Desdoblándonos de Nosotros Mismos
No son pocas las ocasiones en que acusamos a terceras
personas de tener dos caras o de nadar y guardar la ropa al mismo tiempo. En
nuestra ingenuidad, resultado de una estricta educación moral y de unos
principios que no siempre se sostienen en los tiempos que corren, muchos
llegamos a convencernos de que las personas deben mantenerse fieles a sí mismas
y a los valores que les fueron inculcados en su momento. Por fidelidad
entendemos no salirnos de los esquemas trazados ni vulnerar ninguna norma que
hayamos aceptado con anterioridad. Pero olvidamos un detalle importante: el
peso de la evolución. Si nosotros mismos ya no somos quienes éramos hace diez
años, porque la biología se ha ido encargando de renovar todas nuestras
células, tejidos y fluidos, ¿qué nos lleva a pensar que esos principios que ya
no encajan en el momento actual y esas normas que se han ido quedando obsoletas
tienen que seguir determinando cada uno de los pasos que damos y cada nuevo
reto en el que decidamos embarcarnos? ¿Tiene sentido pretender parar el tiempo
cuando éste, bien sabemos de antemano, que no se dejará atrapar porque siempre
va dos pasos por delante de nosotros?
Teniendo
en cuenta estos argumentos, ¿podemos seguir pensando en la doble cara de los
demás? ¿Acaso nosotros no tenemos también más versiones de nosotros mismos de
las que somos conscientes?
Partiendo
de esta controversia, en psicología social y en antropología se han realizado
muchos estudios para tratar de averiguar cómo funcionamos los individuos cuando
trabajamos o actuamos en solitario en contraposición a cuando lo hacemos como
miembros de un grupo. Los resultados son sorprendentes: Una misma persona nunca
se comporta igual cuando está sola que cuando está interactuando con los demás
y, en función de quienes sean esas otras personas, tampoco se mostrará de la
misma forma. ¿Cómo es eso posible? Pues por nuestra capacidad de desdoblarnos y
adaptarnos a cada nueva circunstancia.
Ortega y
Gasset ya decía en el siglo pasado aquello de: “Yo soy yo y mi circunstancia”.
Ortega y Gasset también decía en la Rebelión de las masas:
“Delante
de una sola persona podemos saber si es masa o no. Masa es todo aquel que no se
valora a sí mismo – en bien o en mal – por razones especiales, sino que se
siente “como todo el mundo” y, sin embrago, no se angustia, se siente a sabor
al sentirse idéntico a los demás. Imagínese a un hombre humilde que al intentar
valorarse por razones especiales – al preguntarse si tiene talento para esto o
lo otro, si sobresale en algún orden - advierte que no posee
ninguna cualidad excelente. Este hombre se sentirá mediocre y vulgar, mal
dotado; pero no se sentirá “masa”. “
En el
mundo laboral, a menudo nos encontramos con empleados cuyo rendimiento resulta
óptimo cuando trabajan de forma individual, pero si se les asciende y se les
integra en un equipo que tienen que pasar a liderar, se sienten perdidos y no
son capaces de organizar las funciones a desarrollar por cada subordinado,
porque no saben delegar y prefieren cargarse ellos con todo el trabajo antes de
mandar a los otros que lo hagan. Los otros, viendo que el jefe no les controla,
se relajan y bajan su rendimiento. Mientras el líder es capaz de sacar todo el
trabajo, las cosas van bien y, de cara a sus superiores, su equipo funciona,
pero el día que comienza a agotarse y los resultados empeoran le piden
explicaciones a él, no a sus subordinados y la que acaba rodando es su cabeza.
Pasa de ser un empleado ejemplar a un mal empleado. Estamos hablando de la misma
persona, pero su comportamiento no ha sido el mismo porque sus circunstancias,
su entorno y sus interlocutores eran otros.
