Víctimas y Verdugos

Hay palabras que, aparentemente, sólo tendrían como característica común la letra inicial. Tal es el caso de los vocablos “víctima” y “verdugo”, que podrían tomarse por antónimos, al definir la primera al sujeto que sufre un daño o un abuso y la segunda al sujeto que infringe ese daño o ese abuso. Pero las circunstancias reales, a veces se alejan mucho de las definiciones de los diccionarios, porque las relaciones interpersonales nunca son lineales, sino multidireccionales. Nadie puede considerarse víctima ni verdugo al cien por cien, porque su particular situación va a depender de múltiples factores que dificultan la identificación de las causas primeras y de las consecuencias finales.

Los humanos aprendemos por imitación y damos por correctos los modelos en los que fijamos nuestra atención desde nuestros primeros momentos de vida. Así, acabamos deduciendo que el tipo de relación de pareja que mantienen nuestros progenitores es la adecuada, cuando en ocasiones sería muy discutible. Pero un niño no tiene el rodaje de un adulto, no tiene otros modelos con los que comparar a su familia y acaba dando por normal un tipo de convivencia que, en realidad, tal vez  se alejaría mucho de la que sería deseable. A medida que ese niño o esa niña van creciendo y van ampliando su red de amigos, pueden llegar a descubrir otros tipos de relaciones de pareja en los padres de sus compañeros y pueden empezar a comparar y a darse cuenta de que algo no les acaba de cuadrar. Pero no todos reaccionarán de la misma manera, sino que dependerá de hasta qué punto el modelo en el que han sido criados les ha acabado condicionando.


A veces, por más que comprendamos que algo no funciona en nuestra forma de comportarnos y de relacionarnos con los demás, no podemos cambiar porque la propia inercia nos obliga a continuar comportándonos de la misma manera. Una manera que nos hace daño, que nos lleva a pensar cosas muy negativas de los demás, pero también de nosotros mismos. Cambiar se nos antoja imposible a menos que podamos abandonar nuestro entorno y dejar de estar bajo su influjo para pasar a actuar en un entorno completamente nuevo en el que todo lo tengamos por empezar. De ahí que muchos adolescentes quieran huir y romper con todo lo conocido para tratar de encontrarse a sí mismos al desprogramarse de todo lo aprendido antes. Propósito muy noble, pero también muy ingenuo. Porque nadie puede huir de su propia mente. Podemos poner distancia de un ambiente que consideramos no adecuado, pero si ese ambiente nos ha condicionado durante tantos años, seguiremos actuando de la misma manera en que hemos aprendido a hacerlo aun encontrándonos en una ambiente nuevo, en el que se den todos los elementos para desarrollar nuestra mejor versión.
Así, la solución no es huir, sino pararse en seco y afrontar la situación cara a cara, sin que nos paralice el miedo a ponerles nombre a nuestros sentimientos y sin que nos avergüence habernos equivocado durante tanto tiempo.

El neurólogo Richard Gregory (Universidad de Bristol), afirmaba que “el cerebro no busca la verdad, sino que elucubra para sobrevivir”.  Eso explica que tanta gente se pase la vida huyendo de sí misma, tratando de autoengañarse para seguir soportando su modo vida. Un modo de vida que muchas veces no les convence en absoluto, pero que insisten en seguir manteniendo por mil excusas de lo más irracionales.

Aaron Beck, profesor emérito del departamento de Psiquiatría de la Universidad de Pensilvania, fue el fundador de la llamada Terapia Cognitiva. Trabajando con pacientes depresivos se dio cuenta de que éstos experimentaban pensamientos negativos que invadían sus mentes de forma espontánea. Beck llegó a diferenciar tres tipos distintos de esos pensamientos negativos: los referidos a uno mismo, los referidos al mundo y los referidos al futuro. Llegó así a la conclusión de que los principales síntomas de la depresión no son los anímicos, sino los cognitivos, que preceden y provocan los síntomas afectivos. En el núcleo del trastorno veía una distorsión o una tendencia sistemática a interpretar de forma negativa los acontecimientos vitales, considerándolos globales, frecuentes e irreversibles, cayendo en lo que denominó Tríada cognitiva.

En las personas deprimidas existen actitudes o creencias disfuncionales que afectarían al modo como interpretan y perciben la información. Para Beck esas creencias se organizan en esquemas, estructuras funcionales de representaciones relativamente duraderas del conocimiento y la experiencia anterior. Estos esquemas depresógenos se diferencian de los normales tanto en su estructura como en su contenido, suponiendo exigencias poco realistas, impermeables, concretas, extremas y muy rígidas sobre el mundo y el propio yo, de modo que la realidad  fácilmente entra en contradicción con ellos.

