Creer y Convencer

En nuestro día a día no son infrecuentes los retos y objetivos que nos imponen otros o decidimos libremente imponernos nosotros mismos. Todo a nuestro alrededor está cambiando y evolucionando a una velocidad de vértigo. Los avances que hasta hace poco tardaban décadas en producirse ahora se suceden en pocos meses o incluso en pocas semanas. Basta con asomarnos al mercado tecnológico y detenernos en sus dispositivos móviles para ser aún más conscientes de esa velocidad de cambio. Cada vez que Apple o Samsung lanzan al mercado sus novedades, se forman larguísimas colas de compradores en los centros comerciales que exponen esta tecnología para ser los primeros en hacerse con ellas. Estos artículos no son precisamente baratos, pero muchos están dispuestos a recortar sus presupuestos en necesidades más importantes por poder presumir de ellos y disfrutar de sus infinitas aplicaciones.
A diferencia del mundo laboral que conocieron nuestros padres y abuelos, en el nuestro nunca se puede bajar la guardia ni dar nada por seguro, porque de un día para otro, toda nuestra realidad se puede venir abajo y aplastarnos bajo ella. Es indiferente que llevemos veinte años en la misma empresa como que acabemos de empezar a trabajar en ella. Lo que importa ahora ya no es tanto la entrega y la dedicación que has dedicado en el pasado a la empresa, sino lo que puedes o no puedes seguir aportándole. Porque las estrategias que utilizábamos hace 10, 5 o 1 año, ya no nos sirven para alcanzar los objetivos que nos marcan ahora. Hemos de ser capaces de reciclarnos, de aprender nuevos métodos y de activar recursos mentales que ni sabíamos que podíamos desarrollar.

Porque las empresas del siglo XXI ya no compiten sólo con sus vecinas más próximas ni se pueden creer únicas en su sector. Desde que la globalización llegó para quedarse y el mercado se ha llenado de potenciales clientes y proveedores que tienen visiones de futuro tan diversas como, a veces, enfrentadas, todos hemos tenido que aprender a movernos sobre arenas movedizas que, ante el menor paso en falso, nos pueden hacer desaparecer de cualquier mercado.

Si antes se exigía haber alcanzado cierto nivel de estudios a los aspirantes a un determinado puesto de trabajo y la falta de experiencia previa no era impedimento para acceder a él, ahora los estudios e incluso la experiencia previa ya no resultan suficientes. De un aspirante se espera mucho más. No cuenta lo que ha conseguido hasta ese momento, sino lo que va a ser capaz de conseguir si se le contrata. Y la clave de ese potencial suele encontrarse en la actitud de cada aspirante.

Para convencer a terceros de lo que somos capaces de hacer si nos dan la oportunidad de empezar a hacerlo, el primer paso es que nosotros nos lo creamos. No vamos a convencer a nadie si esa otra persona detecta que dudamos de lo que le estamos exponiendo. Si le damos la impresión de que no tenemos ni idea de lo que estamos intentando contarle, de que nos sabemos la teoría porque la hemos memorizado de un libro, pero jamás la hemos practicado ni mucho menos nos hemos atrevido a refutarla.

La diferencia entre un candidato seleccionado y otro descartado, muchas veces sólo hay que ir a buscarla en el atrevimiento del primero frente a la duda y la reserva del segundo.

Esta realidad también es aplicable a los escenarios bélicos, en los que a menudo el futuro de un hombre o de una mujer se decide en décimas de segundo. Sobrevive el que tiene mejores reflejos. El que duda, simplemente muere.