También
nos podemos encontrar con el mismo empleado ejemplar que, una vez ascendido a
liderar un equipo, sea él quien decida relajarse y sobrecargar a los miembros
de su equipo con las tareas que tiene que desempeñar cada uno más las que él
mismo tendría que hacer y, sin embargo, acaba delegando en ellos. Su equipo
trabajará muy duro haciendo horas de más mientras él se instalará cómodamente
en su recién estrenada zona de confort esperando las gratificaciones y los
elogios de sus superiores por los buenos resultados de su gestión. Y no dudará
en presumir de sus medallas, atribuyéndose un mérito que, en realidad, les
correspondería a sus subordinados.
Aunque
sería muy preferible encontrarnos con el caso del mismo empleado decidiendo
hacer las cosas bien, empezando por integrarse en su nuevo equipo, asumiendo su
nuevo papel de líder, pero trabajando codo con codo con sus subordinados,
escuchando sus sugerencias y teniéndolas en cuenta, motivándoles, ayudándoles a
llegar donde ellos solos no pueden y prestándose a colaborar con cada uno de
ellos cuando el tiempo se les echa encima y tienen que finalizar esas tareas sí
o sí.
Trabajar
en equipo, ese requisito que tantas empresas no dudan en solicitar para quienes
aspiran a ocupar sus puestos vacantes, no equivale a que trabajen siempre los
mismos mientras los que se lleven todos los honores les miren sin despeinarse.
El verdadero trabajo en equipo es ser conscientes de que, juntos, podemos
llegar más lejos, porque cuatro, ocho o doce ojos ven más que dos y varias
mentes analizan mejor que una sola y varias manos pueden producir en el mismo
período de tiempo bastante más que sólo dos.
Saber
liderar es importante, porque siempre tiene que haber alguien que conduzca al
equipo hacia donde la empresa ha decidido que debe ir. Pero no todos los
líderes saben serlo, porque muchos se limitan a la consecución de los
resultados al precio que sea, aunque comporte que algunos subordinados
abandonen el barco en plena travesía por sentirse sobrepasados, ninguneados y
mal pagados y otros tengan que trabajar el doble por el mismo salario y el
mismo desprecio que los que han abandonado. Para conducir correctamente a un
equipo hay que dejar claro quién manda, pero nunca debemos olvidarnos de la
humildad, de la empatía, de la colaboración, de la educación a la hora de pedir
las cosas, de la capacidad de motivar en los momentos más críticos y de la
gratitud. Agradecerle a nuestros subordinados el esfuerzo que hacen día a día
para conseguir los retos que nos han marcado a nosotros y por los que
recibiremos una medalla. Porque, sin ellos, nosotros no conseguiríamos
absolutamente nada.
En la
sociedad actual, como en tantas otras que la precedieron, nos encontramos
muchos tipos diferentes de individuos. Algunos pecan de un individualismo
extremo y sólo parecen motivados a moverse por sus propios intereses,
importándoles un bledo cuántas cabezas tendrán que usar como escalones para
alcanzar sus metas.
No es
difícil identificar a estos individuos en las empresas. Sobresalen por su
desparpajo y su soberbia. Se pasan de revoluciones y creen de verdad que sus
compañeros están ahí sólo para servirles a ellos y a sus imparables egos.
Cuando trabajan como miembros de un equipo, suelen escaquearse de sus
obligaciones todo lo que pueden. Si su equipo consigue buenos resultados estos
ególatras serán los primeros en posar para la foto y en celebrar que han hecho
un gran trabajo. En cambio, si su equipo fracasa o no consigue el éxito
esperado, no dudan en desmarcarse del grupo y criticarles ante sus superiores:
“Yo ya les advertí que no era una buena opción. Si hubiesen aceptado mi
propuesta las cosas habrían salido de otra forma”.
Pero el
caso es que estos singulares individuos siempre consiguen “viajar gratis” en
los grupos en los que supuestamente trabajan. Este fenómeno del “free ride” ha
sido muy estudiado en psicología social. Olson explica que, “cuanto mayor es el
grupo, más pequeña será la fracción del beneficio total que recibe cada persona
que actúa en beneficio del grupo”. Ello explicaría por qué las personas que
sólo se mueven por el propio interés se impliquen tan poco y se acaben aprovechando
descaradamente del esfuerzo de sus compañeros.
