Consistencia y Disonancia
A lo largo de nuestra vida, no son pocas las
ocasiones en que nos sentimos entre la espada y la pared porque la vida no se
cansa de ponernos a prueba y de plantearnos situaciones que preferíamos evitar,
pero que se acaban convirtiendo en un peaje que tendremos que pagar de una u
otra forma si nuestra intención es continuar nuestro singular viaje.
Somos animales sociales y, como tales, hemos
de interrelacionarnos con nuestros semejantes si queremos sobrevivir, pues también
somos interdependientes unos de otros y no podríamos seguir siendo quienes
somos sin ese contacto permanente y ese continuo intercambio de soluciones para
saciar desde nuestras necesidades más básicas hasta las más elevadas.
Todos hemos sido educados en unos principios
y nos han inculcado una serie de valores que tratamos de no obviar en cada uno
de nuestros actos cotidianos. Pero este propósito que, a priori parecía de lo
más sencillo, a veces puede convertirse en una odisea. Porque la teoría siempre
resulta sencilla. Sólo es cuestión de seguir el camino que nos hemos trazado y
de no olvidarnos de quienes somos o nos han enseñado a ser. Pero cuando
empezamos a caminar y nuestros pies nos confirman con su dolor la dureza del
camino y nos topamos con compañeros de viaje que también insisten en seguir su
propio plan previamente trazado y en no olvidarse de ser quienes son o quienes
les han enseñado a ser… la cosa empieza a complicarse para todos.
Porque cada persona tiene formado su propio
código ético y lo defiende a su particular manera. Aunque los objetivos sean
los mismos, hay tantas maneras de alcanzarlos como personas comprometidas con
esa meta. Y tal vez todos sean igual de válidas, aunque no de lícitas a los
ojos de la mayoría. Si acudimos a los dichos populares podemos encontrar el socorrido argumento de “el
fin justifica los medios”. Pero, realmente, ¿todo vale para conseguir lo que
uno persigue?
Si, para conseguir alcanzar un propósito,
alguien debe olvidarse de seguir siendo quien es y debe saltarse sus principios
a la torera, ¿le merecerá la pena su recompensa? ¿Podrá vivir con ello sin
sentirse contrariado? ¿Le compensará que quienes habían sido sus amigos le den
la espalda?
Desde la psicología social, Festinger trató
de responder a esta cuestión a través de su Teoría de la Disonancia Cognitiva
en 1957.
Con ella trató de estudiar la consistencia
actitudinal y las condiciones que favorecen la aparición de la inconsistencia y
cómo acaba afectando ésta a las actitudes y la conducta de los sujetos que
protagonizan estas situaciones.
Festinger considera que dos creencias son
consistentes cuando una implica o se deriva de la otra: una persona defiende
que el ejercicio físico es bueno y hace deporte diariamente.
Habla de creencias inconsistentes o
disonantes cuando psicológicamente se contradicen o son incompatibles una con
otra: una persona convencida de que fumar produce cáncer, pero que no deja de
fumar diariamente un buen número de cigarrillos.
Centrándonos en las creencias disonantes,
éstas producen un estado motivacional poco placentero en la persona que las
mantiene, por lo que tratará de evitarlas o de reducir su intensidad. Ese
cometido le resultará más fácil o más difícil dependiendo de varios factores:
a) La importancia que esa persona dé a esas dos creencias contrapuestas. Cuanto más importantes sean para ella, mayor será la disonancia y por tanto el malestar.
a) La importancia que esa persona dé a esas dos creencias contrapuestas. Cuanto más importantes sean para ella, mayor será la disonancia y por tanto el malestar.
b) La proporción de creencias disonantes entre sí. A mayor número de
creencias disonantes en relación con los consonantes, mayor será la disonancia.
c) La semejanza existente entre ambas creencias. Cuanto mayor sea la
semejanza o el solapamiento cognitivo, la disonancia será menor.
Festinger sugirió tres estrategias para
reducir la disonancia suscitada por dos alternativas o creencias
inconsistentes:
a) La modificación de una de las creencias de forma que su relación con
la otra se vuelva más consistente. En el caso del fumador que cree que fumar
produce cáncer pero no renuncia a seguir fumando, podría optar por intentar
dejar de fumar o por pasar a creer que, en determinadas condiciones, fumar no
es pernicioso para la salud. En ambos casos, la persona conseguiría suavizar
esa disonancia y sentirse un poco más “coherente” con sus actitudes.
b) La introducción de nuevas cogniciones a fin de aumentar los argumentos a favor de una de las dos creencias y disminuir el peso relativo de la otra. Volviendo al ejemplo del fumador, éste podría buscar información crítica relativa a la investigación sobre el hábito de fumar y su relación con el cáncer de pulmón y decidir, a la vista de la falta de pruebas que confirmen esta relación a nivel estadísticamente significativo, que el seguir fumando no es tan nocivo como pretenden hacerle creer.
c) La alteración de la importancia de las creencias de manera que resulten menos contrarias entre sí. Recurriendo de nuevo al mismo fumador, éste puede pensar que, pese a la evidencia de los efectos nocivos del tabaco, el placer de fumar durante un número reducido de años es superior a la hipotética ventaja de vivir más tiempo privado de ese placer. Hay personas que prefieren vivir menos tiempo, pero más plenamente. Y esa decisión es tan respetable como la de las que deciden cuidarse y tratar de llegar a los cien años con buena salud.
b) La introducción de nuevas cogniciones a fin de aumentar los argumentos a favor de una de las dos creencias y disminuir el peso relativo de la otra. Volviendo al ejemplo del fumador, éste podría buscar información crítica relativa a la investigación sobre el hábito de fumar y su relación con el cáncer de pulmón y decidir, a la vista de la falta de pruebas que confirmen esta relación a nivel estadísticamente significativo, que el seguir fumando no es tan nocivo como pretenden hacerle creer.
c) La alteración de la importancia de las creencias de manera que resulten menos contrarias entre sí. Recurriendo de nuevo al mismo fumador, éste puede pensar que, pese a la evidencia de los efectos nocivos del tabaco, el placer de fumar durante un número reducido de años es superior a la hipotética ventaja de vivir más tiempo privado de ese placer. Hay personas que prefieren vivir menos tiempo, pero más plenamente. Y esa decisión es tan respetable como la de las que deciden cuidarse y tratar de llegar a los cien años con buena salud.
