Fusionando Miradas

Demasiado a menudo, tendemos a dar por hechas demasiadas cosas. Pese a ser conscientes de lo rápido que evolucionan las nuevas tecnologías y dela importancia de mantenernos en alerta constantemente para evitar perder el hilo del tiempo en que vivimos y quedarnos desfasados, cayendo en la obsolescencia, hay algo en nosotros que se resiste a permitir que avancemos libremente. Ese algo es el peso de lo ya aprendido, de lo ya conocido, de lo ya dado por hecho.

Si las cosas siempre se han hecho de determinada manera y nos han ido bien, ¿para qué arriesgarnos a probar nuevos métodos y a que no den los resultados esperados?

Este argumento, que todos acabamos defendiendo alguna vez en cualquier ámbito de nuestra vida, a priori parece muy lógico e irrefutable, pero en cambio resulta muy irracional y demasiado paralizante. Si las personas fuésemos seres inmutables a quienes los cambios no afectasen lo más mínimo y nos comportásemos como robots programados para realizar determinadas funciones con la precisión de un reloj suizo, sin permitirnos ni el mínimo margen de error, podríamos seguir defendiendo la premisa de continuar haciendo las cosas como las hemos hecho siempre. Pero resulta que las personas no somos robots, aunque de alguna forma también estemos programadas por lo que nos enseñaron en nuestros primeros años. Somos seres biológicos en constante transformación física y psicológica. Todo lo que pasa a nuestro alrededor y todos los cambios que experimenta nuestro organismo con el paso del tiempo, acaban determinando nuestra forma de pensar y de comportarnos.

En la época actual, el mundo cambia demasiado deprisa y las personas hemos de adaptarnos a esos cambios si queremos sobrevivir. Los humanos hemos experimentado esos cambios a lo largo de toda nuestra andadura por el planeta, pero esos cambios se sucedían a otro ritmo mucho más lento, de manera que era muy difícil que una misma generación pudiese concienciarse de los mismos. Ahora los cambios son constantes: cambian nuestros aparatos electrónicos casi antes de que hayamos aprendido a manejarlos correctamente. Cambian las formas de interactuar con los bancos y los organismos públicos. Cambian las formas de buscar trabajo, de estudiar, de divertirnos y hasta de encontrar pareja. Las aplicaciones para móviles se quedan obsoletas antes de que mucha gente descubra su existencia. Las compras ya se realizan en un alto porcentaje por internet y no sólo se trata de libros, ropa o complementos, sino incluso de comida preparada para servir y comer en el momento.

El visionario de Charles Darwin ya advirtió en su momento que no sobrevivirían los más fuertes ni los más inteligentes, sino aquellos que se adaptasen mejor al cambio.

Aunque, cuando oímos la palabra CAMBIO siempre sentimos una especie de temor, porque se nos invita a abandonar nuestra zona de confort, un espacio en el que no siempre nos sentimos del todo cómodos, pero que nos confiere una seguridad que nos resistimos a perder. Y nos invaden todas las dudas imaginables y todos los miedos habidos y por haber.

El miedo no tiene porqué considerarse una emoción negativa. Al contrario, nos permite mantener la cabeza sobre los hombros y ser conscientes de lo que podemos perder si nos equivocamos. De no ser por ese miedo, muchos no dudaríamos en lanzarnos de cabeza a cualquier piscina sin antes comprobar que esté llena de agua. Pero, una vez hayamos analizados los pros y los contras de quedarnos como estamos o atrevernos a dar el salto, si tenemos claras las probabilidades de que el cambio sea un acierto, ¿por qué no arriesgarnos? ¿Por qué no tratar de avanzar, de probar cosas nuevas, de conocer gente nueva, de aventurarnos a adoptar otras maneras de mirar?

A veces cometemos la torpeza de creer que todo el mundo ve las cosas del mismo modo que las vemos nosotros. Porque esa lámina que tenemos delante muestra un sombrero, lo mires por donde lo mires. No se nos ocurre pensar en la posibilidad de que sea una boa que se ha tragado un elefante.

Ilustraciones de El Principito de Antoine de Saint-Exupery
Presos de los aprendizajes que asimilamos de niños, nos cuesta entender que otras personas puedan tener experiencias perceptivas distintas a las nuestras cuando miramos las mismas cosas. De la misma manera, también nos cuesta mezclar según qué cosas o conceptos para tratar de crear realidades diferentes.

Todos podemos ser creativos por naturaleza, porque la vida no deja de ponernos zancadillas que nos obligan a reinventarnos continuamente y a echar mano de recursos que ni sabíamos que teníamos hasta que nos aprieta la necesidad de utilizarlos para tratar de salir ilesos de determinadas situaciones. Aunque, cuando regresamos a nuestra zona de confort, parece que olvidamos con demasiada facilidad esa capacidad nuestra de estrujarnos el cerebro para encontrar soluciones a problemas con los que nunca antes nos habíamos enfrentado.

Lo que más nos angustia son los momentos previos a ese enfrentamiento cara a cara con la situación en cuestión. Porque, a la hora de batallar, somos perfectamente capaces de hacerlo e incluso de salir victoriosos. Pero pensar en tener que pasar por ello, nos descompone y saca lo peor de nosotros.

Somos mejores y mucho más fuertes de lo que pensamos, porque, aunque fracasemos, somos capaces de volver a levantarnos y de aprender de la caída y de los errores para tratar de hacerlo mejor la próxima vez que nos toque alejarnos de nuestra supuesta zona de seguridad.

La genialidad de la obra de Gaudí se debe a su idea de fusionar la arquitectura con la naturaleza. En la naturaleza no se dan formas rectas, sino curvas e irregulares. Sus columnas en el llamado Pórtico de la Lavandera en el Parc Güell de Barcelona son una muestra de esa imitación de los troncos de los árboles.

Dependiendo de si las personas tenemos una personalidad más introvertida o más extrovertida, nos costará más o menos afrontar todos esos cambios. Una persona introvertida, acostumbrada a trabajar sola, a no depender de los otros, a tomar decisiones por sí misma, posiblemente será más comedida a la hora de correr riesgos, porque sabe que, si se equivoca, toda la responsabilidad recaerá sobre ella. En cambio, las personas más extrovertidas, que tienen más facilidad para trabajar en equipo, para entablar más relaciones interpersonales, que están habituadas a compartir y a debatir ideas y decisiones, es más fácil que se abran más ante la posibilidad de implantar cambios. Aunque siempre hay excepciones.

Lo que parece estar claro es que, en un mundo globalizado, en el que las miradas son multidireccionales, no podemos fiarnos de una sola de esas miradas y tomar decisiones sólo en función de lo que veamos a través de ella. Un mundo tan complejo y a la vez  tan rico en matices nos invita a la interacción constante, a fusionar esas distintas miradas para tratar de ver más allá de lo que vemos y entender más allá de lo que a priori creemos que entendemos.

Si décadas atrás las diferentes ciencias estaban muy delimitadas, ahora vemos que cada vez son más frecuentes los enfoques interdisciplinares no ya sólo en medicina, sino también en otros ámbitos como la economía, la educación, la arquitectura o el arte.

Gracias a todas esas convergencias, a todas esas miradas encontradas y fusionadas, el mundo de hoy es como es y nuestra vida en él es una oportunidad única de vivir experiencias tan magníficas como esperanzadoras.



Estrella Pisa
Psicóloga col. 13749

Comentarios

Publicar un comentario

Entradas Populares