Desdibujando el Horizonte
Cuando pensamos en nuestro futuro, no somos
pocos los que recurrimos a asociarlo con el horizonte que tenemos en frente
cada vez que admiramos una puesta de sol sobre el mar.
Esa línea indefinida que, supuestamente,
separa el mar del cielo nunca resulta alcanzable, porque cuanto más tratamos de
aproximarnos a ella, más crece la distancia que la separa de nosotros. Igual
que ese futuro que soñamos, aun sabiendo que nunca lo alcanzaremos, porque el
único tiempo posible es el presente, por ser el único que podemos sincronizar
con nuestros latidos.
Pese a ser conscientes de nuestra naturaleza
efímera y de ese ahora como el único tiempo que podemos disfrutar, las personas
parecemos no conformarnos con vivir simplemente y dedicamos buena parte de ese
ahora a idear nuestro supuesto futuro. Insistimos en preocuparnos por aquello
que aún no ha sucedido, pero que estamos convencidos de que sucederá porque
antes les sucedió a otros y, antes de a esos otros, a quienes les precedieron.
Los gobiernos, la élite empresarial y las
grandes compañías aseguradoras no dejan de fregarse las manos cada vez que
sucumbimos a ese tipo de preocupaciones y a esos miedos que nos obligan a replantearnos nuestra existencia y a tratar
de ir hacia el futuro contando con una especie de comodín que podamos utilizar
en caso de emergencia.
Hasta hace relativamente poco tiempo, ese
comodín se le planteaba a la población general como una opción voluntaria de
poder mejorar la pensión de jubilación. Poder contar con un ingreso extra que
le permitiese al jubilado seguir manteniendo el mismo nivel de vida que cuando
estuvo en activo o poder darse aquellos caprichos que, mientras estuvo
trabajando, no se pudo permitir por falta de ingresos o de tiempo.
Pero, una vez superada la primera década del
milenio y sus muchas inconsistencias, la realidad que ha emergido en nuestro
horizonte no ha sido precisamente ese sol de la tranquilidad del que se sirven
los publicistas para intentar que las aseguradoras que les encargan sus
campañas de marketing consigan vender más pólizas.
Continuamente nos están intentando inocular
el mensaje de que la seguridad social no podrá hacer frente a las pensiones de
jubilación futuras en las mismas condiciones en que lo está haciendo con las actuales. Si
tenemos en cuenta las continuas quejas de los jubilados actuales, con sus
pensiones congeladas o subiendo apenas un ridículo 0.25% este año y perdiendo
poder adquisitivo a pasos agigantados, ¿qué futuro podemos esperarnos?
Las cotizaciones actuales son bajas y no son
suficientes para cubrir la partida que supondrán las pensiones de quienes se
jubilen en los próximos años. Los niños de los 60 y los 70, más conocidos como la
generación del baby boom, representan el segmento de la población que más años
habrá cotizado hasta el momento. Pero, en cambio, serán también los más ninguneados, los que se
sentirán más estafados por un estado que, a media partida, decide cambiar las
reglas del juego y se permite la desfachatez de recomendarle a esos sufridos trabajadores
que ahorren todo lo que puedan porque sus pensiones serán mucho más bajas de lo
que ellos esperan y su edad de jubilación deberá retrasarse un par de años más
que la de los de la generación precedente.
No faltan voces impertinentes, tanto de
ámbito nacional como internacional y de posicionamientos tanto de izquierdas
como de derechas, que abogan por atajar el problema concienciando a los
trabajadores de que contraten sus propios planes de pensiones privados y se
mantengan en activo durante más años. Y lo dicen convencidos de que les están
dando el mejor de los consejos.
Es muy fácil sugerirle a otro cómo puede
tratar de mejorar su futuro cuando se tienen las espaldas bien cubiertas y se cuenta
con una pensión millonaria de por vida sólo por haber presidido el gobierno de
un país durante unos años, o por haber sido diputado en alguna legislatura o
alcalde de un ayuntamiento importante.
Con mucha frecuencia se fomenta la idea de
que en España, en comparación con muchos otros países europeos, pasamos muchas
más horas en el trabajo, pero somos bastante más improductivos. Con esta
premisa justificamos los salarios más bajos, la precariedad laboral y la falta
de profesionalidad en la mayoría de los sectores. Por otro lado, si nos
volvemos a comparar con nuestros vecinos europeos, también contamos con muchos más
políticos y funcionarios que la mayoría de ellos.
