Género y Libertad

Si existieran los viajeros del tiempo y alguno de ellos aterrizara de repente en nuestro siglo XXI tras escapar de una muerte segura en un circo romano o conseguir burlar las llamas de una hoguera de la Inquisición, quizá podría creerse en el Paraíso porque, afortunadamente, ahora habitamos sociedades más civilizadas y pareciera a simple vista que los derechos y libertades de todos los ciudadanos son respetados, con independencia de que pertenezcan al género masculino o al femenino.

Pero, si ese viajero del tiempo se detuviera un poco más en su análisis de los humanos de ahora, no tardaría en darse cuenta de que, aunque haya evolucionado nuestra forma de vida, nosotros seguimos pareciéndonos demasiado a los trogloditas que visitó en sus cavernas y a los lunáticos que creían ver herejes por todas partes.

Metidos de lleno en el escaparate de la Navidad, vuelve a saltar la polémica de si es correcto o no que las familias hagan distinciones entre sus niños y sus niñas a la hora de elegir sus juguetes. Muchos padres y madres siguen considerando a estas alturas que un niño ha de jugar con camiones y balones y una niña con muñecas y cocinas. Como si no tuviésemos excelentes profesionales de uno u otro género en cualquier profesión.


Que un niño elija una muñeca para jugar no le hace menos masculino y que una niña elija un juego de química o una caja de herramientas, no le va a hacer perder ni un ápice de su feminidad. De igual manera, a los bebés niño se les puede vestir de rosa sin que nadie tenga que llevarse las manos a la cabeza y una bebé niña puede lucir una mini camiseta del equipo de fútbol que le guste a sus padres. ¿Cuál es el problema? ¿Por qué empeñarnos en ver fantasmas donde sólo debería haber igualdad?

Pero la realidad es que continuamente nos resistimos a dejar de ver esos fantasmas. Estamos tan habituados a ellos que, cuando se ausentan, les echamos de menos. No tenemos bastante con condicionar la infancia de nuestros niños con nuestras equivocadas ideas de cómo ha de comportarse un niño y cómo lo ha de hacer una niña, que cuando crecen y empiezan su andadura en el mundo laboral, seguimos creyendo que es normal que los hombres se centren en sus carreras y las mujeres lo hagan en las familias que acabarán formando. También encontramos lógico que los hombres cobren más que las mujeres por realizar idéntico trabajo o que ellos puedan tener más flexibilidad horaria que ellas, porque ellos siempre estarán más libres. Damos por hecho que las tareas domésticas y el cuidado de los hijos seguirán siendo terreno exclusivo de las féminas. Lo más triste es que muchas veces, las personas que suscriben dichos argumentos son precisamente mujeres.

En cualquier época histórica, las mujeres siempre se han visto relegadas a un segundo plano. Ni siquiera en la antigua Grecia, bautizada como la cuna de la Democracia, la mujer tuvo voz ni voto. Pero siempre existieron mujeres que se atrevieron a rebelarse contra la voluntad de los patriarcados y que trataron de conquistar su espacio de libertad, aunque para ello tuviesen que acabar consagrándose a la iglesia o convirtiéndose en hetairas que preferían venderse a muchos hombres antes que resignarse a aguantar la mala vida que les diese un marido que seguramente no le habrían permitido elegir a ella misma.

Históricamente, la religión y la prostitución fueron dos de las opciones que tuvieron muchas mujeres para huir de matrimonios forzados y de vidas que no les convencían en absoluto. Afortunadamente, en la mayoría de países occidentales, parecería que las mujeres son libres de decidir sus destinos, aunque el fenómeno de la globalización nos desvela continuamente realidades muy distintas que se suceden paralelas a la nuestra, sin que nadie se dé por enterado. Así, muchas niñas que estudian en nuestras escuelas pueden llevar años prometidas en matrimonio con hombres a los que no han visto en su vida. Otras pueden ser salvajemente mutiladas cuando van de vacaciones a sus países de origen, porque sus padres siguen considerando que la mujer no tiene derecho a experimentar placer cuando mantiene relaciones sexuales. Algunas serán obligadas a dejar sus estudios para casarse y empezar a reproducirse, como si la maternidad fuese la única aspiración legítima de la mujer. Otras llegarán a ser repudiadas por sus propias familias por no sucumbir a sus exigencias y preferir la vía de la libertad, aunque lo pierdan todo por el camino.

Aún no hace ni un mes, la noticia de que una joven de 17 años de Sudán del Sur había sido subastada por sus propios padres en la tienda online de Facebook nos dejó a la mayoría sin habla. Aunque prácticas similares se llevan a cabo a diario en países como la India, donde una mujer es considerada moneda de cambio para conseguir cualquier otra cosa.

Para todas esas niñas y mujeres, el mundo sigue siendo territorio masculino. Igual que lo fue para nuestras antepasadas en las civilizaciones clásicas, o en la lejana Edad Media, o en los tiempos de la Ilustración, o en un siglo XX asolado por las guerras.

