Rompiendo Moldes

La vida no entiende de planos ni sabe andar por caminos rectos. Pese a esa evidencia, ¿cuántas veces no habremos oído quejarse a los padres primerizos de que sus niños les hayan llegado sin manual de instrucciones?

Tan acostumbrados estamos a la existencia de tales manuales para instruirnos en el uso de cualquier herramienta, máquina o mueble que montamos, que llegamos a dar por hecho que deberían existir manuales para todo. Aunque, paradójicamente, la mayoría de nosotros luego nos los saltamos y empezamos a manipular esas máquinas o a montar esos muebles de forma intuitiva. Y nos equivocamos, y maldecimos a los padres de tal invento y tenemos que desandar el camino andado y volver a empezar.

Al final, a veces hasta nos rendimos y echamos mano a ese manual que parece estar escrito en una lengua extraña porque pocas veces nos resulta ameno ni esclarecedor. ¿Por qué somos así de contradictorios? Tal vez porque somos humanos y nos gusta aprenderlo todo por nosotros mismos, darnos cuenta del porqué de cada cosa experimentándola en primera persona, elegir nuestra propia ruta para llegar quizá a la misma meta que otros nos han trazado, pero disfrutando de lo que hayamos podido captar con nuestros propios sentidos y no con lo que captaron otros, en otro tiempo, en otras circunstancias y en otra vida.

Escultura Freedom de Zenos Frudakis, en Filadelfia
Antes de llegar a ser las personas que somos, todos hemos tenido que empezar a recorrer nuestro singular camino partiendo de cero y hemos tenido que aprender muchas cosas que no siempre nos han resultado interesantes ni útiles. Buena parte de ese aprendizaje lo hemos hecho durante la niñez. Una década prodigiosa en la que todo está por descubrir y por experimentar y en la que han tratado de inculcarnos los cimientos de lo que se supone que teníamos que pensar y sentir. Pero nuestros progenitores y maestros pasaron por alto un detalle importante. En su empeño de enseñarnos todo lo que ellos creían que debíamos aprender para seguir los caminos de la vida que ellos creían rectos, se olvidaron de que los niños no aprenden igual que los adultos. Los niños, para motivarse en el aprendizaje de cualquier materia, primero tienen que sentir que ésta les sorprende y les anima a adentrarse en ella con espíritu de aventureros.

La rutina y el aburrimiento de los métodos convencionales no motivan en absoluto las ganas de aprender. Las rutas trazadas de antemano no resultan interesantes, porque ya se conocen sus características desde antes de empezar a andar. Es como en los viajes organizados, donde un grupo de viajeros que no se conocen de nada sigue continuamente a un guía que les explica la versión de la historia que a cada ciudad de las que visitan les interesa vender a los turistas, independientemente de que sea cierta o no. Eso no tiene nada que ver con viajar de verdad, con aventurarte a descubrir una ciudad de la que no sabes nada y descubrir sus tesoros escondidos a medida que ellos mismos se van desvelando ante tus ojos y te llaman para que te maravilles con ellos.

A los niños también les encanta aprender por el método del descubrimiento, como muy bien defendió Ausubel. También les gusta aprender mientras juegan, dándole la vuelta a las versiones oficiales que les explican, formulando preguntas atrevidas y haciendo propuestas intrépidas.

Casi todos los niños disfrutan los días que van de excursión, porque la oportunidad de salir de las aulas les promete aventura, novedades, cambio en definitiva. Lo nuevo siempre atrae más que lo conocido.

Muchas veces los padres y maestros acostumbran a quejarse de que, basta que les prohíban alguna cosa a los niños, para que aún incrementen su frecuencia. A los niños les atrae lo prohibido, lo que tiene límites, porque  su mente está en continua expansión y huye de los espacios reducidos, de lo convencional, de las fronteras. Si les llevamos al campo y les obligamos a no apartarse del sendero marcado, no tardaremos en perderlos de vista porque se nos escaparán por el primer atajo que descubran entre la maleza. Porque, como la vida, ellos tampoco entienden de caminos rectos ni de mapas. Ellos se guían por sus emociones y por sus ansias de descubrirlo todo, de sentirlo todo y de disfrutar de sus propias experiencias.

Llegada la adolescencia, algunos sucumben a la presión ejercida por quienes insisten en obligarles a seguir los caminos rectos y los dictados de la vida convencional y aburrida que han ideado para ellos. A cambio les prometen una seguridad económica que no siempre se cumplirá y una vida regalada que muchas veces se les antojará como una herencia envenenada, porque ningún privilegio es lo bastante bueno para que nadie pierda por él su libertad.

Otros, pese a la presión y las primeras decepciones, lograrán romper los moldes que sus padres y maestros habían creado para educarles bajo sus mismas formas. Apostarán por convertirse en los dueños únicos de sus vidas y echarán a andar por todos los atajos que les apetezca, bebiendo de todas las fuentes que encuentren a su paso y decidiendo su particular hoja de ruta a medida que la vida les vaya sorprendiendo en cada recodo del camino, en cada abismo o en cada puesta de sol.

De sus moldes rotos surgirán personas mejores o peores que las que se empeñan en buscar caminos rectos, que cuando menos se lo esperan, se les tuercen y les abocan al fracaso. Pero sin duda esas personas que desafíen lo que estaba establecido de antemano para ellas, acabarán siendo personas mucho más seguras de sí mismas y se sentirán bastante más satisfechas de sus vidas, independientemente de lo que les haya acontecido en ellas.

El fracaso y el éxito son dos momentos muy efímeros que forman parte de la vida y nos esperan a todos en algún punto de nuestros atajos o nuestros caminos rectos. Lo que cuenta es la trayectoria de cada uno, lo que hayamos disfrutado de nuestra andadura y cómo nos hayamos sentido mientras caminábamos.

Vivir una vida trazada por otros, calcada a la suya o a la que ellos no pudieron tener, es como representar un papel en el teatro o en el cine cuando sabes de sobra que no eres actor ni actriz. La vida es un regalo demasiado valioso como para rechazarlo de una manera tan absurda y tan cobarde.

Rompamos nuestro molde y atrevámonos a liberar a las personas que realmente escondemos en su interior.


Estrella Pisa

Psicóloga col. 13749

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