Como apuntábamos al principio, estos esquemas se formarían por experiencias tempranas en la infancia y la adolescencia en su interrelación con los padres y otras personas significativas. Estos esquemas constituyen un factor de vulnerabilidad o predisposición para la depresión u otros trastornos de tipo afectivo.


Una persona con depresión suele abusar de las distorsiones cognitivas. Entre ellas, podemos destacar las siguientes:

Inferencia arbitraria-  Llegar a una conclusión sin tener evidencia alguna que la apoye o incluso teniendo pruebas que entren en contradicción con dicha conclusión. “Dice que no podrá acudir a la cita porque le ha surgido un imprevisto. Lo que pasa es que ha quedado con otra persona, porque yo ya no le intereso.”

Abstracción selectiva-  Quedarse sólo con la parte que le interesa de la información, la parte que confirma su postura inicial, sin tener en cuenta otros detalles mucho más relevantes. “Me han descartado, seguro que era el peor aspirante. Ya te dije que no merecía la pena que lo intentase siquiera”.

Generalización excesiva-  Extraer una conclusión partiendo de hechos muy aislados y utilizándola para evaluar otras situaciones. “Todos los hombres son iguales, no podemos fiarnos de ellos”.

Maximización y Minimización-  Errores que se cometen al evaluar la magnitud o la significación de un acontecimiento incrementando o disminuyendo su significación.  En este caso nos podemos encontrar con dos escenarios distintos. Por un lado la visión catastrofista que no le permite al sujeto esperar nada positivo de las situaciones a las que se enfrente o, por otro lado, la negación de la gravedad de la situación cuando ésta requiere de alguna intervención inmediata del sujeto para ponerle remedio y evitar que las cosas vayan a peor.

Personalización- Atribuirse sucesos externos sin base firme para probarlo. “Al entrar yo, se han callado y han mirado para otro lado. Seguro que me estaban criticando”.

Pensamiento dicotómico o absolutista – Clasificar todas las experiencias en una o dos categorías opuestas (blanco o negro), seleccionando las categorías del extremo negativo para describirse a sí mismo. “No tengo nada de lo que enorgullecerme”.


Estas distorsiones producen y mantienen unos pensamientos distorsionados que se manifiestan de dos formas: como pensamientos o imágenes voluntarias  o como pensamientos automáticos negativos (PAN), ideas que no se controlan directamente y que se sitúan justo por debajo de la conciencia, causando un gran daño psicológico, al ser afirmaciones referidas a pérdidas, fallos, rechazos, incompetencia, etc, que el sujeto acaba aceptando como ciertas.

Pensamientos negativos acerca de sí mismo:
“Soy un fracasado”, “Mi vida carece de sentido” o “No soy una buena persona”

Pensamientos del mundo que le rodea:
“Nadie me quiere”, “La gente me trata mal”

Pensamientos acerca de su futuro:
“Las cosas no van a mejorar”, “Nunca voy a encontrar lo que busco”

Los postulados del modelo de Beck, ampliamente aceptados y utilizados en la psicoterapia, coincidirían con la conclusión a la que llega Semir Zeki, catedrático de Neurobiología del University College de Londres, quien sostiene que el cerebro crea modelos abstractos y casi perfectos  (de la casa, de la pareja o del coche ideal) que contrastan con la trivialidad de la vida cotidiana. Tales modelos nunca encajan a la hora de juzgar la casa, la pareja o el coche reales. Lo mismo nos pasa con cualquier otra cosa que hallamos idealizado. El resultado es un estado de insatisfacción constante que estaría en la base de la depresión generalizada.



