Avivando el Fuego
Durante esta semana posterior a los atentados
de Barcelona y Cambrils, no hemos dejado de conocer nuevos detalles de los
mismos a través de los medios de comunicación y de las redes sociales. Es mucho
lo que se ha dicho, lo que se ha escrito y lo que se ha visto, pero pese a toda
esa avalancha de información, nos siguen quedando muchos interrogantes sin
respuesta.
¿Cómo unos jóvenes perfectamente integrados
en nuestro modo de vida han podido ser manipulados tan fácilmente y llegar a
cometer tales atrocidades?
Estos días no han dejado de sucederse
declaraciones de personas que les habían conocido y que hubiesen puesto la mano
en el fuego por cualquiera de ellos. Desde una carta de una profesora al
conductor de la furgoneta, hasta la exigencia de una de las madres de que se
entregasen y dejasen de matar cuando aún creía vivos a sus hijos.
Basta observar con detenimiento los rostros
de esas madres y sus dificultades para expresarse y hacerse entender, para
comprender gran parte de la raíz del problema. Por muy integrados que
estuviesen esos casi niños que se han dejado la vida por seguir las ideas de un
fanático que, a su vez, seguía instrucciones de otros fanáticos, desde su
nacimiento han vivido a caballo entre dos mundos opuestos: el de su hogar, con
unas madres que no se han preocupado nunca de aprender el idioma ni de abrirse
a las gentes del lugar donde vivían, y el de fuera del hogar, con una educación
occidental, con unos compañeros que abrazaban otras creencias y otras
costumbres, que muchas veces chocaban con que les inculcaban sus familias. Si
para ningún adolescente es fácil encontrar su lugar en el mundo, para estos
chicos que se han visto obligados a simultanear dos mundos tan diferentes, la
dificultad ha tenido que ser mucho mayor. No es de extrañar que el primer
iluminado que acertó a decirles lo que querían o necesitaban oír consiguiese
que le siguieran y acabase convirtiéndoles en lo que les ha convertido. Ese
lavado de cerebro, esa cruenta manipulación por parte del imán, no les exime de
culpa. Fueron ellos los que atropellaron y apuñalaron a las pobres víctimas.
Pero también fueron ellos los que murieron abatidos gritando el nombre de Alá,
como si algún dios que se precie pudiese querer tales sacrificios de sus
siervos o de sus hijos.
A toro pasado, la demagogia campa a sus anchas
con una facilidad pasmosa. Entonces resulta
que todos sabemos muchas cosas y nos creemos que podríamos resolver y evitar
muchas otras. Pero ninguno estamos en disposición de prever y evitar algo tan
monstruoso.
No podemos ponerle puertas al campo. La
capacidad de transformación que han demostrado estos fanáticos desde el
atentado de las torres gemelas en 2001 ha sido tan brutal, que en cualquier
momento pueden cambiar de táctica y atacar de la forma que menos esperemos en
cualquier lugar. No podemos encerrarnos en casa, presas del pánico por lo que
pueda pasarnos fuera, porque si a alguien le da por inmolarse en el piso de al
lado y matarnos a todos los vecinos, ¿quién se lo va a impedir?.
La solución no
es entrar en pánico. Es sembrar inteligencia, combatirles con educación.
Ni que decir tiene que ha sido ejemplar la
actuación de los mozos de escuadra, policía local, equipos de emergencias y
miles de ciudadanos que, de forma totalmente voluntaria y altruista, no han
dudado en colaborar en asistir a los heridos y a los muertos, donar sangre,
apoyar a las familias y arroparse unos a otros en el grito unánime de NO TENIM
POR. Ante ellos, sobra toda demagogia y todo intento estúpido de tergiversar la
realidad.
Una de las conclusiones a las que se ha
llegado como intento de fortalecer la convivencia entre la comunidad musulmana
y el resto de comunidades que conformamos España, es que la primera debería hacer
un esfuerzo y condenar abiertamente las acciones del DAESH. La comunidad
musulmana ha sido la primera en salir a la calle para expresar esta condena de
forma rotunda. Pero, pese a ello, sigue habiendo quienes les señalan y les culpan de muchas cosas.
Estos días, en distintos puntos de Catalunya
y del resto de España, han aparecido diferentes pintadas en edificios públicos
contra los musulmanes. En muchas de ellas se pide que dejen de recibir ayudas.
Esto no tiene nada que ver con el terrorismo. Pero la gente, cuando los ánimos
están tan encendidos, tiende a mezclarlo todo.
Pintadas contra la Comunidad Musulmana en Figueres- Fuente: Diari de Girona |
La comunidad musulmana constituye uno de los sectores de la población que recibe más ayudas públicas. Esto no pasa sólo en España. Es
un fenómeno que se da en buena parte de Europa. Muchos de ellos no tienen
trabajo, pero la mayoría tienen más de tres hijos y se pasan los años
encadenando una ayuda tras otra, recibiendo también becas de comedor, vales
para canjear por comida o descuentos en los recibos de la luz o el alquiler que
acaban asumiendo las concejalías de asuntos sociales de cada ayuntamiento. Si a
todo esto se le suma que, de vez en cuando, aceptan trabajar en la economía
sumergida o traficar con ciertas substancias, no es difícil entender cómo
alguien consigue vivir en España y mantener a su numerosa familia durante cinco
o diez años, sin cotizar ni un solo día. En este colectivo, hay que matizar,
que también hay muchos ciudadanos españoles y de otras nacionalidades. Esta
realidad, desde hace un tiempo, está resultando muy difícil de sobrellevar para
el resto de ciudadanos.
La solidaridad está muy bien. Siempre hemos
sido un país de acogida y no tenemos por qué dejar de serlo, pero tampoco
deberíamos permitir que se nos tome el pelo. Que haya personas que emigren a
España atraídas por sus derechos sociales, pero una vez aquí, no se preocupen
de adoptar también las mismas obligaciones que tenemos todos los españoles.