Volviendo al mundo laboral hay que tener en cuenta que, por mucho que una persona se haya preparado académicamente para cubrir un determinado puesto de trabajo o para empezar a desarrollar una profesión concreta, los inicios siempre van a ser complicados. Nadie nace enseñado en nada y de la teoría a la práctica suele levantarse un mundo. Estudiar, especializarse, leer, visionar tutoriales, asistir a videoconferencias o participar en talleres de fin de semana de formaciones muy diversas siempre pueden resultar opciones muy ventajosas para quienes se fijan el objetivo de mantenerse actualizados en su campo de trabajo. Pero siempre se van a suceder situaciones en las que nada de lo aprendido y practicado hasta ese momento nos va a servir para ayudarnos a salir airosos de ellas. Es en esos momentos cruciales de nuestra jornada laboral cuando vamos a tener que recurrir a vías no convencionales para tratar de resolver los problemas que se nos plantean.


Es aquí cuando entran en juego estrategias como el Pensamiento Lateral de E. De Bono o la técnica del Brainstorming o tormenta de ideas de A. Osborn. Dichas estrategias son posibles gracias a la influencia de nuestro hemisferio cerebral derecho y son claves para el desarrollo de la creatividad.

En un mundo tan cambiante como el que nos alberga hoy en día, los caminos pre-trazados y las viejas estrategias raras veces nos funcionan. Las variables a tener en cuenta son mucho más numerosas y complejas ahora de lo que lo habían sido años atrás y para trabajar con ellas y aprender a interpretarlas de la forma que nos resulte más ventajosa, hemos de buscar otros sistemas de análisis y nuevas vías para encauzarlas.

No es extraño que la creatividad se esté convirtiendo en un reclamo para las empresas. Es indiferente el tipo de producto con el que se trabaje o se comercie. También es indiferente su grado de calidad. Ahora lo que importa de verdad y lo que vende es la capacidad de convencer a los potenciales clientes. Para llegar a convencer, primero hay que saber atraer las miradas de la cuota de mercado potencial. Lograr que se fijen en nuestro producto y que lo consideren no sólo deseable, sino también imprescindible. Aquí  los creativos del márketing juegan un papel indispensable, logrando que un producto que muchas veces no difiere en nada de los productos que fabrica la competencia, aparezca a los ojos de los potenciales compradores como único y exclusivo.

Si volvemos a centrarnos en la figura de los aspirantes a un puesto de trabajo concreto o de los profesionales de cualquier ámbito que justo empiezan a desarrollar su carrera profesional, podemos extrapolar los efectos de la creatividad en la empresa a los que esa misma creatividad podría tener en ellos y en su ansiado éxito.

Hablemos de una empresa o de un profesional, su éxito siempre pasa por convencer a los otros de que se es bueno o incluso el mejor en aquello que se hace, que es en definitiva, el producto que se proponen venderles. Para que esos otros crean en ti y en tu producto, primero tienes que creértelo tú. Convencerte de que, pese a tus dudas y tus miedos, te conoces lo suficientemente a ti mismo como para saber de dónde sacar los recursos que sean necesarios aún en las situaciones más difíciles y comprometidas. Siempre te puedes equivocar y arriesgar más de la cuenta e incluso ponerte en peligro. Porque la vida nunca garantiza nada y las relaciones con otras personas, sean personales o profesionales, nunca están exentas de riesgo. Pero en eso consisten precisamente esos retos que tanto nos motivan. Quien no arriesga nunca gana. Y, si alguna vez perdemos, siempre podemos volver a levantarnos y empezar otra vez, siempre con más ganas y con más experiencia.

Decía Ralph Waldo Emerson que “la fe en uno mismo es el primer secreto del éxito”.

Trabajemos nuestro pensamiento lateral, atrevámonos a probar caminos diferentes, opciones más creativas. Dejémonos bombardear por una tormenta de ideas que nos revolucione los cimientos del cerebro y acabe abriendo nuevas ventanas donde ahora sólo tenemos telarañas gigantes y densa oscuridad. Tenemos mucho por hacer y por seguir aprendiendo. Démonos permiso para creer que podemos hacerlo bien, porque de hecho, no nos queda ninguna otra opción.


Estrella Pisa
Psicóloga col. 13749

Comentarios

Entradas Populares