Afortunadamente,
en esta misma sociedad, también hay muchos individuos que anteponen los
intereses de los demás a los suyos propios. El altruismo también ha sido un
tema recurrente en los estudios llevados a cabo desde la psicología social.
¿Cómo
reaccionan los individuos cuando se encuentran ante alguien que necesita ayuda
urgente? Alguien que se ha desmayado en la calle o que ha sido atropellado. Se
ha demostrado que, cuando ante un hecho así tenemos la certeza de que somos los
únicos testigos, reaccionamos de inmediato ofreciéndole a la víctima nuestro
apoyo. Llamamos a emergencias, comprobamos cómo está la persona en cuestión, la
protegemos, etc. En cambio, si ante el mismo accidente o fatalidad, vemos que
enseguida acude mucha gente a socorrer a la víctima, nuestra reacción es
distinta y probablemente pasaremos de largo, porque ya nos consta que esa
persona está atendida.
Paradójicamente,
esta menor implicación en las conductas de ayuda cuando hay muchos testigos
podría equipararse a la reducción del esfuerzo por parte de los individuos que
sólo se mueven por su propio interés cuando actúan en medio de grupos grandes
en los que el grado de su participación puede pasar inadvertido.
Tampoco
actuamos igual ante una injusticia cuando maldecimos con rabia ante el
televisor mientras cenamos en casa, que cuando nos sumamos a una manifestación
callejera. Como individuos particulares medimos nuestros pasos y calculamos
nuestras palabras por miedo de no vulnerar ciertas leyes. Pero, arropados por
el anonimato que nos proporcionan las masas en las que participamos como átomos
de una fuerza desmedida, somos capaces de transformarnos en otras versiones de
nosotros mismos que hasta ese momento desconocíamos totalmente.
No somos
las mismas personas cuando actuamos por nuestra cuenta y riesgo que cuando
decidimos arrastrarnos por la cuenta y riesgo de otros, integrando la masa de
la que hablaba Ortega y Gasset.
Tienen
cierta dosis de razón las madres cuando a veces justifican las acciones
imperdonables de sus hijos escudándose en la influencia que han ejercido sobre
ellos las malas compañías.
El
refranero español está lleno de citas que hacen alusión a esta circunstancia:
Refranes
aparte, la cuestión es que continuamente nos estamos desdoblando en infinidad
de versiones de nosotros mismos que nos permiten ir adaptándonos, mejor o peor,
a los entresijos de nuestro día a día. En un mundo tan cambiante como el
actual, con tantos frentes abiertos y tantas dificultades que sortear, no
podemos pretender seguir anclados en la rigidez ni en el pensamiento único en
el que fuimos educados. Nuestra supervivencia pasa por la flexibilidad y por
nuestra habilidad de abrir las puertas de nuestra mente que aún mantenemos
cerradas. Hay más mundo ahí fuera del que nos hemos permitido descubrir y más
vida escondida en esas versiones que aún no nos hemos atrevido a desplegar de
nosotros mismos. No se trata de que dejemos de ser quienes somos, sino de que
nos aventuremos a dar un paso más y a buscar nuestra mejor faceta, la que nos
haga más humanos.
Cuidemos
los espejos en que nos miramos y no permitamos que nos deslumbren los
equivocados, los que sólo reflejan las medallas por el esfuerzo ajeno y las
pensiones vitalicias por el trabajo que no hayamos hecho o hayamos hecho mal.
Sigamos a los líderes que, de verdad, nos motiven con sus ejemplos y con su
propio sudor y olvidémonos de los que viajan gratis porque alguien les educó
para tener una vida regalada. Esos no son ejemplo de otra cosa que no sea su
asqueroso ego y sólo deberían obtener nuestro más absoluto desprecio.
Estrella
Pisa
Psicóloga
col. 13749
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