Cuidando lo Nuestro
Una de las primeras cosas que suelen hacer
los niños pequeños cuando empiezan a hablar es aprender a considerar como suyo
todo lo que tocan y todo lo que ven.
Es la etapa del egocentrismo, de no ver más allá del propio micromundo, de creer que todo ha de girar al son de nuestra
conveniencia, a ritmo de rabietas y caprichos que a veces resultan de lo más
inoportunos. Pero a los niños casi siempre se les perdona todo, porque sabemos que no están en
disposición de conocer las reglas de nuestra manera de funcionar en el mundo
adulto. No podemos exigirles la empatía que necesitarían para ponerse en
nuestro lugar y poder ver las cosas como las vemos y las entendemos nosotros.
Para que alcancen esos logros, les falta mucho tiempo y haber aprendido a base
de muchas caídas de las que no siempre van a salir ilesos.
A medida que crecemos, nuestra escala de
valores se va transformando y todo eso que considerábamos sólo nuestro
aprendemos a compartirlo con los demás. Cambiamos el adjetivo mío por el nuestro, el competir por
lograr el afecto exclusivo de mámá o de papá, por el compartirlo con los hermanos o con los primos, las rabietas para imponer nuestra santa
voluntad por el debate y la
posibilidad de llegar a acuerdos que
nos beneficien a todos.
Con la llegada de la adolescencia, hay quienes sufren una especie de regresión en el
tiempo y vuelven a envolverse en un halo de egocentrismo que años atrás ya
habían conseguido superar. Algunas
personas en esa etapa se sienten más vulnerables, menos comprendidas y temen no
estar a la altura de lo que se espera de ellas. Por ello se construyen una
coraza con la que tratan de aislarse de todos los supuestos peligros que ven a
su alrededor. Como los niños pequeños, sienten que todo lo que les importa es
sólo suyo y que nadie tiene derecho a indagar en sus preciadas propiedades.
Nadie puede osar tocar sus cosas, ni entrar en su habitación, ni meterse en sus
vidas. Como escribió Hermann Hesse
en su novela El lobo estepario,
muchos de estos adolescentes no dudarían en poner en la puerta de su habitación
aquello de: “Entrada no para cualquiera.
Sólo para locos”.
Madurar es eso:
ser capaces de transformar nuestro egocentrismo infantil y adolescente en la
capacidad de llegar a sentirnos uno con todos los demás. En sentir que no somos
de nadie ni nadie es nuestro, pero al tiempo, todos somos de todos, porque sin
el esfuerzo de todos nada de todo lo que somos y tenemos sería posible.
A veces, muchos de los escenarios en los que
nos movemos diariamente o de los que somos meros espectadores a través de la
televisión o de los vídeos que se cuelgan en la red, se asimilan tanto a esos
patios de guardería en los que los niños se enlazan en rabietas sin sentido
porque el compañero les ha tocado su juguete o ha conseguido un beso de su “seño”,
de esa “seño” que sólo es suya, que cuesta creer que estemos ante una reunión
de profesionales supuestamente respetables o ante un hemiciclo lleno de
políticos que, más que debatir sobre los problemas del país, parecen empeñados
en retarse a ver quién dice la grosería más gorda o la estupidez más
vergonzante.
Parece mentira que, cuanto más preparada se
supone que está la gente, más fácilmente cae en las trampas dialécticas, en la
falta de respeto, en la ausencia de toda empatía y en la barbarie más absoluta.
Cegados por los adjetivos posesivos, defienden a capa y espada lo que creen
sólo suyo: su patria, su bandera, su lengua, su cultura, sus costumbres y sus
creencias como si los demás no habitásemos su misma tierra, aunque prefiramos
que en ella quepan todas las banderas, las lenguas, las culturas, las costumbres
y las creencias. Porque lo nuestro, también
tiene que ser vuestro y ser de todos. Si lo creemos sólo nuestro, pasa a no ser
de nadie, porque preferiremos destruirlo antes que compartirlo.
En un mundo tan globalizado como el actual,
no podemos seguir limitando nuestros afectos, nuestras tendencias y nuestros
intereses a unos pocos factores elegidos sin otro criterio que el de tratar de
favorecer a los que creemos que piensan como nosotros. Relacionarnos sólo con aquellos que siempre nos van a dar la razón en
todo, nunca contribuirá a que avancemos como sociedad ni como individuos
particulares. Bien al contrario, nos hará más débiles y mucho más pobres.
La gracia de la vida está en conectar con cuantas más realidades distintas
mejor, porque cuantos más puntos de
vista diferentes podamos llegar a conocer y tratar de entender, más sabios nos
haremos entre todos, más nuestro lo sentiremos todo y a todos, vengan de donde
vengan y vayan a donde vayan.
No seamos niños, no peleemos como energúmenos
por un trozo de tela de colores, ni por un mapa en el que nada se dice de las
personas que habitan esos territorios. No reduzcamos la esencia de lo nuestro a
tan poca cosa. Lo que debería enorgullecernos de entender como nuestro es lo
que verdaderamente sentimos por quienes queremos de verdad, lo que nos motiva a
levantarnos cada día para seguir batallando por seguir adelante con nuestras
vidas, con nuestros modestos o grandes sueños, junto a las personas que hacen
que nuestros días tengan sentido. También deberíamos defender como nuestra la
educación que nos legaron nuestros padres, el respeto por lo diferente, la capacidad
de compadecernos de quienes no tuvieron nuestra misma suerte y de tender manos
amigas en lugar de levantar murallas. Cuidar lo que somos y lo que hemos tenido
la fortuna de conocer, disfrutar de lo que nos ofrece la naturaleza que
habitamos y procurar preservarla para que los que vengan después también puedan
maravillarse con ella. Compartir buenos y malos momentos con los amigos, con la
familia y con los niños, sean hijos de quienes sean. Porque siempre resultan
grandes maestros que transmiten una sabiduría innata, espontánea, sin filtros.
Atrevámonos a mirar con los ojos de un niño
pequeño y no temamos sentir que todo es nuestro y aprendamos a cuidarlo con
mucho celo. Pero, al tiempo, tengamos la suficiente madurez como para sentirnos
uno con todos los demás. Defendamos lo nuestro en plural, nunca en singular.
Porque, si sólo gana uno, acabamos perdiendo todos.
Estrella Pisa
Genial la descripción, me llevo la profundidad.
ResponderEliminarMuchas gracias por leerlo y comentar. Un abrazo.
EliminarGenial la descripción, me llevo la profundidad.
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