, no es extraño esperar que en muy poco tiempo, todo lo que hoy usamos a diario perderá vigencia y tendremos que sustituirlo por nuevos dispositivos capaces de revolucionar de nuevo, una y mil veces, nuestras rutinarias vidas. 

Ya no se trata de estar a la última moda, sino de estar alerta y no perder el próximo tren si lo que queremos es seguir manteniéndonos a flote en un mundo cada vez más poliédrico y con más realidades paralelas entrelazadas.


Estrella Pisa
Psicóloga  col. 13749

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