Nacer mujer nunca debería condenar a nadie a las renuncias, ni al conformismo, ni a la ignorancia, ni a vivir la vida que otra persona haya ideado para ella. Al margen del género con el que la haya definido la biología, toda persona debería ser libre de elegir su propio camino en la vida.

La historia está repleta de personajes femeninos que apostaron por intentar ser fieles a sí mismos. Hipatia de Alejandría, Cleopatra, Teodora de Bizancio, Juana de Arco, Marie Curie, Frida Khalo, Teresa de Calcuta, María Montessori, Simone de Beauvoir, Maria Callas, Rigoberta Menchu o Montserrat Roig son sólo algunas de ellas. Muy distintas entre sí y en las vidas que llevaron, pero todas acabaron contribuyendo a hacer del mundo un lugar mejor.

La literatura no ha estado exenta de historias con protagonistas femeninas que han logrado conquistar su espacio de libertad, aunque para ello hayan tenido que optar por negarse a sí mismas su propia feminidad, disfrazándose de hombres para recorrer los caminos que se proponían.


Tal es el caso de la brillante novela El faro de Alejandría, de Gillian Bradshaw, en la que la joven Caris de Efeso no duda en convertirse en Caritón para cumplir su sueño de estudiar medicina en Alejandría. Huye así de un matrimonio de conveniencia con un hombre al que detesta y al que pretendía forzarla su padre.

A través de sus páginas, la novela nos va desvelando las peripecias y los peligros a los que habrá de enfrentarse Caris en su cometido, al tiempo que nos descubre la mítica Alejandría y nos detalla técnicas y procedimientos médicos de la antigüedad que nos permiten entender cómo ha ido evolucionando la medicina.


Otro caso similar es el de la trilogía Martín Ojo de Plata, de la novelista Matilde Asensi. Compuesta por las novelas Tierra firme. Venganza en Sevilla y La conjura de Cortés, narra la historia de la joven Catalina Solís que, al igual que Caris de Efeso, también huye de un matrimonio de conveniencia que dista mucho de lo que ella realmente desea para sí misma. Para ello, suplanta la identidad de su hermano muerto y pasa dos años en una isla desierta del Caribe, donde acabará convertida en el contrabandista Martín Ojo de Plata. Unas páginas que nos llevan a viajar por el Siglo de Oro y nos muestran cómo se viajaba a bordo de las galeras que transportaban mercancías entre las costas caribeñas y la Sevilla imperial a través del Guadalquivir. No faltarán historias de piratas, intrigas familiares, asesinatos, conspiraciones y corrupción que acabará retando a su protagonista a ir tras los pasos del mismísimo Hernán Cortés para tratar de encontrar su legendario tesoro.


Las guerras que asolaron el siglo XX tampoco estuvieron exentas de protagonistas femeninas que no dudaron en luchar por defender sus derechos y sus convicciones.

Una de ellas fue la fotógrafa alemana Gerda Taro, de quien ya hemos hablado en este blog en Manipulando la Información. Esta valiente mujer no dudó en venir a España en plena Guerra Civil para acompañar a las tropas del bando republicano y realizar fotografías de los milicianos en diferentes frentes, pero también de mujeres y niños en los pueblos y ciudades por los que pasó.


Seguro que Gerda también tuvo unos padres que trataron de educarla para que acabase siendo una “mujer normal”, de las que se enamoran, crean una familia y se pasan la vida cuidándola. Pero ella, lejos de desear recluirse en ese espacio de seguridad convencional, prefirió correr riesgos y optar por conquistar su libertad. Como muchos otros fotógrafos, reporteros y brigadistas internacionales, se aventuró en un viaje que no tendría retorno, pero ella entonces no lo sabía. Era muy joven, quería retratar la realidad desde primera fila y se lanzó al vacío, sin paracaídas. No fue una bala de los nacionales lo que le segó la vida pocos días antes de cumplir los 27 años, sino un tanque republicano que, inexplicablemente, la arrolló durante la retirada en la batalla de Brunete.


Si se hubiese quedado en casa y se hubiese conformado con ser quien otros esperaban que fuese, seguramente habría vivido muchos años más,  o tal vez habría muerto años más tarde en una cámara de gas de algún campo de concentración, porque era judía. Pero nadie la recordaría ahora, ni podría recomponer la historia de los protagonistas de la guerra civil española a través de sus magníficas fotografías.

A veces, es preferible vivir pocos años, pero sabiéndonos dueños de nosotros mismos y libres de tomar nuestras propias decisiones y de asumir sus consecuencias, que llegar a centenarios lamentándonos por todo lo que no hicimos ni defendimos.

Seamos hombres o mujeres, concienciémonos de que sólo vamos a vivir esta vida y de que sólo a nosotros nos corresponde decidir cómo invertir el tiempo que tenemos para degustarla. Que nadie nos dicte lo que tenemos que sentir, lo que tenemos que pensar ni lo que hayamos de decir. La libertad consiste, simplemente, en atrevernos a ser quienes somos de verdad. No perdamos el tiempo tratando de engañarnos.


Estrella Pisa
Psicóloga col. 13749


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