Un país como España, ¿puede permitirse
mantener tantos políticos? ¿Qué tasa de productividad tienen la mayoría de esos
políticos?
¿Están justificados sus desorbitados sueldos, sus dietas, sus coches
oficiales, sus escoltas y sus pensiones vitalicias? ¿Acaso los políticos no
están al servicio del pueblo? Si al pueblo se le insiste constantemente en las
ventajas de utilizar el transporte público y de reciclar para retrasar el
cambio climático, ¿cómo no les avergüenza a esos políticos no predicar con el
ejemplo? ¿Cómo se atreven a recomendarle a un jubilado que ahorre mientras
ellos despilfarran el dinero de todos en lujos particulares de lo más banales y
prescindibles.
¿Cómo invierten cantidades ingentes de dinero en proyectos que
no se aguantan ni sobre el papel, en aeropuertos sin aviones, en estaciones de
AVE en las que nadie espera ningún tren o en obras faraónicas que, en pocos
años, se caen a trozos por haberse construido con materiales defectuosos,
aunque pagados a precio de oro para favorecer a los escogidos de turno?
¿Con
qué cara nos pueden decir que no hay dinero para pensiones, ni para mejorar una
sanidad que han destrozado a base de privatizaciones y recortes, ni para
optimizar un sistema educativo que cada gobierno de turno se ha encargado de
cambiar para peor, cuando se dedican a rescatar bancos, a comprar submarinos
que luego se hunden por exceso de peso o a aumentar la partida de los presupuestos
estatales destinada a subvencionar a los diferentes partidos políticos?
¿Desde
cuándo un político se puede considerar superior a cualquier otro ciudadano? Si
les elige el pueblo, deberían estar al servicio de éste y ser más humildes y
bastante más honestos.
La baja productividad en España no se da
precisamente en las cadenas de producción de las fábricas, ni en las
habitaciones de muchos hoteles de lujo que limpian las sufridas camareras de
pisos cobrando a 5 euros brutos la hora, ni entre los preparadores de pedidos
en las grandes empresas de distribución, ni en los box de urgencias en los
hospitales, ni tampoco entre los temporeros que soportan estoicamente las
inclemencias del tiempo recogiendo fruta y verduras en el campo. Sí la
encontraremos, en cambio, en los despachos de muchas instituciones públicas,
donde el “Vuelva usted mañana” de Larra sigue muy vigente dos siglos después.
También la vemos a diario entre los escaños del congreso, en los que no nos cuesta
descubrir a quienes van allí a dormir la siesta o a entretenerse con el móvil.
Y, por supuesto, tampoco deja de acudir a los consejos de administración
de las grandes empresas del Ibex 35. Esos consejeros elegidos, no por sus
méritos reales, sino por los favores que les procuraron a esas empresas
mientras formaron parte de algún gobierno, son probablemente los trabajadores
mejor pagados del país, pero también los más improductivos. Es lo que tienen
las puertas giratorias...
Si en España se cotizase por todas las horas
que se trabajan, se contratase por méritos propios y no por amiguismos y se pagasen
salarios dignos y más equitativos, nadie tendría que preocuparse por ese
horizonte que ahora se nos está desdibujando.
Si todo el mundo pagase los impuestos que verdaderamente le tocan y nadie hiciera la vista gorda ante la menor sombra de
corrupción, nuestros jubilados no tendrían que manifestarse para reclamar lo
que, en justicia, se han ganado de sobra.
El problema no es que “los viejos vivan
demasiado”, como no se ha cansado de repetirnos la Sra. Lagarde, sino que en
este país se roba y se defrauda demasiado y dejamos que cualquier inepto llegue
a la presidencia del gobierno y, entre él y sus elegidos, se decidan a cortar
el bacalao reservándose la mejor parte y condenándonos a los que figuramos como
pueblo llano a conformarnos con las migajas.
¿Hasta cuándo dejaremos que nos cambien las
reglas del juego a media partida?
No son las pensiones lo que hay que recortar,
sino los despropósitos de todos estos impresentables que se creen por encima de
todos los demás sólo porque se pavonean dentro de un traje que, de no haberse
metido en política, nunca habrían podido pagar. Si sólo saben figurar, que cambien
de sector y se suban al carro de la moda. Allí no harán más que el ridículo más
bochornoso, pero al menos no jugarán con las ilusiones y el porvenir de la
gente que no ha hecho otra cosa en la vida que no sea trabajar y luchar por su
propia supervivencia y la de los suyos.
Estrella Pisa
Psicóloga col. 13749
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