Mediterráneos de Oriente y de Occidente
A los pobladores de las cuencas
mediterráneas, el mismo mar que nos separa nos puede acabar uniendo. Durante
mucho tiempo, se ha creído que una de las mayores debilidades del mundo
mediterráneo ha sido la heterogeneidad de sus pueblos, pero en esa diversidad
cultural, religiosa y étnica es donde reside precisamente su mayor fortaleza.
El Mediterráneo (mar entre tierras), antes de
ser bautizado con ese nombre por Isidoro de Sevilla allá por el siglo VII d.C.,
fue conocido como el Gran Verde por los antiguos egipcios, el Yam Gadol por los
judíos o el Mare Nostrum por los romanos. Esa variedad de denominaciones nos da
a entender que no estamos ante un solo mar, sino que cada uno de los pueblos
cuyas orillas se han bañado en él han tejido conceptos diferentes para designar
lo que este mar representaba para ellos.
Del mismo modo, a lo largo de los siglos, los
distintos historiadores han distinguido diferentes mares en ese mismo mar. Para
unos era un conjunto de tierras cuya economía dependía del mar; otros veían en
él un conjunto de ciudades portuarias unidas entre sí por múltiples intercambios.
Desde el ámbito religioso, no faltan quienes
también dividen este mar en un Mediterráneo cristiano, que baña las orillas de
los países del sur de Europa, y un Mediterráneo musulmán, que hace lo propio
con las costas de los países del norte de África.
Dependiendo del ángulo desde el que se
intenta divisar y entender una determinada realidad, veremos unas cosas, pero
nos perderemos otras. Es lógico que, cuando estamos ante un mar como el
Mediterráneo, no podamos captar la misma realidad si la divisamos desde algún
punto de la Costa Brava o lo hacemos desde el puerto del Pireo o desde una
playa de Libia. Porque sus pueblos se han gestado con historias muy distintas,
con creencias muy dispares, con costumbres que muchas veces, nada tienen que
ver unas con otras. Así, las miradas no pueden ser las mismas.
A veces, lo que llega del otro extremo del
mar es interpretado como peligroso. Los piratas berberiscos que durante tanto
tiempo asolaron las costas europeas del Mediterráneo, secuestrando a algunos de
sus vecinos y exigiendo cuantiosos rescates, contribuyeron a que ese miedo a lo
desconocido calase con más fuerza en la cultura occidental, hasta el punto de que,
en pleno siglo XXI seguimos siendo reacios a aceptar a las gentes de otros
pueblos que nos trae el mar. Gentes que huyen de la guerra, del hambre, de la
miseria y que no dudan en arriesgar su vida y la de sus hijos por aventurarse a
atravesar un Mediterráneo que a veces se los acaba tragando.
En la historia del Mediterráneo encontramos muchos
pueblos que se aventuraron a la navegación con el fin de comerciar con los pueblos
de otras orillas. Fue así como los foceos llegaron a la costa catalana casi seis
siglos antes de la era cristiana y fundaron la ciudad de Emporion (hoy
Empúries). Es evidente que no estaban solos, pues en aquellas tierras vivían
los indiketas, pero lograron convivir en armonía, enriqueciéndose mutuamente
con sus saberes y con sus artes. Gracias a esa llegada de los foceos, la
península ibérica conoció la civilización. No ocurrió lo mismo cuando, tiempo
más tarde, desembarcaron los romanos en esa misma Emporion y acabaron
sometiendo a los indiketas. Los romanos no vinieron a comerciar ni a instruir a
la población local, sino a conquistar esas tierras para su imperio, llegando a
conquistar el resto de la península, parte del norte de África y casi toda la
Europa conocida.
Vista al mar desde la ciudad griega de Empúries, puerta de entrada de la civilización. |
Cuando ese imperio empezó a decaer, la Edad
Media hizo que el mundo pareciera más oscuro. Una Edad Media que se hizo muy
tediosa al extenderse demasiado en el tiempo, pero en la que se inventaron o
mejoraron considerablemente ciertos artefactos relacionados con la navegación
que contribuirían a incentivarla. Tal es el caso del cuadrante, del astrolabio
y de la brújula. Tampoco faltaron aventureros que se adelantaron a su época
para recorrer larguísimas distancias para trazar nuevas rutas comerciales con pueblos
tan lejanos de los conocidos hasta la época que no hacían presagiar resultados
favorables. Quizá el más conocido de todos ellos fue Marco Polo y su ruta de la Seda.
Con el descubrimiento de América, en 1492, la
concepción del mundo desde la mirada de los europeos experimentó toda una
revolución. La tierra no era plana, como se había creído, y se abrían un sinfín
de nuevas oportunidades de negocio, de expansión de los imperios existentes y
de infinitas riquezas por descubrir y explotar en el nuevo continente. A partir
de ahí, la Edad Media dejó paso a la Edad Moderna.
Ese mismo año, los Reyes Católicos expulsaron
de sus territorios a las comunidades judía y musulmana. Los primeros tuvieron
que huir y buscar auxilio en otros países europeos como Italia o Grecia. Los
segundos lo harían en los países del norte de África. Una de esas personas fue León El Africano, a cuya familia expulsaron del entonces Reino de Granada.
Establecido en Marruecos, llegó a ser diplomático del Rey de Fez, pero le
capturaron unos piratas cristianos y le llevaron con ellos hasta Roma, donde
acabaría abrazando la fe católica y siendo bautizado por el propio Papa. Tiempo
más tarde, aprovechando la confusión que se creó durante el saqueo de la ciudad
en 1527, huyó de Roma para volver al norte de África, donde volvió a
convertirse en musulmán. Fue un viajero entre dos mundos y, en ningún caso,
debió ser una excepción, porque en aquellos días muchos otros debieron vivir
experiencias muy similares. La eterna
controversia de Oriente y Occidente, norte y sur, fiel e infiel.
En la Edad Moderna, el Mediterráneo revivió
el esplendor de la época de los foceos. Se prodigó el comercio y se propagó el
arte del Renacimiento.
El Mediterráneo ha sido escenario de obras
literarias como las de Cervantes, en
cuyas aguas batalló y perdió un brazo, siendo después luego fue capturado por
unos piratas y cautivo durante años en Argel, en la otra orilla. Al margen de
su desgracia, la experiencia le brindó la oportunidad de mirar desde otro
ángulo, de experimentar desde dentro otra cultura distinta y de apreciarla. Sus
obras no habrían sido lo mismo de no haber vivido todo eso.
Estrella Pisa
Psicóloga col. 13749
Fuentes consultadas:
Curso "El Mediterráneo: un espacio de intercambios" Universidad de Barcelona.
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