Cruzando Líneas Rojas
Desde hace algunos meses, nos hemos habituado
a marchas forzadas a oír constantemente en todos los medios de comunicación y
también en las redes sociales una serie de palabras y expresiones que no
solemos utilizar en nuestro lenguaje rutinario. “Choque de trenes”, “separatistas”,
“golpistas”, “fractura social”, “romper España” o “revolución catalana”, son
algunas de ellas. La más reciente la escuchamos ayer: “sedición”.
Mientras estamos protagonizando una historia
de tira y afloja como la del conflicto de Catalunya con España, no podemos ser
conscientes del peso de las ideas que defendemos y nos llevan a posicionarnos
con firmeza de un lado o del otro, o simplemente a mantenernos en terreno
neutral. Para alcanzar esa conciencia y poder analizar objetivamente cada hecho
acontecido, siempre precisamos de tiempo y luego la historia es la que se acabará
encargando de ponernos a cada uno en el lugar que nos corresponda.
Para entender la realidad de un pueblo, hay
que vivir dentro de ella. Es muy fácil intentar analizar una situación desde
fuera, cuando no se es parte implicada, cuando no se conoce a los protagonistas
y siempre resulta tan sencillo caer en el mal vicio de generalizar y de acabar
metiendo a todo el mundo en el mismo saco. Es evidente que Catalunya no está
exenta de los mismos pecados que ha cometido y comete el resto de España. La
corrupción es uno de los más graves, siendo como una epidemia que lo acaba
arrasando todo y, por desgracia, la sufrimos todos en cualquier parte del
mundo. Tampoco es menos evidente que en el Parlamento catalán también se
cometen errores garrafales y que muchas veces nos pierden las formas, como
ocurrió el día en que se aprobó la Ley del Referendum. Ese día dimos un
espectáculo bochornoso del que no deberíamos sentirnos orgullosos. Pero… ¿acaso
al Govern de la Generalitat se le dejó otra opción? La oposición hizo lo
posible y lo imposible por boicotear la aprobación de dicha ley. Incluso
abandonaron en bloque el Parlament justo antes de que se iniciase la votación.
El Govern no se echó atrás y consiguió su cometido. Nada que se diferencie
mucho de otras leyes que se han aprobado en el Parlamento español con toda la
oposición en contra, como la Ley Mordaza, sin ir más lejos. Amparándose en la
legitimidad que supuestamente le otorgaba su mayoría absoluta.
El poder de las mayorías absolutas siempre
resulta muy peligroso y las leyes que se acaban derivando de él demasiado
cuestionadas.
El conflicto Catalunya-España no es algo precisamente
nuevo, ni tampoco el capricho de cuatro separatistas radicales que quieran
quebrar la buena convivencia del resto. Cada determinado tiempo, distintos
gobiernos en Madrid han tenido que lidiar con sus homólogos de la Generalitat
en negociaciones que no siempre han sido muy limpias por parte de unos y de
otros y que siempre han acabado perjudicando a los mismos: los trabajadores,
los pensionistas y los jóvenes, que han visto recortados parte de sus derechos
y de sus aspiraciones. 23 años al frente de la Generalitat por parte de Jordi
Pujol dieron para muchas negociaciones que enriquecieron a muchos (políticos,
empresarios, banqueros, oportunistas), mientras nos engañaban con lemas como “España
va bien” o “La feina ben feta no té fronteres” (“El trabajo bien hecho no tiene
fronteras” o “Hem de fer catalanets” (“Hemos de tener más hijos”). Las
investigaciones judiciales de los últimos años han destapado todos los
entramados corruptos que se cocieron aquellos años que a los catalanes nos parecieron
de bonanza porque no nos faltaba el trabajo y parecía que todos teníamos las
mismas oportunidades. Descubrir que el honorable presidente nunca fue tan
honorable, fue un golpe para muchos catalanes que habrían puesto la mano en el
fuego por él. Pero enterarnos de las artimañas que el ministerio del interior
español urdió para combatir el crecimiento del movimiento independentista nos
provocó un asco tremendo y una desconfianza brutal hacia todo lo que se decide
para Catalunya desde el gobierno central.
Todo ello, unido a la situación de
crisis-estafa que hemos soportado todos desde el año 2008 y a las
modificaciones que sufrió en nuestra contra nuestro Estatuto de Autonomía, han
hecho que cada 11 de septiembre más personas hayan tomado las calles para
reivindicar los derechos que les han usurpado entre unos gobiernos y otros.
Desde Moncloa, los gobiernos de izquierdas y
de derechas han hecho caso omiso del reclamo de esas personas que se han
seguido manifestando, año tras año, haciendo gala de un civismo y una paciencia
infinita. Personas que no son precisamente anti-sistema, ni alborotadores
radicales, sino familias enteras, con sus niños y con sus abuelos, expresando
libremente su voluntad de formar parte de un país más justo para todos.
Entre esos independentistas, puede haber
personas radicales. Por supuesto que sí. En todas las sociedades las hay, pero
en todas son minoritarias. Cuando se convoca una manifestación, siempre puede
haber algún payaso que se pase de frenada y acabe dando la nota, refugiándose
en el anonimato que le procura la masa en la que trata de pasar inadvertido.
Pero una golondrina no hace primavera. Y el incidente puntual de una bandera
quemada o unos cristales rotos en medio de una manifestación de cientos de
miles de personas no es argumento suficiente como para tildar de radicales a
los independentistas catalanes.
En esas manifestaciones, tampoco faltan
quienes, enarbolando banderas españolas, acaben increpando a los manifestantes
y provocando desperfectos en la vía pública que acabamos pagando todos con
nuestros impuestos.
