Riendo al Viento

El pasado miércoles, 20 de marzo, celebramos el día internacional de la felicidad. En las aulas escolares, en los centros de trabajo, en los programas de televisión y en muchos portales de internet no dejamos de homenajear ni de reivindicar esa felicidad a la que todos tenemos derecho todos los días del año, pero que tantas veces nos resulta tan esquiva y tan efímera.



En 2013, la conocida periodista y presentadora de televisión Sandra Barneda publicó su primera novela, dándole un título de lo más curioso: “Reír al viento”. En ella relataba una historia de ficción en la que su protagonista, una escritora de libros de autoayuda que reniega de lo que escribe en sus propios manuales,  inicia un viaje interior tratando de huir de lo que la atormenta. Para ello huye hasta Bali, donde acabará perdiéndose para reencontrarse después consigo misma. Se trata de una novela intimista en la que podemos encontrar frases quenos pueden dar mucho qué pensar a los que siempre tratamos de ir más allá de las superficies en busca de aquello que todavía se resiste a descubrirnos la naturaleza humana:


A veces confundimos la felicidad aparente con la real. Hay personas que se empeñan en parecer siempre felices, aunque en el fondo no lo hayan sido nunca. Tal vez porque no hayan sabido serlo o porque no se hayan dado permiso ni para intentarlo.

Nos cruzamos por la calle con personas impecablemente vestidas y maquilladas hasta el punto de llegar a darnos cierta envidia sana o insana por lo bien que se las ve y cometemos el error de creerlas felices, satisfechas con sus vidas y muy a gusto bajo sus capas de adornos y piel. Pero, lamentablemente, no siempre es así. En ocasiones, bajo esas capas se esconde un infierno que nadie adivina a simple vista porque una perfecta sonrisa o una sonora risa difuminan todo atisbo de amargura. Y otras veces nos cruzamos con otras personas cuya humildad les hace casi rozar el suelo y volvemos a cometer el error de creerlas muy desgraciadas cuando, en realidad, quizá se sientan mucho más dichosas y en paz que los que no paran de lanzarnos sonrisas simuladas.

En los últimos años la llamada Psicología Positiva y los muchos manuales de autoayuda en los que se ha abusado de ella han tratado de convencernos de que todo tiene un lado positivo si nos atrevemos a buscárselo. Esto, que a priori puede parecer un argumento muy sensato, no resulta serlo cuando la gente que recibe esos mensajes se queda sólo en la superficie y espera que su situación y sus problemas se resuelvan solos, como por arte de magia. Fingir una sonrisa, decirle a alguien lo que quiere escuchar para evitar una discusión o ponerle al mal tiempo buena cara resulta de lo más sencillo. Lo difícil es conseguir que esa sonrisa se genere de modo natural; lo delicado es que nos atrevamos a decirle a esa persona que tanto nos importa lo que se niega a escuchar pero necesitamos decirle, desde el respeto, con sumo cariño, sin necesidad de provocarle un daño gratuito y demostrar una actitud valiente no es limitarnos a poner buena cara y esperar que pase el temporal, sino conseguir que los que dependen de nosotros se contagien de nuestra esperanza y, entre todos, podamos superar la situación, sintiéndonos más fuertes y más unidos.

¿Reímos porque somos felices o somos felices porque reímos?

Desde la Psicología de la Emoción se han elaborado diferentes teorías tratando de arrojar un poco de luz sobre esta incógnita y otras parecidas.

Una de estas teorías, desarrollada por William James y Carl Lange, defiende que las emociones surgen como consecuencia de las reacciones fisiológicas que experimenta nuestro cuerpo ante determinadas situaciones. La experiencia emocional dependerá de cómo interpretemos nuestras reacciones ante esas situaciones. Siguiendo esta teoría, no reímos porque somos felices, sino que somos felices porque reímos. Como si el motivo de nuestra risa no importase en absoluto, como si nada tuviese que ver con la felicidad.

La teoría de Cannon- Bard se ha mostrado completamente contraria a la de James-Lange defendiendo que las personas pueden experimentar reacciones fisiológicas asociadas a las emociones sin necesidad de sentir la emoción y sugiriendo que experimentamos las reacciones fisiógicas al mismo tiempo que sentimos la emoción.

Inspirada en las dos anteriores, la teoría de Schachter-Singer, sostiene, por un lado, lo mismo que la de James-Lange, que las personas infieren sus emociones a partir de sus reacciones fisiológicas (no tienen miedo porque han visto algo terrorífico, sino porque se dan cuenta de que están temblando). Pero, por otro, se muestra de acuerdo con la teoría de Cannon-Bard al defender que reacciones fisiológicas similares provocan un amplio abanico de emociones.

Vistas estas tres teorías, podemos concluir que ninguna de ellas responde a nuestra pregunta inicial. Quizá porque la mente humana es demasiado compleja para poder analizar los productos resultantes de nuestras sinapsis neuronales reduciéndolo todo a unas pocas variables. Somos el cómputo de todo lo que hemos experimentado con anterioridad y del modo cómo lo hemos interpretado. Algo nos causa dolor y podemos optar por llorar o por tragarnos las lágrimas. Y habrá quien se sienta triste, pero quienes, experimentando lo mismo, lo que sentirán será rabia, impotencia o incluso odio. No faltarán quienes rían al viento por no llorar ni quienes lloren de tanto reírse.

La felicidad, como todo en la vida, es mucho mejor cuando es genuina, cuando se siente de forma natural, sin provocarla con artefactos de marketing, sin simularla para salir agraciados en las fotografías que luego colgamos en nuestras redes sociales.
Muchas empresas confunden la creación de un buen clima de trabajo con la imposición a sus empleados de que sonrían constantemente, aunque por dentro estén echando humo por el estrés, por las horas extras no remuneradas, por la sobrecarga de responsabilidades no reflejadas en sus contratos o por los problemas para conciliar esas maratonianas jornadas de trabajo con su vida familiar. Para estas empresas, la teoría de James-Lange les viene como anillo al dedo: “Eres feliz porque sonríes”, aunque ni tú mismo sepas el porqué de tu propia risa.

La historia y el cine están llenos de ejemplos parecidos que escenifican muy bien aquello de: “reír por no llorar”. Una de esas muestras la encontramos en la década de los años 20 en el siglo XX, bautizada como “los años locos” porque, pasada la 1ª Guerra Mundial, mientras muchas personas lo habían perdido todo y trataban de recuperarse como buenamente podían, a muchas otras personas no se les ocurrió otra cosa que aprender a bailar el charlestón y ponerse el mundo por montera. Otra muestra de esa felicidad más propia de enajenados que de personas realmente dichosas nos la brinda  la película “La vida es bella”, en la que un padre intenta por todos los medios que su hijo sea feliz, pese a su condición de judíos en un campo de concentración nazi.

Las distintas reacciones que podemos experimentar las personas cuando nos vemos desbordadas por los acontecimientos son impredecibles. Pero bailar, reír, tomar champán, vestir de forma frívola o contarnos cuentos, ¿son estrategias suficientes para desconectarnos de la realidad cuando ésta no nos resulta placentera? ¿Nos basta con reír para sentirnos felices o deberíamos aprender a atesorar buenos motivos por los que reír de verdad?


Estrella Pisa
Psicóloga col. 13749

Comentarios

  1. Me encanta que pongas palabras a lo que realmente sentimos la mayoría aunque cara a la galería queramos aparentar otra cosas. Genial post como siempre.

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    1. Muchas gracias por leerlo y comentarlo. Un fuerte abrazo.

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