Despejando la Incógnita
Cuando, en el colegio, aprendíamos a desenvolvernos con las
primeras ecuaciones, nuestros maestros de matemáticas nos explicaban que lo
esencial era despejar la X y hallar su valor. Por complicados que se plantearan
los distintos problemas que nos ponían como deberes para resolver en casa, el
primer paso siempre debía ser el mismo: despejar la incógnita.
En la
vida real, ésa en la que hemos ido descubriendo que los problemas nunca están
tan bien enunciados como en los libros de texto ni se nos muestran de antemano
todas las variables implicadas, encontrar el valor de X resulta muchas veces
una odisea tan tediosa como la de buscar una aguja en un pajar.
La vida
es de por sí muy compleja y, a medida que vamos ascendiendo por la espiral de
la evolución nos la vamos complicando más, casi sin darnos cuenta. Cuanto más
simple es un organismo, menos variables intervienen en sus problemas. Pero,
cuanto más conocimiento adquirimos, más necesidad tenemos de seguir indagando,
descubriendo, cuestionándonos lo adquirido y cuestionando a los demás. Eso
implica una mayor dificultad a la hora de establecer nuevas relaciones con los
otros o con la que podría convertirse en nuestra pareja. Cuanto más nos
exigimos a nosotros mismos, más le exigimos a las personas con las que
interactuamos y más complejo resulta el mundo que construimos a partir de esa
interacción con ellas.
Tienen
razón nuestras madres y nuestras abuelas cuando aventuran que, en comparación
con el mundo de hoy, el suyo era más sencillo y la gente parecía tener las
cosas más claras en él. Aunque también es verdad que aquel mundo suyo también
resultaba bastante más gris y deprimente para muchos de sus protagonistas. La
gente se enamoraba y decidía pasar el resto de su vida con la persona elegida.
Si le salía bien, conseguía vivir semi-feliz unos años hasta que quedaban
atrapados en el aburrimiento y la desidia de una vida sin sobresaltos, sin un
ápice de aventura ni de riesgo. Si le salía mal, sufrían lo indecible porque
sus propias familias eran las primeras en castigarlas con la tan repetida
frase: “Ya te lo advertí”, pero no les mostraban ni la más mínima intención de
apoyo. Porque la separación del matrimonio era entendida como una desvergüenza
y la gente decente tenía la obligación de callar y aguantarse con las
consecuencias de su suerte. La persona que decidía saltarse aquellas
advertencias e intentaba deshacerse de sus cadenas, era considerada una
“persona non grata” para su familia y para su círculo de amistades.
Aquella
sería una sociedad más simple que la de ahora, pero era también una sociedad
muy cruel y muy asfixiante, en cuyas cloacas se cometían todo tipo de atentados
contra esos diez mandamientos de la ley de Dios que todos parecían defender con
tanto celo a la luz del día.
La
sociedad de hoy es muy diversa y tiene muchas incógnitas, pero tiene ojos y
oídos por todas partes, incluso en sus cloacas. Lejos de esconderse de la luz,
la gente airea sus miserias en la televisión, en redes sociales y en canales de
youtube en internet. Lo que en décadas anteriores era motivo de escándalo
para las familias, ahora a muchas de ellas les da de comer y les proporciona un
nivel de vida que ni hubieran soñado. La gente superficial de vida fácil se ha
convertido en una especie de modelo a seguir por muchos jóvenes que aún no han
descubierto qué quieren hacer con sus vidas. En décadas pasadas, muchos
adolescentes soñaban con llegar a la universidad o con comprarse su primera
moto o su primer coche. Ahora muchos sueñan con entrar en el programa “Gran
Hermano” o con participar en “Mujeres y Hombres y viceversa”. Hay quien estudia
esos programas como si de un máster se tratase para aprender todas las
estrategias que funcionan de cara a captar más audiencia. ¿Nos estamos
volviendo todos locos? No, simplemente, todos intentamos seguir yendo un paso
por delante para encontrar nuestro lugar en el mundo.
Unos lo
hacen con más acierto que otros, siguiendo a modelos realmente ejemplares.
Otros lo hacen equivocándose de espejo y perdiendo unos años preciosos en la
persecución de sueños tan imposibles como insulsos y otros lo consiguen
poniéndose el mundo por montera y vanagloriándose de haberse reído de todo un
país al que han estafado hasta la saciedad con sus prácticas de corrupción, sus
puertas giratorias y sus cuentas en paraísos fiscales.
Pero, al
margen de las conductas de muchos de los que han elegido la política o la
televisión para encontrar su lugar en el mundo, la mayoría de la población
busca ese lugar en el trabajo o en los estudios, otros en el deporte o en otros
hobbies, algunos en la familia y los que menos en el culto a lo superficial y
lo efímero. Siempre ha habido personas que han huido de las rutinas que
parecían tomar todos sus conocidos. Chicos y chicas que, huyendo de la idea de
casarse y tener hijos, prefirieron dedicarse a otras muy variadas artes, como
el teatro, la pintura, la música, la poesía, la danza, el cine, la moda
o, simplemente, acabaron convirtiéndose en musas de otros artistas. Gracias a
todos ellos y a todas ellas, tenemos una historia del arte y de la literatura
tan brillante como fructífera.
Las vidas
corrientes y rutinarias no le sirven a la historia para escribir sus páginas ni
para ilustrar ejemplos que puedan impulsar en las generaciones venideras el
propósito de seguir explorando nuevos caminos que les descubran nuevas
incógnitas por despejar.
Mientras
seamos capaces de mantener encendida la antorcha que nos permita adentrarnos en
todo lo que aún permanece escondido a nuestros ojos y a nuestro entendimiento,
nuestra especie seguirá viva y en constante evolución. Cada vez nos haremos más
complejos y nuestras neuronas serán más selectivas y exigentes a la hora de
relacionarse con sus vecinas, porque cuanto más conocimiento acumulemos menos
nos conformaremos con cualquier evidencia. Necesitaremos que los otros utilicen
mejores argumentos cada vez que pretendan convencernos de algo y tendremos
mejores y más efectivos recursos para responder con una negativa. Aprender a
decir que NO siempre ha sido una de nuestras asignaturas pendientes. En el
futuro, veremos que cada vez lo iremos teniendo más fácil en ese aspecto, pero
se nos abrirán otros frentes ante los que tendremos que ensayar nuevos recursos
que hoy aún no sabemos que tenemos. Porque, recordemos, que de las
posibilidades reales de nuestra mente, sólo nos estamos autorizando a utilizar
una mínima parte. A medida que sigamos evolucionando, nos iremos permitiendo
ampliar esa autorización y descubriremos, maravillados, que disponemos de
respuestas para muchas de las eternas preguntas que nos llevamos haciendo desde
siempre.
Muchas de
nuestras incógnitas pendientes de despejar tienen guardada su respuesta en
cualquier minúsculo ángulo de nuestros lóbulos cerebrales. Lo único que tenemos
que hacer para dar con ellas, es seguir manteniendo encendido el fuego de
nuestra particular antorcha y seguir indagando en nuestras profundidades más
recónditas, cual Indiana Jones tras la incógnita perdida.
Estrella
Pisa
Psicóloga col. 13749
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