Poderes y Quimeras
Más a menudo de lo que seguramente nos gustaría reconocer,
todos nos sentimos vulnerables. Vivimos en un mundo gobernado por los
resultados y parece que poco más importa. Las personas somos meros instrumentos
para alcanzar esos objetivos que nos imponen otras personas que ostentan más
poder, que tienen mejores contactos y, por supuesto, mucho más dinero.
Acostumbramos a caer en la trampa de soñar con cambiar el
sistema cada vez que hay elecciones y se presentan a ellas candidatos nuevos,
aunque ostentando banderas que ya están demasiado ajadas por el tiempo, pues
representan las viejas quimeras de la igualdad, la justicia social, la
honradez, la libertad o la verdadera democracia. Bellas palabras para definir
lo inexistente, porque ya han intentado existir y han fracasado
estrepitosamente. Porque teorizar un mundo mejor es muy fácil, pero intentar
construirlo siempre se convierte en una misión imposible, porque nos olvidamos
de los muchos intereses creados para que las cosas nunca cambien. No basta con
derrocar unos gobiernos y poner otros en su lugar. Los gobernantes siempre
tienen las manos atadas por aquellos que los sostienen en sus semitronos. Eso
explica por qué todos los buenos candidatos pre-electorales acaban convertidos,
a ojos de muchos, en pésimos presidentes, sean del color que sean y ostenten la
bandera que ostenten.
El poder siempre es relativo. Se le atribuyen unas
funciones que, quizá, no le corresponden a la persona que lo ostenta de cara a
la galería, sino a quienes le apoyan en la sombra. Pero al pueblo llano siempre
le es más fácil arremeter contra el que da la cara, como si realmente un solo
hombre o un solo partido político pudiesen tener de verdad tanto poder.
No son ellos los que apartan a los jueces de la judicatura,
ni vetan a sectores emergentes en beneficio de otros que se van quedando más
obsoletos. Tampoco son ellos los que deciden salvar bancos para dejar caer a
las familias, ni los que seleccionan a dedo para puestos de relevancia a sus
ángeles caídos en desgracia al desvelarse sus incompetencias o sus fraudes. Es
el propio sistema en el que todos nos movemos como piezas sustituibles de sus
engranajes el que comete todas esas tropelías. Todo forma parte de un plan
perfectamente organizado para mantener la competitividad de los mercados
bursátiles y las economías de las grandes empresas que son quienes, de verdad,
dirigen la suerte del mundo en el que vivimos.
Las personas que ocupan la silla del poder son importantes
mientras sirven a los intereses de aquellos que, de verdad, tienen el poder de
mantenerles o quitarles de en medio. Esta movida no distingue entre las viejas
derechas o izquierdas. Hay millonarios y personas muy pobres en ambos extremos.
Tampoco distingue entre lo legal y lo ilegal, lo políticamente correcto o
lo deleznable. El dinero poco tiene que ver con la ética ni con la moral. Hay
que hacerlo crecer a base de invertir en las burbujas de turno, aunque ello
conlleve la ruina para mucha gente. Las víctimas que van dejando por el camino
son consideradas simples daños colaterales, meros peones que se mueven por una
tabla de ajedrez siniestra en la que se dejan la vida por defender a su reina o
a su rey, que se erigen victoriosos sobre un montón de cadáveres de incautos
que nunca supieron de qué iba en verdad la movida por la que lo han
perdido todo.
En 1960, el economista francés François Perroux escribió este
texto, que pese al tiempo transcurrido, podría parecer que la escribió ayer
mismo:
“Se cree morir por la clase, se
muere por las gentes del Partido. Se cree morir por la patria, se muere por los
Industriales. Se cree morir por la Libertad de las personas, se muere por la
Libertad de los dividendos. Se cree morir por el Proletariado, se muere por su
Burocracia. Se cree morir por orden de un Estado, se muere por el orden que lo
sostiene. Se cree morir por una nación, se muere por los bandidos que la
amordazan. Se cree…pero, ¿por qué creer en una oscuridad tal? ¿Creer? ¿Morir?….
¿Cuándo se
trata de aprender a vivir?"
François Perroux
Su última
frase es la más importante de su cita, porque le da la vuelta a la situación
planteándonos la posibilidad de darle un nuevo sentido a nuestras vidas. No
hemos de conformarnos con seguir siendo meros peones que sacrificar ni simple
carnaza con la que se alimenten los buitres que nos amenazan con incumplir las
reglas de un juego que nos hacen creer que tenemos perdido ya antes de empezar
a jugar. No hemos de centrar nuestra vida en la necesidad de perderla por
supuestas buenas causas, sino simplemente en vivirla, en degustarla en cada uno
de sus momentos y sus pequeños detalles.
Es
absurdo batallar en el intento de cambiar lo que no depende de nosotros.
¿Cuánta sangre no se habrá derramado en las incontables guerras que los humanos
hemos librado unos contra otros? ¿Cuánta muerte y cuánta desdicha no habremos
sembrado entre todos nosotros sólo por dejarnos arrastrar por los intereses de
otros que ni siquiera sabían de nuestra existencia? Porque para ellos sólo
éramos parte de su solución, daños colaterales más que asumibles por sus
oscuras conciencias.
Nuestra
vida es lo más valioso que tenemos y no deberíamos venderla a tan bajo precio
ni menospreciarla malgastándola en amarguras y obsesiones del todo evitables.
Centrémonos
en lo importante, en lo imprescindible, y dejemos las contiendas para quien no
tenga nada mejor o peor que hacer.
Somos
meras piezas de los engranajes de un sistema en el que poco podemos decidir,
pero en nuestra mente, seguimos teniendo el poder de decidir cómo nos tomamos
todo cuánto nos va pasando en la vida y somos totalmente libres de ejercerlo y
de construirnos un micro universo en el que nos podamos sentir más libres,
menos coaccionados y, sobre todo, mucho más felices.
Estrella Pisa
Psicóloga
col. 13749
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