Atreviéndonos a Decir No

Una de las primeras cosas que aprenden los niños en su interacción con los adultos es a negar con la cabeza y a decir que no a todo lo que no les convence. A veces lo hacen  sistemáticamente, porque les divierte ver cómo sus sufridos padres o sus cuidadores pierden los nervios, después de haber ingeniado mil formas distintas de convencerles de que se tienen que bañar, tienen que comer un poco más de sopa o se tienen que ir a dormir.


A los niños se les consiente que sean naturales y que expresen lo que verdaderamente sienten y desean, simplemente porque son niños y aún están asilvestrados. Pero, a medida que crecen y se les van imponiendo las normas y pautas a seguir, tanto en el ámbito familiar como en el escolar, se les van recortando las alas y se les intenta enseñar a ser “políticamente correctos” en cualquier situación. Muchos de ellos seguirán haciendo su santa voluntad y diciendo que no a todo lo que no les satisfaga. Pero siempre habrá muchos otros que acabarán claudicando y optarán por no complicarse la vida con sus mayores. Sin darse cuenta, estarán renunciando a su libertad a cambio de una tranquilidad engañosa y llena de trampas de las que les será muy difícil salir en el futuro.

Pecar de ser diferente a las demás ovejas del rebaño tiene muchas ventajas para  cualquier individuo, pero también le puede llegar a poner en muchos aprietos. Porque le toca dejar el camino seguro y ya marcado, por otro nuevo y lleno de incertidumbre que habrá de labrarse con sus propias manos. Tendrá que asumir muchos riesgos y seguramente sufrirá muchas caídas y vivirá muchas horas de intensa soledad. Porque aunque todos idolatren la libertad, cuando alguien de su entorno se lanza a conquistarla, le abandonan a su suerte y procuran olvidarse de él para no convertirse en sospechosos de ser sus cómplices. Si el rebelde fracasa en su intento y decide volver al rebaño, no dudarán en reírse de su osadía y le ridiculizarán. En cambio, si las cosas le salen bien, irán tras su encuentro y le pedirán ayuda para escaparse ellos también.

Desde la tradición judeo-cristiana se nos han intentado inculcar siempre una serie de valores que, más que ayudarnos a encontrarnos sentido y a intentar ser más felices, han conseguido hacer de muchas personas unas desgraciadas de por vida. Porque han logrado que llegasen a sentirse realmente culpables de la muerte de Jesús de Nazaret.
Muchas veces, desde la más absoluta ignorancia, nos permitimos el lujo de criticar a los practicantes de otras religiones porque no entendemos que en el siglo XXI siga habiendo mujeres que consideren un pecado mostrar su cabello en público o elegir libremente al hombre con quien se vayan a casar. En cambio, seguimos considerando normal que haya personas que se autoinculpen de todo lo que les pasa y que consideren que tienen que seguir habitando sus particulares infiernos porque así lo ha querido Dios para ellas.  Lo más sorprendente de todo, es que lo dicen totalmente convencidas de que realmente es así. Y siguen asumiendo diariamente sus obligaciones y las de muchos otros, siguen asistiendo cada vez que les piden algo, aunque les suponga aún mayor esfuerzo. Sienten que todo el mundo se acaba aprovechando de ellas, pero lejos de plantarse y atreverse a decir NO alguna vez, lo que hacen es justificar su “pequeño” sacrificio comparándolo con el gran sacrificio que Jesucristo hizo por todos nosotros el día que le crucificaron.

Desde el paradigma funcionalista, William James nos enseñó lo importante que es para la mayoría de las personas encontrar algo en lo que creer y lograr que esas creencias les resulten útiles para batallar diariamente con sus vidas. Si se cree en algo, independientemente de que ese algo exista o no para los demás, lo que cuenta es que existe para esa persona y, lo más importante, le funciona a la hora de encontrar explicaciones coherentes a todo lo inexplicable que le sucede y le supera.

Así, es muy plausible que los creyentes de diferentes religiones encuentran sosiego en sus creencias. Lo que no debería resultarnos comprensible es que tantas personas sigan sufriendo y reprimiendo sus verdaderas emociones en nombre de ningún Dios ni de ninguna religión.

Todo tiene sus límites y llevar las cosas demasiado lejos siempre comporta tener que asumir riesgos imprevisibles. Hay que tratar de encontrar un equilibrio en todo lo que vivimos y cuestionarnos si aquello por lo que sufrimos tanto merece, en verdad, tanta credibilidad por nuestra parte.

Desaprender lo que nos inculcaron de pequeños siempre resulta una tarea muy costosa, porque en la consolidación de esas creencias y de esas conductas impuestas, intervinieron fuertes emociones como el miedo, la vergüenza o la culpa. Miedo a ser rechazados por los propios padres, vergüenza de sentir lo que sentíamos y culpa por los supuestos pecados que ya habíamos cometido y nos habían sido perdonados tras confesarnos con aquellos curas que nos inspiraban  más terror y desconfianza que otra cosa.

No todo lo que nos enseñaron fue negativo. En las nuevas generaciones se echan en falta algunos de los valores que, por suerte, nos enseñaron a nosotros. Pero amargarnos la vida no es precisamente uno de ellos.

Es importante que sigamos intentando ser buenas personas, intentando ayudar a los demás en la medida que nos sea posible. Que seamos coherentes y justos a la hora de tratar con los demás, que cultivemos nuestra capacidad de perdonar y procuremos no aprovecharnos de nadie para alcanzar los propios objetivos, ni causarle daño a nadie, al menos conscientemente.

Pero eso no implica que sigamos diciendo siempre que sí cuando nos exijan lo que no nos convenga, ni permitiendo que nos carguen con la cruz de culpas que no nos pertocan.  El refranero español nos ofrece dos ejemplos para ilustrar esta cuestión: “Contra el vicio de pedir, la virtud de no dar” y “Quien calla, otorga”.

No callemos más, no nos dejemos manipular por más tiempo. Atrevámonos a decir un NO bien alto y claro. Lo único que podemos perder es la imagen de incautos que otros se han ido formando de nosotros.


Estrella Pisa
Psicóloga Col. 13749

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