Anclándonos en el Presente
Hay una cita de José Manuel Caballero Bonald que
dice lo siguiente: “Somos el tiempo que nos queda”.
Ese tiempo que nos queda puede ser un número
indeterminado de años, un solo año, un mes, una semana, un día o tal vez sólo
unas pocas horas, o simplemente un minuto. Porque la vida nos puede sorprender
a cada instante mostrándonos su cara más amable o su mirada más mortífera.
Invertir nuestro tiempo en repasar pasados imborrables
o en soñar futuros inciertos es como empeñarse en estar sin estar, en mirar sin
dignarnos a ver o en permitir que nuestra vida discurra sin nosotros, porque
dejamos que nos pase sin sentir que nos está pasando.
Ocupar parte de nuestro preciado tiempo en lamentarnos
por lo que nos pasó o no nos pasó hace veinte o treinta años, en lugar de
centrarnos en lo que nos puede estar sucediendo ahora mismo y en lo que
podríamos aprender de toda esa gente que tenemos justo al lado y cometemos el
error de ignorar es tan irracional como la pretensión de retrasar el reloj del
tiempo o negar que seguimos estando vivos porque la obsesión por los episodios
del pasado que no podemos cambiar nos obliga a veces a preferir estar muertos.
Hay quienes parecen disfrutar jactándose de
que llevan años de vuelta de todo y de que ya nada les puede sorprender. Para
este tipo de personas, la vida no debe de ser muy diferente de la de un mulo de
carga o un buey que se pase el día moviendo una rueda de molino, viviendo en
círculos, viendo siempre lo mismo, sin salirse ni un milímetro del trazado que
le han impuesto.
Despreciar la vida de esa manera debería
estar contemplado como delito, porque es el peor atentado que podemos perpetrar
contra nosotros mismos, mucho más grave incluso que el suicidio. Porque, si uno
decide que no quiere vivir más, es muy libre de ponerse fin. Lo que no tiene
sentido es empeñarse en seguir vivo para negarse a vivir todos los días que le
queden de vida, para sentirse al margen de todo cuanto acontece a su alrededor,
para sentir anestesiados sus sentidos y amordazadas sus emociones, aunque no
sus quejas. Porque quejarse es lo que mejor saben hacer quienes presumen de
haberlo visto ya todo.
¿Tiene algún sentido amargarse de ese modo el
presente y tratar de amargárselo a cuantos se les acerquen?
¿Tan importante es el pasado? ¿Tan ideal
tendría que ser el futuro, como para que nos pasemos todo el presente
preparándolo, preocupándonos, temiéndolo o ensayándolo?
La vida real no es como el teatro. En ella no
hay ensayos, ni preestrenos, ni guiones, ni personajes principales o simples
figurantes.
En este preciso momento, todos estamos
protagonizando nuestra propia vida en nuestra versión original, sin doblajes,
sin tomas falsas, sin opción a retoques ni apuntadores que nos puedan corregir
cuando perdamos el hilo.
Esa necesidad de continua improvisación, ese
no saber qué viene después, es lo que hace que la vida sea tan sorprendente y
tan mágica. Esas personas que han
manifestado alguna vez su deseo de mantenerse vivas un día más para seguir
aprendiendo a base de cometer errores nuevos son las verdaderas heroínas de la
historia de la humanidad. Porque nunca se rinden, porque nunca renuncian a la
posibilidad de descubrir nuevos mundos dentro de su propio mundo, manteniéndose
siempre alertas en un intento de no perderse las señales que les servirán para
abrir las nuevas puertas que les muestren lo que todavía desconocen.
Independientemente del tiempo que nos quede
por vivir, desconectemos el piloto automático y disfrutemos del placer de
sentir, de aprender, de descubrir, de sorprendernos, de emocionarnos, de rozar
nuestros límites o incluso de superarlos. Quitémonos las máscaras que nos
esconden la expresión, respiremos hondo, abramos los brazos hacia quienes nos
importan de verdad, pero también hacia quienes acabamos de conocer, y dejemos
de cerrar puertas y ventanas para que entre el aire y nuestras neuronas se
oxigenen y se decidan a sinaptar unas con otras para llevarnos más lejos, acercándonos más unos a otros y
haciéndonos más libres.
Lo mejor de nuestra vida es lo que nos está
pasando AHORA MISMO. Démosle a este insuperable minuto la importancia que se
merece y no caigamos nunca más en la tentación de sacrificarlo por el recuerdo
distorsionado de un minuto del pasado que no podremos cambiar ni de un instante
del futuro que nadie nos garantiza que lleguemos a vivir.
Lo único que tenemos es ESTO, es HOY, es
AHORA. Disfrutémoslo como se merece y como nos merecemos, simplemente
dejándonos llevar, fluyendo con lo que sentimos.
Estrella Pisa
Psicóloga col. 13749
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