Reinventándonos para Sobrevivir
En las últimas dos décadas, todos los que usamos a diario las
nuevas tecnologías nos hemos habituado a activar anti-virus, hacer limpieza de
archivos, descargar e instalar actualizaciones, resetear el ordenador
cuando se nos queda bloqueado, hacer copias de seguridad o incluso a
llegar a la opción de reformatear el disco duro cuando la situación se presenta
muy crítica y, ante el peligro de perder la funcionalidad del ordenador,
decidimos perder gran parte de su contenido para salvar lo que se pueda salvar.
Es como cuando se declara un incendio en una casa y, en pocos segundos, sus
moradores tienen que decidir si salvan sus cosas materiales o salvan la vida.
Las cosas siempre se pueden volver a comprar, los contenidos
de nuestro ordenador que no habíamos tenido la precaución de copiar en discos
externos siempre se pueden volver a crear, aunque distintos. Pero la vida es
irreemplazable. Es lo único que traemos con nosotros al desembarcar en este
mundo y lo único que nos llevamos cuando llega el momento de abandonarlo.

A veces nos sentimos tan saturados de mundo y de personas que
nuestra mente, sencillamente, decide plantarse y dejarnos colgados. Son esos
momentos en que todo parece haberse confabulado para salirnos mal, porque no
damos ni una. Y lo que menos soportamos es que los demás empiecen a atacarnos
con las típicas preguntas de “qué nos pasa hoy” y los típicos reproches del
tipo “estás bajando el rendimiento”. Nos disgusta sobremanera esta reacción en
los otros, porque sentimos que estamos al límite y que ya no podemos soportar
más carga de trabajo o de preocupaciones, mientras ellos se nos antoja que
están pasando el rato sin implicarse ni la mitad de lo que lo hacemos nosotros.
No entendemos que, pese a esa evidencia, sean ellos los que nos reprochen que
no estemos al cien por cien.
Esta situación tiene mucho que ver con el modo cómo
gestionamos nuestro estrés cada vez que nos enfrentamos a un problema o a
diferentes situaciones que requieren más implicación por nuestra parte.
Acostumbramos a hablar del estrés en negativo, pero cierto
tipo de estrés puede resultarnos muy saludable. Pretender vivir una vida sin
tensiones sería como soñar con habitar un cuento de hadas sin tener en cuenta
el detalle de que, en todos ellos, sus personajes buenos tienen que librar
duras batallas con los personajes malos. La paz idílica que evocamos siempre,
de ser posible, nos sumiría a todos en un estado de aletargamiento que nos
haría parecer más muertos que vivos.
¿Alguna vez nos hemos preguntado por qué las películas, las
novelas o los cuentos acaban justo cuando todos los problemas han quedado
resueltos para sus personajes?
Una posible respuesta sería que seguir contando una historia
en la que ya se han alcanzado las metas propuestas resulta aburrido incluso
para su autor. Otra opción de respuesta sería hacer creer a los lectores que el
tiempo se puede detener justo en el momento cumbre del éxtasis. Algo
inviable en la vida real, pero siempre posible en la ficción.
La vida no se puede quedar en stand by, ni tampoco
pueden dejar de sucederse en ella sus complicaciones, sus obstáculos, sus
conflictos. Porque estar vivo implica superarse día a día, a base de aprender
del esfuerzo realizado y de las heridas que nos van cicatrizando. Para seguir
caminando y enfrentándonos a todo lo que nos va saliendo al paso, necesitamos
de esa dosis de estrés diaria que es la que nos empuja hacia adelante y a creer
que podemos con todo, aunque no siempre sea así.
En 1936, el endocrinólogo canadiense Hans Seyle describió el
denominado SÍNDROME GENERAL DE ADAPTACION para explicar el comportamiento del
cuerpo humano ante situaciones estresantes. Este síndrome consta de 3 fases
bien diferenciadas.
La primera es la REACCION DE ALARMA. Ante la aparición de un problema o de una amenaza con la que no contábamos, todos los sistemas de nuestro organismo se ponen en guardia para tratar de hacerle frente. Se nos dispara la adrenalina, inyectándonos una fuerza extra que nos hace creer capaces de superar cualquier cosa. En muchas situaciones ese ponernos en guardia a tiempo puede salvarnos la vida cuando nos hace reaccionar justo antes de que ocurra el peligro (evitar un atropello, lograr huir de un incendio o esquivar una bala del enemigo cuando se está en medio de una batalla).
La segunda fase es la de RESISTENCIA. En ella es donde empiezan verdaderamente los problemas, porque no es lo mismo que se nos active el cuerpo en una situación puntual que requiera del impulso que nos proporciona esa dosis extra de adrenalina para superarla con éxito, que llegar a habituarnos a tener que prolongar esa activación durante todos los días sin procurarnos el debido descanso ni bajar la guardia. Nuestro cerebro y nuestros músculos empiezan a saturarse y empezamos a cometer errores de los que nos negamos a ser conscientes. Pero los que conviven con nosotros y los que tienen que soportarnos en el trabajo los acusan de inmediato. Porque si les tenemos acostumbrados a ciertos detalles todos los días, lo más probable es que lleguen a dar por hecho que les tratas así de bien porque ellos lo valen y no te darán nunca las gracias. Pero el primer día que te olvides de agasajarles, no perderán la ocasión de reprochártelo.
La última fase es la de AGOTAMIENTO o ADAPTACION.
En el primer
caso, la persona llega a sentirse totalmente superada por los acontecimientos.