Recibir ayudas cuando no se tiene trabajo, es
un derecho que tenemos todos y que nos engrandece como país. Pero esas ayudas
deberían ser algo puntual: nunca convertirse en un derecho perpetuo. También
deberían condicionarse a la prestación de algún tipo de servicio a la comunidad
y a la integración plena en la misma (aprender el idioma, participar en
actividades locales, etc). Esto es como el dilema de regalar pescado o enseñar
a pescarlo. Si les enseñamos a recibir una cantidad de dinero cada mes a cambio
de no hacer nada, ¿cómo van a aceptar después que, para cobrar un salario,
tendrán que trabajar? Si esa persona,
además, es mujer y madre de cuatro o cinco hijos, y tiene más que asumido que
nunca va a tener que salir a trabajar para mantenerlos, ¿para qué se va a
molestar en aprender el idioma o en hacer cursos de formación en el
ayuntamiento? Lo más probable es que se quede en su casa, rodeada de otras
mujeres como ella, encerrada en su bola de cristal, viendo cómo la vida a su
alrededor se sucede día tras día y ella no entiende nada de lo que ve ni de lo
que oye. Tampoco entiende a sus propios hijos, unos pobres españoles obligados
a simultanear dos mundos opuestos. La realidad que viven esos niños y
adolescentes es tan incongruente como pedirle a alguien que se levante en la
Edad Media y trate de pasar el resto del día en el siglo XXI.
Si de verdad pretendemos que la comunidad
musulmana se integre plenamente entre nosotros, no tiene que bastarnos que
salgan en masa en una manifestación con pancartas contra el terrorismo. Los
musulmanes no utilizan la palabra yijadista sino que hablan del Daesh, que en
árabe significa “descabezados”. Esta diferenciación ya nos puede dar una idea
de lo que la comunidad musulmana opina de ellos.
Tendríamos que empezar a cambiar algunas
reglas del juego, reformando leyes o aprobando otras nuevas que promoviesen más
acercamiento, menos tabúes, más apertura por su parte a la formación continua y
menos burbujas suspendidas en el tiempo y envueltas en atuendos que, lejos de
protegerlas, acaban exponiendo más a esas mujeres y condenándolas al
ostracismo.
Demostrarles que nuestra casa seguirá siendo también
su casa, siempre que se avengan a aceptar las mismas reglas que nos gobiernan a
todos. Que tendrán nuestros mismos derechos, por descontado. Pero también
nuestras mismas obligaciones. Y que ser padres no es sólo alimentar a los hijos
y llevarlos a la escuela y al médico. Ser padres es, sobre todo, escuchar a esos
hijos, aprender lo que nos enseñan cada día, crecer con ellos, entender sus
anhelos aunque los nuestros sean otros y demostrarles seguridad, haciendo que
se sientan orgullosos de sus padres y no unos extraños en medio de otros extraños.
Si esa frase es tan común en condiciones
normales, ¿por qué hemos de extrañarnos tanto cuando se trata de jóvenes
musulmanes que también son españoles?. Razón
de más para no sentirse comprendidos y para sentirse más vulnerables a la hora
de ser captados por indeseables que han acabado arruinándoles la vida y destrozando
a sus pobres familias.
Si en todos estos días alguien ha tratado todo
este asunto de la peor forma posible, éstos han sido, sin duda, muchos medios de
comunicación que han analizado los atentados en clave política, utilizándolos
para atacar a determinados partidos y cargos políticos. Otros que se han
cubierto de gloria han sido algunos reputados periodistas que han incendiado
las redes sociales con sus “meadas fuera del tiesto”.
Aunque lo que ha acabado de ensuciarlo todo
han sido la cantidad de fotos no autorizadas de los atentados y de los
terroristas abatidos que se han difundido vía teléfonos móviles. Estos
lamentables comportamientos, este morbo enfermizo y denunciable, deberían
avergonzarnos a todos. Las víctimas y sus familias, al igual que los
terroristas y sus familias, son ante todo PERSONAS, que tienen derecho a guardar
su propia intimidad y la de sus muertos. Nadie merece que alguien le envíe un
mensaje con la imagen de su hijo destrozado, sea una víctima del atentado o el
terrorista abatido. Porque la madre que recibe el mensaje es igual de madre en
los dos casos y su dolor es el mismo. La sociedad de la información no debería
otorgarnos el poder de jugar con ella de un modo tan vil y tan despreciable.
Estos días tampoco han faltado los
oportunistas que no han dudado en posar para todas las fotos oficiales, dejando
incluso escapar algunas lágrimas. Muchos de ellos volverán a aparecer en las
fotos de esta tarde en la manifestación de Barcelona. Se atreverán a gritar no
al terrorismo, pero luego seguirán con su agenda habitual. Una agenda en la que
figuran visitas a sus homólogos de Arabia Saudí para seguir negociando la venta
de armas. Unas armas que acabarán en manos de Estado Islámico, utilizadas contra
la población civil de Siria, de Irak y de Yemen. Unas armas que segarán las
vidas de un montón de niños tan inocentes como los que perdieron la vida en las
Ramblas.
Pero, ¿esas vidas segadas qué les pueden importar a estos mandatarios
que, tan fácilmente, derraman lágrimas de cocodrilo? En sus agendas y en sus
hojas de ruta, estas víctimas de Oriente Medio, como las de Barcelona y las de
Cambrils… , sólo son daños colaterales que no van a interferir en sus negocios
ni en sus personales lazos de amistad con
quienes tan alegremente avivan el fuego en lugar de apagarlo.
Estrella Pisa
Psicóloga col. 13749
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