Ordenando el Caos
En muchas ocasiones, siendo niños o
adolescentes, hemos sido testigos de cómo nuestras sufridas madres perdían los
papeles ante el desorden en que nosotros parecíamos sentirnos como peces en el
agua:
Son algunas de las órdenes que nos lanzaban
continuamente, sin conseguir demasiado éxito, porque siempre nos resistíamos a
cumplirlas.
¿Cuántas veces no habremos intentado
convencerlas de lo absurdo que resulta hacer la cama cada mañana para volver a
deshacerla por la noche, o retirar los manteles de la mesa después del almuerzo
para tener que volverlos a poner pocas hora después para disponer sobre ellos
la cena?
Pero las madres no daban su brazo a torcer y
no nos permitían esas licencias, pese a que, muy en fondo, quizá reconociesen
que teníamos parte de razón.
Nuestra vida no deja de ser un continuo hacer
y deshacer las mismas cosas, cayendo en rutinas que a veces devienen
insoportables. Y, mientras nuestro tiempo está comprometido en tales
menesteres, dejamos de hacer un montón de cosas interesantes que podrían
permitirnos seguir avanzando de otro modo en la vida.
Pese a que muchas personas coinciden en la
conveniencia de llevar una vida lo más ordenada posible, a veces confundimos “vida
ordenada” con vivir en entornos en los que no esté permitido ningún tipo de
desorden. Una persona puede llevar una vida perfectamente sana, en cuanto a
relaciones, alimentación, trabajo y hobbies y, en cambio, no ser estricta con
el orden de sus cosas ni de sus prioridades, ni en casa ni en el trabajo. Porque cada persona entiende
el orden a su particular manera. Una casa perfectamente recogida e impoluta no
se antoja precisamente una casa habitada, sino una casa preparada para que la
fotografíen y la expongan en la web de una inmobiliaria con la intención de
venderla.
Una casa perfectamente ordenada, a veces es
la antítesis de lo que entendemos por hogar. En un hogar con niños o
adolescentes, tiene que haber juguetes por el suelo, diferentes piezas de ropa
sobre las camas o en las sillas de las habitaciones, libros amontonados sobre
la mesa o platos sucios de la cena en el escritorio por la mañana. Y, aunque no
haya niños ni adolescentes, en cualquier hogar pueden haber tareas pendientes
de hacer que no tienen por qué hacernos sentir mal ni ponernos nerviosos. La
vida no se detiene y, cada momento que pasa determina nuevas tareas por hacer.
No podemos sucumbir estoicamente a los ritmos que nos imponen, porque entonces
no haríamos otra cosa.
No podemos obviar el hecho de que el desorden
siempre se acabará imponiendo por más ordenados que queramos ser. Porque el
orden ideal y perpetuo no sería compatible con la vida. Sería como realizarnos
una fotografía y quedarnos a vivir en ella. Vivir implica evolucionar, seguir
adelante, exponernos a los nuevos caprichos del caos y tratar de seguir
ordenando sus continuos desórdenes.
En la mitología griega ya encontramos
referencia al caos como el estado
primigenio del Cosmos, un espacio que se abre, que se despierta y en el que se
puede suceder cualquier circunstancia. A partir de ahí, surgieron los conceptos
contrapuestos como cielo y tierra o noche y día, no pudiéndose entender la
existencia del uno sin el otro. Igual que el Yin y el Yan, el cielo o el
infierno.
El caos no tiene por qué implicar desorden. Más
bien, reflejaría nuestro verdadero estado natural en la naturaleza.
La llamada Teoría del caos fue enunciada por
el norteamericano James A. Yorke, un profesor de Física y Matemáticas de la
Universidad de Maryland, quien argumenta que el caos es lo que vemos cada día en
nuestra vida.
Basta una pequeña variación en nuestras rutinas diarias para que conozcamos a esa persona que nos puede llegar a cambiar la vida, o un pequeño fallo a la hora de hacer alguna de nuestras tareas para que suframos un accidente que nos lo cambie todo, o un golpe de suerte que nos abra puertas que ni creíamos que pudiesen estar ahí delante.
La vida es más caprichosa de lo que a veces
creemos. Nunca la tenemos bajo control, por más controladores que nos creamos.
Esto lo saben bien quienes padecen trastornos de ansiedad u obsesivos. Nunca
pueden estar tranquilos, por más que se resistan a bajar la guardia, porque la
vida siempre se encarga de desordenarles sus papeles y de ponerlos
continuamente contra las cuerdas.
Vivir no va de planificar al milímetro cómo
queremos que se sucedan los acontecimientos en nuestra vida, sino de dejarnos
sorprender por ese caos que nos obliga a ponernos a prueba continuamente y de
aprender de esa mariposa cuyo aleteo en una parte del mundo puede ser capaz de
provocar un tornado o un terremoto en la parte opuesta.
No llegamos al mundo
con un guión preestablecido del que no podamos cambiar ni una coma en un
escenario en el que todas las variables van a estar perfectamente controladas.
Venimos a la aventura, aterrizando en un entorno vivo y continuamente
cambiante, en el que nuestro temperamento, nuestro carácter y nuestra
personalidad irán moldeándonos para que vayamos escribiendo y cambiando nuestro
propio guión a medida que vayamos superando todo lo que el caos nos vaya
poniendo en el camino.
Estrella Pisa
Psicóloga col. 13749
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