Cuando en 2012, el expresidente Artur Mas
intentó en vano negociar con Rajoy mejoras para el Estatuto catalán y éste
volvió a hacer oídos sordos a su petición, se inició un camino de no retorno que
nos ha llevado hasta el punto en el que nos encontramos ahora: Una Catalunya
intervenida y ocupada por las fuerzas de seguridad del estado. Nos han aplicado
el artículo 155, pero por la puerta de atrás, y están persiguiéndonos como a
terroristas, sólo por reivindicar nuestro derecho a decidir.
Fuera de Catalunya, muchos pensarán aquello
de: “De aquellos polvos, estos lodos” y considerarán que la actuación del
ejecutivo de Rajoy es proporcionada y del todo legal. Pero los que la sufrimos
desde dentro de Catalunya, consideramos que ese uso de la fuerza y la amenaza
es ruin, cobarde y del todo condenable. Por mal que se hayan hecho las cosas
desde Catalunya, nada justifica tales medidas de represión, impropias de un
estado democrático del siglo XXI.
Lo que está pasando esta semana en Catalunya
sólo lo sabemos los que lo estamos viviendo y asistimos, atónitos, a todo lo
que se está publicando desde fuera, sin ningún conocimiento de causa. Se han
manipulado noticias y fotografías para que los catalanes parezcamos unos
descerebrados y unos fanáticos sin remedio. Nos han acusado de racistas, de
delincuentes, de separatistas; incluso de nazis y de etarras, por nuestra
amistad con el pueblo vasco. Estamos viendo diariamente cómo se malinterpreta
todo lo que sale de Catalunya. Lo más triste no es que lo digan personas
anónimas, porque todos tenemos derecho a opinar cómo nos dé la gana. Lo más
irritante es que lo hagan personas que tienen una influencia notable en la
opinión pública: periodistas de renombre, tertulianos, presentadores de
televisión, artistas, escritores.
Uno puede estar en contra del Referendum de
Catalunya o de cualquier otra comunidad autónoma de España, pero expresar esa
oposición no tiene por qué implicar el insulto, la falta de respeto o las
amenazas. Todos los contenidos pueden tener cabida en un debate, pero que no
nos pierdan las formas.
Dado el modo cómo se han precipitado estas dos
últimas semanas los acontecimientos, con registros de empresas y de domicilios
particulares sin previa orden judicial, con detenciones al estilo de la postguerra,
con amenazas por tierra, mar y aire, lo que sorprende es que el pueblo catalán
se haya mantenido firme en sus convicciones, pero a la vez tranquilo,
respondiendo a las amenazas con flores y sonrisas. Tomando las calles durante
horas en protesta por la medida desproporcionada y antidemocrática de las
fuerzas del estado central, pero de forma pacífica, creando un ambiente
festivo.
Es de toda esa gente de la que deberían
aprender los políticos de uno y otro lado del conflicto. De su civismo, de su
determinación, de su hartazgo, de su capacidad para ir todos a una, sin
fisuras, sin ponerse unos a otros la zancadilla.
Esa gente que ha decidido no acobardarse para
no hipotecar de por vida el futuro de sus hijos ni la seguridad de sus
ancianos. Que tiene claro lo que quiere y que tiene la certeza de que, de
seguir como estamos, plantados de forma perpetua en el inmovilismo de Rajoy,
que también fue el inmovilismo de Zapatero y todos cuantos gobernaron en Madrid
antes que ellos dos, ayer estábamos mejor que hoy, pero hoy estamos mejor de lo
que estaremos mañana.
Hay que lamentar que, en la madrugada del
miércoles al jueves, mientras la guardia civil registraba la Consejería de Economía,
algunos manifestantes destrozasen algunos de sus vehículos. Fue un tremendo
error que nunca debió cometerse. De hecho, mozos de escuadra, Govern de
Catalunya y representantes de los diferentes partidos implicados en la
preparación del Referendum no dejan de advertir por activa y por pasiva que no
hay que caer en provocaciones ni ejercer ningún tipo de violencia. Y la inmensa
mayoría de la población está siguiendo al pie de la letra tales indicaciones,
sin dejar de hacer su vida normal de todos los días. Los catalanes,
independientemente de lo que pensemos, no nos sentimos para nada ni enfrentados
ni acosados. Sólo vigilados, como vulgares delincuentes, por unas fuerzas de
seguridad que nos son del todo ajenas y que no nos inspiran ningún tipo de
confianza.
Hoy se ha hecho viral una frase que se le
atribuye a un campesino catalán estos días:
“Nos quieren enterrar, pero no
saben que somos semillas”.
Esa frase encierra todo lo que parecen no
entender ni Rajoy ni ningún otro dirigente que haya vivido en Moncloa.
Lo que está sucediendo en Catalunya no es
ninguna exaltación de la anarquía, sino un fracaso total de la política, de la
vía diplomática. Desplegar tanta fuerza de la manera tan chusquera como lo han
hecho sólo es una demostración infantil y desprovista de toda lógica de la
pataleta “yo la tengo más grande que tú”.
Aunque arrasasen toda Catalunya, nunca
acabarían con este conflicto, porque es tan antiguo como la propia España. Y
siempre quedará esa semilla en algún rincón del planeta y hará que crezcan
nuevos árboles, cargados de ilusiones y de sueños que nos hablen de vivir en un
mundo más justo y menos viciado por los caprichos y los orgullos propios de
políticos que nunca estarán a la altura de sus pueblos.
Estrella Pisa
Psicóloga col. 13749
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