El trabajo, sus problemas familiares o sus dificultades económicas llegan a
pesarle tanto que se siente incapaz de seguir batallando para resolver lo que
empieza a considerar que no tiene solución. Llegados a esta fase, es muy
probable que toda esa tensión acumulada se haya traducido en graves problemas
de salud: hipertensión, adicciones diversas para aguantar mejor el estrés
(barbitúricos, excitantes, relajantes, alcohol, cocaína, etc), ansiedad,
depresión, trastornos psicosomáticos como dermatitis, asma o colon irritable,
problemas cardiovasculares, migrañas, etc. Muchos de estos casos acaban con
abandono del trabajo, divorcios e incluso intentos de suicidio. En la
opción de la adaptación la situación cambia del todo. La persona ha sabido resistir
durante un tiempo indeterminado los envites de la adversidad, pero no ha
permitido que éstos la derribasen. Se siente cansada, pero lejos de dejarse
amedrentar por el victimismo, ha ido tratando de asimilar todo lo que le ha
ocurrido y ha decidido quedarse con la parte positiva de todo ello. Ha
aprendido que no debe preocuparse más de lo debido por nada ni por nadie y que,
incluso los malos momentos, tienen fecha de caducidad. Ha crecido con la
adversidad y se ha hecho más fuerte. En cuanto descanse un par de días se
sentirá renovada y capaz de asumir nuevos retos. Es probable que siga teniendo
el problema que la llevaba a estresarse tanto, pero ahora no lo ve como una
dificultad, sino como un reto. Se ha adaptado a su nueva realidad y si ha
podido hacerlo es porque ha decidido cambiar su actitud.
Si no puedes con tu enemigo, únete a él. ¿Cuántas veces no lo
habremos oído?
No se trata de empezar a comulgar con aquello que no
soportamos, sino de cambiar nuestra actitud hacia todo ello, reinventándonos
cada día y aprendiendo a bailar con todo lo que nos pasa poniendo nuestra mejor
sonrisa, pero también leyendo entre líneas, separando el grano de la paja
y distinguiendo lo importante de lo que no lo es.
A veces confundimos la idea de reinventarse con la de cambiar
nuestro entorno o nuestras relaciones. Una persona decide cambiar de casa
huyendo de los fantasma que asegura la persiguen por la casa actual. Pero
no se da cuenta de que esos fantasmas no habitan la casa, sino su cerebro y
que, una vez haya concluido su mudanza, la seguirán acosando, a menos que
decida hacerles frente cambiando de actitud. Otra persona puede decidir dejar a
su pareja y empezar a convivir con alguien nuevo, pero cambiar de pareja
no cambiará en nada su vida si sigue comportándose del mismo modo en que lo
hacía cuando compartía su vida con la anterior. Es muy frecuente oír a
muchas personas quejarse de aquello de “tropecé de nuevo y con la misma
piedra”, sin querer darse cuenta de que las piedras no están en el camino
que tiene por delante, sino que se le van cayendo de su propio bolsillo. Porque
para reinventarse hace falta el coraje de aprender a desprendernos de lo que ya
no nos sirve.
La mente de los 20 años no puede ser la misma de los 40 ni de
los 60, pues los conocimientos y las experiencias que vamos acumulando en cada
etapa de la vida, van modificando nuestras concepciones sobre la vida y sobre
nuestro entorno. Del mismo modo, nuestras necesidades también van variando y lo
que nos podía parecer esencial en las primeras etapas se nos puede antojar de
lo más superfluo en las siguientes.
Las situaciones de estrés son una realidad que no
podemos eludir en ninguna etapa de la vida, pero siempre podemos decidir cómo
afrontarlas y cómo darles la vuelta para que, lejos de perjudicarnos, nos
puedan acabar reportando beneficios insospechados.
A veces hay que caer para tener la oportunidad de mirar desde
abajo y poder analizar los pequeños detalles que no advertimos cuando estamos
arriba.
A veces hay que perderlo todo, incluidas las propias fuerzas, para descubrirle un nuevo sentido a todo y volver a empezar partiendo de cero, aunque con un bagaje impagable de todo lo anteriormente vivido.
Para reinventarse no hace falta cambiar de trabajo, ni de
casa, ni de pareja, ni de país.
Basta con cambiar el ángulo desde el que divisamos lo que nos
va ocurriendo en la vida, basta con dejar de quejarnos por lo que no hemos
alcanzado y con concentrarnos en horizontes que nos resulten más factibles y
más económicos en esfuerzos.
Vivir no tiene por qué convertirse para nadie en una
experiencia dura de pelar y, si realmente es lo que nos parece, quizá
deberíamos plantearnos si estamos utilizando la herramienta más adecuada para
pelar con ella nuestra vida.
Instalémonos nuevas actualizaciones y hagamos limpieza de
conceptos equivocados, de enseñanzas obsoletas que quizá les sirvieron a
nuestros padres y abuelos, pero nunca nos servirán a nosotros. Abramos las
ventanas de nuestros espacios cerebrales y dejemos que discurra entre sus
circunvoluciones el aire limpio que ahuyente cualquier sombra de los fantasmas
que cada uno podamos llevar años manteniendo como molestos okupas. Pasémonos un
potente antivirus que mantenga a raya nuestras más secretas obsesiones y
despeje de nuestro camino las trampas que nos tienden a diario nuestras
distorsiones cognitivas.
Reinventémonos, una y las veces que haga falta. Atrevámonos a convertirnos en esa persona que nos gustaría conocer y quizá lograremos atraer todo lo bueno que llevamos tanto tiempo echando en falta.
Estrella Pisa
Psicóloga col. 13749
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