Explorando el Mundo
Pese al fenómeno de la globalización, sigue
habiendo muchas personas en todas las partes del mundo que nunca han salido de
su región. Ya no hablemos de viajar al país vecino.
Muchas de estas personas se justifican
acudiendo al factor económico. Sueldos bajos que apenas se estiran para cubrir
las necesidades más básicas de sus familias. En estos casos se puede entender
perfectamente que estas personas no viajen, aun cuando la proliferación de
compañías aeronáuticas de bajo coste no deja de ponérselo cada vez más fácil,
ofertando a veces incluso vuelos por 1 euro.
El Púlpito (Cerca de Stavanger, en los fiordos noruegos) Junio de 2017 |
Lo que cuesta un poco más de entender es que
las personas no viajen por miedo a dejar sus casas solas por una o dos semanas,
o por miedo a volar, o por miedo a lo desconocido, o simplemente por prejuicios
hacia esos otros lugares que no conocen pero se permiten el lujo de juzgar
negativamente.
La mejor manera de desmontar los prejuicios
es viajar. Atrevernos a salir de nuestra zona de confort por unas horas o por
unos días y adentrarnos en terreno desconocido para descubrir otras formas de
ver y de entender la vida. Otras maneras de hacer las mismas cosas, que quizá
nos ocupen menos tiempo y mayor satisfacción. Otros paisajes quizá menos
hostiles que los que nos enmarcan cada día. Otras personas con distintas
creencias, distintos tonos de piel, distinta lengua, pero idéntico instinto de
supervivencia e idéntica capacidad para aprender de nosotros como nosotros de
ellas.
Viajar a una nueva región, a un nuevo país o
a un nuevo continente siempre es una aventura a través de nuestros propios
sentidos, que nos acaba zarandeando de manera que muchas cosas se nos remueven
en la mente, cuestionando nuestra forma de conducirnos por la vida y las
creencias sobre las que nos sostenemos. No hay un pueblo mejor que otro, ni
pobladores que vivan mejor que otros. Simplemente, cada lugar por remoto que
sea tiene su encanto, sus costumbres, sus razones para ser y mantenerse tal
cual es. Los viajeros tenemos la oportunidad de quedarnos con lo mejor de cada
uno de esos lugares y de esas gentes y hacerles un hueco en medio de nuestro
modus operandi diario en nuestras vidas, para hacerlas más ricas, más
pluriculturales, pero sobre todo, más abiertas y tolerantes con todo lo que
implica cualquier novedad.
Bergen Junio 2017- en plena manifestación del día del orgullo gay |
Cuanto más abierta es la mente de una
persona, cuanto más viaje, más interactúe con gentes y escenarios distintos,
más capacidad tendrá para entender todo cuanto sucede en el mundo y para no
radicalizarse adoptando posturas que sólo nos conducen a lo peor de nosotros
mismos.
No podemos resignarnos a quedarnos con una
sola versión de las historias ni a estigmatizar a algunos lugares de la tierra
porque en ellos gobernaron ciertos tiranos que han pasado a la historia como
los peores sanguinarios de sus respectivos siglos. La población de hoy no tiene
por qué pagar las culpas de sus ancestros. Vivimos en otra época y en otra
realidad. No sabemos si mejor o peor, pero sí distinta y sólo en nuestra mano
está la tarea de intentar hacer las cosas de un modo más coherente y menos
trágico.
Encerrarnos en nuestro mundo de cristal y
limitarnos a tratar de entender otras realidades a través del filtro de la
experiencia de otros o de los medios de comunicación, siempre al servicio de
los intereses de los diferentes estados, no equivale precisamente a ser
objetivos ni a vivir en primera persona.
La vida siempre es mucho más interesante
cuando la contamos que cuando nos la cuentan. Está muy bien esa capacidad de
empatía que nos permite ponernos en la piel del otro cuando nos cuenta sus
batallitas y quedarnos con sus anécdotas para que nos sirvan de guía en
nuestros propios peregrinajes. Pero está más que comprobado que sólo aprendemos
de los propios errores y que sólo nos sirven de escarmiento las propias caídas
para conseguir levantarnos con más fuerza.
La vida en sí no deja de ser un viaje
exclusivo para cada uno de nosotros. No hay dos vidas iguales ni, aun
recorriendo idéntico camino, nuestras conexiones neuronales resultarán las
mismas. Porque viajar implica procesar lo que vemos, lo que descubrimos más
allá del horizonte, lo que sentimos, las sensaciones experimentadas a cada
instante y los recuerdos que nos evocan. Es imposible, que aun encontrándonos
ante el mismo paisaje, dos personas diferentes podamos sentir lo mismo. Porque
nuestra mente no deja de reconstruir constantemente la realidad que captamos.
Lo mismo hace con nuestra felicidad.
Olden- Fiordos noruegos- Junio de 2017 |
Perdamos el miedo a lo nuevo, a los caminos
aún no explorados, a las palabras nunca antes escuchadas, a los paisajes de
cuento, a los duendes de caras extrañas, a los animales y a las plantas de
colores y tamaños singulares, a las distancias infinitas, a las piedras que
cuentan historias de tiempos remotos, al cielo, al mar, al viento, a la tierra,
al sol.
El mundo es tan ancho y tan largo como seamos capaces de disfrutarlo.
No nos encerremos en nuestro reducto de realidad distorsionada. Abramos más
ventanas y más puertas, tracemos nuevas rutas y caminemos, sin miedos, sin
cargas inútiles a la espalda, sin complejos, sin prejuicios y con la mente abierta de
par en par.
Estrella Pisa
Psicóloga col. 13749
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