Las investigaciones de Festinger y Carlsmith,
así como trabajos posteriores sobre el fenómeno de la complacencia inducida,
pusieron de relieve las condiciones que
favorecen la aparición de la disonancia:
a) Publicidad: Cuando la conducta de una persona se produce en privado y
sin testigos no suele producir disonancia. Esta sí se produce, en cambio, cuando
los demás pueden identificar a la persona que ha realizado esa conducta
discrepante, de modo que ésta no puede negarla.
b) Responsabilidad: Si la persona que toma una decisión se siente
responsable de sus consecuencias, se activará la disonancia, independientemente
de que éstas se hayan previsto o no con antelación a la realización de la
conducta. En cambio, si la persona no se siente responsable de la acción, no
habrá disonancia, pese a la magnitud que pueda alcanzar el resultado.
En la responsabilidad entran en
juego dos elementos importantes:
Libertad:
El sentimiento de libertad para aceptar o rechazar una creencia es un
prerrequisito de la responsabilidad personal y condición esencial para que se
active la disonancia y tenga lugar el cambio de actitud.
Previsibilidad: Un segundo prerrequisito básico de la responsabilidad personal es la previsibilidad de las consecuencias
negativas que puede comportar la acción. La persona que anticipa la posibilidad
de consecuencias negativas derivadas de su acción no sufre disonancia hasta que
las consecuencias no se consideran inevitables. Si éstas parecen inevitables al
inicio de la decisión, la reducción de la disonancia comienza inmediatamente.
a) Consecuencias negativas: Las consecuencias negativas de la conducta no son condición suficiente para que se produzca la disonancia. Lo determinante para la activación de la disonancia es que la persona perciba que estas condiciones negativas son importantes (aunque no sucedan realmente) y que el compromiso sea irrevocable. La libertad personal percibida es esencial para producir un cambio de actitud en la conducta contraactitudinal o en la consistente. Incluso conductas que son consecuentes con nuestras actitudes pueden producir un cambio de actitud si producen malos resultados y nos sentimos responsables de nuestros actos.
b) Magnitud y tipo de incentivo: Para lograr que una persona se comprometa a realizar un cambio contrario a sus creencias, se requiere que el incentivo sea lo suficientemente atractivo y que ejerza la consecuente presión. Si esta presión resulta suficiente, será consistente con la decisión de ejecutar dicha conducta y no se producirá disonancia. A medida que aumenta el incentivo o los argumentos que nos convencen de nuestro supuesto error, aumentarán también las cogniciones consonantes con la conducta de cambio. Por el contrario, si estos argumentos no nos convencen o resultan falsos o el incentivo que nos ofrecen por abandonar esas creencias es mínimo, la disonancia se impondrá con más fuerza.
Independientemente de cómo seamos y pensemos
cada uno, todos hemos experimentado alguna vez esa disonancia cognitiva de la
que nos habla Festinger. Todos hemos tratado de mantenernos firmes en nuestras convicciones,
al tiempo que nos hemos sentido tentados por ideas contrapuestas o nos hemos
visto en la tesitura de no saber para dónde tirar, teniendo la certeza de que,
decidamos lo que decidamos, estaremos infringiendo alguna regla o haciéndole
mucho daño a alguien que queremos y nos quiere.
Ser animales sociales es lo que tiene. Nos
vemos obligados a adoptar roles que no siempre se nos ajustan como un guante a
la piel y a desarrollarlos en escenarios que a veces se nos antojan demasiado
hostiles, demasiado alejados de las teorías ideales, de los planes previstos. A
veces tratamos de nadar y de salvar la ropa al mismo tiempo, pero esa
estrategia no siempre resulta la más adecuada, porque no podemos pretender
gustarle a todo el mundo y acabar haciendo en todo momento lo que los demás
esperan que hagamos. Porque entonces a quienes acabamos defraudando es a
nosotros mismos.
Pero hemos de tener muy presente que, si ellos
no están obligados a compartir nuestras creencias, nosotros tampoco estamos
obligados a compartir las suyas. Aunque esas diferencias de criterio no
implican que no podamos tendernos puentes de mutuo respeto, de mutua
convivencia, de mutua colaboración y de mutuo aprendizaje. Porque la diversidad
de la gran aldea global que habitamos es nuestro principal activo y necesitamos
seguir avanzando y seguir trazando objetivos comunes viables, lejos de
obcecarnos en callejones sin salida y de castigarnos, unos y otros, entre la
espada y la pared.
Estrella Pisa
Psicóloga col. 13749
Bibliografía consultada:
"Psicología social- Editorial McGraw-Hill - 1997 - Autores: J. Francisco Morales, Miguel Moya, Enrique Rebolloso, J.M. Fernández Dols, Carmen Huici, José Marques, Darío Páez y J.A. Pérez."
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