Deshojando Margaritas
Si nos detenemos a pensar cómo éramos de
niños y cómo veíamos el mundo entonces, a veces nos sorprende que fuésemos
capaces de vivir con tan poco y, pese a ello, nos sintiéramos tan dichosos. Si
volvemos mentalmente a aquellas décadas en las que crecimos y aprendimos a
empezar a conducirnos por la vida con mayor o menor acierto, nos cuesta
reconocernos en las personitas que fuimos, en las versiones de la historia que
creíamos, en las mentiras piadosas que nos contaron nuestros padres y abuelos
para retrasarnos lo más posible el que ellos consideraron que podría ser un
aterrizaje traumático en la cruda realidad y en los cuentos de unas hadas que
no existieron nunca y de unos príncipes que nunca fueron tan encantadores.
Si en aquellos años alguien nos hubiese
hablado de youtube o de facebook, de cualquier aplicación para teléfonos
móviles o de determinadas profesiones que aún no se habían inventado, habríamos
deducido que se estarían refiriendo al argumento de una película o de una
novela de ciencia ficción. Como en su día lo fueron las novelas de Julio Verne
o de Isaac Asimov, o las primeras entregas de La Guerra de las Galaxias.
Pero resulta que la realidad siempre es capaz
de superar cualquier ficción y los avances científicos y tecnológicos nos han
traído hasta una versión del mundo que nos lleva a creer que, a priori, ya nada
tenemos que ver con aquellos que fuimos.
Habiendo superado casi dos décadas del siglo
XXI y asistiendo diariamente a la irrupción de novedades tecnológicas y
científicas que parece que nos obligan a ir avanzando a su mismo ritmo si no
queremos quedarnos desfasados y desterrados de un mundo que no somos capaces de
entender, parecería lógico pensar que nuestras mentes deberían haber aprendido
a pensar de una forma más objetiva,
perdiendo el miedo a contrastar la información que manejan y a refutar las
viejas hipótesis que nunca se han atrevido a abandonar, pese a carecer de
ninguna base que las sustente. Mas parece que la lógica no tiene porqué ir de
la mano de esta postmodernidad que nos engulle a todos.

Hay personas que llevan esas supersticiones
al límite, pudiendo llegar a convertir sus vidas en una continua pesadilla,
pues son capaces de atribuir la causalidad de cualquier percance que les ocurra
a su mala suerte. Una persona puede llegar a creer que ha suspendido un examen
porque se olvidó en casa el amuleto que le acompaña siempre que ha de
examinarse o que su pareja le ha dejado porque esa mañana ha tenido que pasar por
debajo de una escalera porque no le daba tiempo a dar la vuelta, si no quería
llegar tarde al trabajo.
El psicólogo británico Bruce Hood, profesor
de Psicología del Desarrollo en la Universidad de Bristol, llevó a cabo uno de esos experimentos con los
asistentes a un festival de ciencias. Partía del convencimiento de que el
cerebro humano tiende a actuar de manera supersticiosa, por lo que consideraba
que era inútil esforzarse por combatir las creencias irracionales. Para probar
esta hipótesis preguntó a los asistentes al festival si querrían probarse una
chaqueta azul a cambio de una cantidad de dinero. No fueron pocos los que
aceptaron el reto, pero entonces les explicó que dicha chaqueta había
pertenecido a un asesino múltiple. Al oír esto, la mayoría de los que hubiesen
accedido a probársela, de desentendieron del asunto. En realidad, dicha prenda
de ropa no había pertenecido a ningún asesino, pero bastó que ellos lo creyesen
para que se sintiesen incómodos, aun siendo personas excépticas (asistían a un
festival de ciencias).
Según Bruce Hood, la diferencia entre otorgar
importancia sentimental a los objetos y creer en la magia, la religión o los
fenómenos paranormales es sólo de grado. Al obrar los humanos de forma
intuitiva, es absurdo instarles a cambiar su sistema de creencias, porque están
tan arraigadas en su naturaleza que ninguna prueba racional logrará
erradicarlo.
Es por ese motivo que la mayoría de las
personas que muestran conductas supersticiosas, muchas veces no son ni
conscientes de lo que dicen o de lo que hacen cuando se hayan en una situación
crítica. Alguien tose y, automáticamente, son muchos los que le dicen “Jesús” o
“salud”. Hablamos de posibles problemas que podrían surgir y, como por arte de
magia, nos sorprendemos buscando algo de madera para tocar. Como si una acción
tan absurda pudiese evitar que algo suceda, pero lo llevamos tan arraigado, que
no lo podemos controlar.
Nuestra mente no es todo lo racional
que a veces esperamos que sea. En muchas ocasiones juega con nosotros,
haciéndonos ver o captar cosas que en realidad no existen y llevándonos a creer
que porque dos sucesos han ocurrido juntos al mismo tiempo en varias ocasiones,
uno pasa a ser la causa del otro, cuando en verdad no tienen nada que ver entre
sí.
El amor nada tiene que ver con
deshojar margaritas, pero de pequeños nos enseñaron a cortarlas de los
maceteros de nuestras abuelas y a jugar a preguntarle a sus pétalos si somos
tan queridos como queremos, como si estuviésemos ante una pitosina capaz de ver
nuestro futuro en una bola de cristal o ante las sacerdotisas del dios Apolo en
el Oráculo de Delfos. Nuestra mente racional es capaz de reconocer la
inutilidad de esos rituales, pero nuestra mente emocional, instintiva y
supersticiosa, se resiste y se seguirá resistiendo a dejar de creer en la
magia, en los dioses que nunca hemos visto y en todo lo que creemos que
captamos y para lo que no encontramos
explicaciones racionales cuando la cruda realidad no nos basta para seguir
adelante con nuestras vidas manteniendo la cordura.
Estrella Pisa
Psicóloga col. 13749
Comentarios
Publicar un comentario