Hábitos y Monjes
En una lengua tan rica como el castellano,
contamos con muchos refranes populares que se han repetido hasta la saciedad
por los más grandes autores de nuestra literatura, pero también por las gentes
más sencillas del pueblo llano. Los refranes son considerados como una especie
de sentencias que nacen del saber popular, frutos de las experiencias de las
muchas generaciones que nos han precedido en nuestra historia.
Unos predicen el tiempo que va a hacer en un
mes concreto del año, otros hablan de supersticiones y muchos se sustentan en
prejuicios. Todos persiguen advertirnos de lo que nos puede pasar si no obramos
con sentido común. Pero, curiosamente, la experiencia nos enseña todos los días
que ese sentido común es, en realidad, el menos común de nuestros sentidos.
Cuando oímos el refrán “el hábito no hace al
monje” entendemos que no debemos dejarnos llevar por las apariencias de las
personas con las que interactuamos, porque sus ropajes pueden engañarnos. La persona no va a ser mejor o peor
simplemente por disfrazarse de personaje cándido o de personaje malvado. Al
margen del uniforme que vista o de si elige ponerse unos zapatos de piel o unas
deportivas de tela, la persona será la misma y su forma de pensar y de
conducirse por la vida tampoco variará un ápice. Una bata de médico no te va a
convertir en médico si no te has preparado concienzudamente para ejercer esa
profesión. Tampoco una toga de juez ni un gorro de chef de cocina te van a
permitir ni impartir justicia, ni conseguir una estrella Michelin.
Pero la palabra hábito también tiene otro significado, que nada tiene que ver con los ropajes que elijamos cada uno para desempeñar
nuestra particular profesión o simplemente para cubrir nuestra desnudez ante
los otros. Hábito también significa costumbre. Y este hábito en concreto, sí
puede hacer al monje.
Los refranes acostumbran a sentenciar con
excesiva determinación, dando por hecho que las personas no pueden cambiar
porque su naturaleza les condena irremediablemente a ser como son y no de otra
manera. Y, aunque en muchos casos se llega a evidenciar que la insistencia en
intentar implantar y consolidar esos cambios en determinadas personas es una
tremenda pérdida de tiempo y de recursos, afortunadamente, siempre hay
maravillosas excepciones.
Podemos aprender otros hábitos
como leer, tocar un determinado instrumento, escribir, practicar algún deporte,
hacer teatro o cultivar alguna habilidad manual. Lo bueno de los hábitos es
que, una vez instaurados en nuestras rutinas diarias, prácticamente nos salen
solos, casi sin esforzarnos.
Hay otros hábitos bastante más nocivos en los
que podemos caer como en una especie de trampa y quedarnos atrapados en ellos
durante años o incluso de por vida. Entre ellos podríamos destacar el hábito de
fumar y el hábito de beber alcohol. Sin duda, hay otras drogas bastante más
peligrosas que también se pueden acabar convirtiendo en un hábito muy perjudicial para
la persona que cae en ellas. Pero el principal problema del tabaco y del
alcohol radica en el hecho de que sean consideradas drogas legales y vayan
envueltas en la excusa de la connotación cultural.
En cualquier país mediterráneo, la cultura
del vino está tan extendida que casi podría considerarse una ofensa sentarse en
un restaurante y no acompañar sus platos de un buen caldo. Para un abstemio,
asistir a una comida familiar o a un evento de empresa o a una fiesta puede
llegar a resultar de lo más engorroso por el número de veces que se ve obligado
a rechazar una bebida alcohólica, con sus consecuentes intentos de convencerle
de que beba porque “por un día no pasa nada”. Pero el caso es que sí puede
pasar, dependiendo de las circunstancias que han llevado a esa persona abstemia
a decidir serlo. Se puede dar el caso de que esa persona simplemente no quiera
beber alcohol porque no le gusta o porque quiera cuidarse. Pero a veces también
se puede tratar de personas alcohólicas que han decidido dejar de serlo tras
sufrir una pancreatitis, o una hepatitis, o haber perdido a su familia o un
trabajo por culpa de su adicción. En esos casos, esa persona ha de demostrar
una voluntad de hierro para no caer de nuevo en la tentación de beber. Lo mismo
ocurre con el tabaco, aunque en los últimos años, con la prohibición de fumar
en lugares públicos y en los centros de trabajo, se está consiguiendo que la
cultura no tenga tanto peso en el mantenimiento de esa adicción. Si antes era
normal beber y fumar al mismo tiempo, ahora parece que somos más capaces de
separar ambos hábitos y no condicionarlos tanto a determinadas situaciones y
momentos de nuestro día a día.
En cualquier momento de la vida se nos puede presentar una buena ocasión para plantearnos un cambio de hábitos. Que llevemos dos, tres o cuatro décadas
haciendo algo cada día, no implica que no podamos dejar de hacerlo, si llegado un momento nos damos cuenta de que ese hábito nos está perjudicando de alguna
manera. Algunos expertos aseguran que, para instaurar un nuevo hábito, son
necesarios 21 días. Si somos capaces de empezar a hacer ejercicio físico cada
día durante esas 3 semanas, es muy posible que acabemos por acostumbrarnos a
ello y que se acabe convirtiendo en parte de nuestra rutina. Lo mismo ocurre si
decidimos dejar de tomar algo en concreto, como el café, el azúcar, la sal, la
bollería industrial, o las patatas chips. Los primeros días nos sentiremos
raros y encontraremos raras e insípidas nuestras comidas o nuestras bebidas,
pero pasadas esas tres primeras semanas, puede que nos hayamos acostumbrado al
cambio y que ya no nos parezca tan malo. Todo es cuestión de aprender a cambiar
el chip y de entrenar la voluntad. Como bien dice uno de nuestros refranes “la
voluntad mueve montañas”.
Perdamos el miedo a cambiar nuestros hábitos
y quizá conseguiremos cambiar al monje que vemos en nuestro espejo cada vez que
nos miramos en él y nos cuesta
reconocernos. Nuestra mente y nuestro cuerpo siguen siendo igual de moldeables
que cuando éramos niños y nuestros padres y abuelos no dudaban en corregirnos
cada vez que osábamos poner en riesgo los buenos hábitos que ellos procuraron
inculcarnos.
Estrella Pisa
Psicóloga col. 13749