De todo lo expuesto, podemos aventurar que muchas veces, en función de los modelos en los que nos hayamos criado y de las experiencias que hayamos vivido en ellos, acabaremos adoptando más el rol de víctima o el rol de verdugo. Pero ambos roles, como los sentimientos de amor o de odio, de tan extremos, a veces se acaban tocando y es difícil determinar dónde termina uno y dónde empieza el otro. Podemos encontrar verdugos que lo son por supervivencia, porque antes han sido víctimas de los errores de un padre o de una madre que, aun habiendo hecho todo lo que podían o sabían, no han logrado estar a la altura de lo que se esperaba de ellos. O de algunos compañeros de clase que les han ninguneado y maltratado durante años y de quienes nunca han osado quejarse por miedo a represalias o por vergüenza de reconocer que no han sabido defenderse de sus ataques, de no haber estado ellos a la altura de lo que sus padres, sus hermanos mayores o la propia sociedad habría esperado de ellos. De la misma manera, podemos encontrar víctimas que lo siguen siendo porque no han aprendido a comportarse de otra manera y temen no ser capaces de cambiar, de adquirir las habilidades cognitivas necesarias para revertir su situación y adoptar un rol mucho más saludable que les permita volver a creer en sí mismas y en sus muchas potencialidades.

Si somos capaces de desprendernos de los esquemas erróneos, de los deseos que vienen cargados de trampas y de las exigencias irracionales que nos imponemos a nosotros mismos, quizá estaremos muy a tiempo de cambiar los roles de víctimas y verdugos, por los de personas que optan libremente por dejar de sufrir y hacer sufrir. Porque a veces olvidamos que, detrás de nosotros, otras generaciones se están mirando en nuestros comportamientos y en nuestras formas sanas o insanas de relacionarnos. Dejemos de ofrecerles espejos distorsionados y de exigirles una perfección que nosotros hemos sido incapaces de alcanzar. Seamos honestos: esto no va de ser mejores o peores, de hacernos daño o de sufrir de forma innecesaria, de tenernos miedo o de aprender a faltarnos el respeto. Sólo va de aprender a vivir sin hacer de nuestra vida un infierno del que querer huir constantemente.



Estrella Pisa
Psicóloga col. 13749

Bibliografía consultada:

“Viatje a les emocions” - Eduard Punset- Editorial Destino- 2010

“Manual de Psicopatología”- Belloch, Sandín y Ramos- Ed. McGraw-Hill -2008

Comentarios

  1. Hola, Estrella!!
    Hacia muchísimo que no pasaba pero como son tan largos tus posts me gusta tomarme mi tiempo para comentar.

    Respecto a la depresión (distintos tipos) yo creo que en ocasiones, se tiende a globalizar o a juntar porque a veces, como dices, unos han tenido que sobrevivir a ese espejo que le ha mostrado una imagen errónea de la vida. Pero claro, tampoco podemos decir que sea un error, porque esa imagen lo ha hecho de manera en que teniendo todo lo que ha podido o poseído ha intentado marcar unas pautas.

    Digamos que se le podría llamar un reflejo o espejo ¿verdad? Muchas veces, como a mi me ocurre, no estoy muy segura si afectará el hecho de mostrarme segura de mi misma por que hay gente que no lo tolera muy bien. Hay quien diría que una debe ser como es y al que no le guste que reviente y allá cada uno con cada pensamiento. Pero coincido en que hay versiones de padres que muestran una idea equivocada de lo que uno debe ser de adulto y que distorsiona totalmente las mentes eclipsando todo lo verdaderamente valioso.

    Se me viene a la mente esas personas que estando solas se sienten felices. Pero que les recriminan el hecho estarlo. A lo mejor , nadie se ha parado a pensar que los gustos de esas personas no son los mismos que los de tu hijo y por eso prefiere recluirse. Y de nada sirve decirle que tiene que salir más y decirle que se va a quedar solo pues entenderá que estar solo/a es malo. Y de nada sirve que luego de intentar que salga y llegue a una edad más cercana a la adultez nunca esté en casa y quieras recluirlo/a a tu vera. (Luego vienen los lamentos)

    Pero la mente es poderosa para los deprimidos. Hay un abanico muy amplio de información y hay que estar predispuesto a querer cambiar. Claro.

    Bueno, al final creo que me he ido por las ramas con el ejemplo y se me ha olvidado lo que quería expresar. Espero que, me haya expresado bien.

    Me ha gustado mucho tu entrada.

    Un abrazo.

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    1. Te has expresado perfectamente, Keren. Ante tu generoso comentario, ¿qué puedo añadir yo, salvo agradecerte infinitamente que leas lo que escribo?
      Con respecto a lo que dices que a veces no te sientes muy segura de cómo reaccionarán los demás si te muestras segura de ti misma, decirte que no tenemos que esconder lo que somos ni disimular lo que sentimos. Siempre desde el respeto, porque para brillar nosotros no tenemos por qué apagar la luz de los demás. Podemos brillar todos sin causarnos daño.

      Un fuerte abrazo y MUCHAS GRACIAS.

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