Competir o Cooperar
Como habitantes de una gigantesca aldea
global, a estas alturas de nuestra experiencia globalizada, ya somos muy
conscientes de que lo pasa en una playa de Japón o en los campos de arroz de
China puede llegar a influir en el precio de la cesta de la compra que llenamos
en un mercado de Barcelona o de París.
Es evidente que los productos que adquirimos en un mercado que está tan
alejado de esos países, directamente no tienen nada que ver con ellos. Serán
productos cultivados en nuestros campos y pescados en nuestros mares más
próximos. Pero, indirectamente, sus precios vendrán determinados por lo que
ocurra en el resto de mercados del mundo.
Si China, Rusia o Reino Unido tienen
problemas con la cosecha de determinado cereal, fruta o verdura y no pueden
abastecer las necesidades de sus poblaciones, cabe pensar que necesitarán
importarlo de otros países. Asimismo, esos países no desaprovecharán la
oportunidad de exportar su producción de ese cereal, fruta o verdura a precios
más elevados de lo que es habitual, porque se valdrán de la necesidad que
tienen los otros países de adquirir esos productos y de que pagarán el precio
que sea por conseguirlos. De ese modo, la cantidad disponible para su venta en
el mercado nacional de ese cereal, esa fruta o esa verdura descenderá y, aplicando
la ley de la oferta y la demanda, su precio se disparará.
Otro de los aspectos negativos de la
globalización es el aumento de las conductas competitivas en todos los ámbitos
de nuestra vida diaria. En las escuelas, en las empresas, en los grupos de
amigos, en las asociaciones de las que formamos parte, en determinados deportes, en los partidos políticos o incluso en los
gobiernos de las distintas naciones lo que parece prevalecer son las conductas
agresivas, la no conformidad generalizada, la exigencia de ir siempre a más, de
no tener bastante con nada de lo conseguido, de ser capaces de pisotear a quien
sea y al precio que sea para llegar al objetivo previsto.
Es curioso ver cómo muchos de los que hace
sólo unas décadas hubiesen sido descartados por muchas empresas por ser unos
trepas sin escrúpulos, hoy son los que ocupan las sillas más cotizadas del poder,
ya sea en empresas privadas, en organismos públicos o en cargos gubernamentales.
Pero, ¿se puede ser transparente con un
compañero o con un cliente cuando tu cometido es demostrar que eres mejor que
ellos y poder pasarles por encima?
Como clientes, cuando vamos a comprar a un
establecimiento, lo que buscamos es encontrar un producto que se ajuste a
nuestras necesidades, que tenga un buen precio y que nos lo venda alguien que
nos trate con amabilidad y respeto. Lo que menos queremos es presenciar que los
dependientes se peleen entre ellos, porque eso enrarece el ambiente y le resta
valor al producto que estábamos dispuestos a adquirir y a la marca a la que
pertenece la tienda. En cambio, si el ambiente que vemos es de cooperación y armonía entre los empleados, aunque el
producto en cuestión no nos acabe de convencer del todo, lo acabaremos
adquiriendo y, lo más importante, volveremos otro día a seguir comprando.
Las empresas, sobre todo si son grandes,
suelen tener distintos proveedores para una misma materia prima o para un mismo
servicio. Como es lógico, esos proveedores competirán entre ellos por conseguir
mayor cuota de mercado en lo que respecta a ese cliente. Saldrán ganando los
que sean capaces de ofrecerle mayor calidad al mejor precio, pero no deberán
descuidar otras variables, como la rapidez de respuesta, la resolución de
incidencias, la amabilidad de las personas que traten directamente con el
cliente, el clima de trabajo que se respire en la empresa del proveedor, etc.
A veces, una empresa puede producir productos
muy buenos y ofrecerlos a precios muy competitivos y no conseguir los
resultados que serían deseables porque no tiene en cuenta el factor humano. Las
empresas no funcionan solas, las impulsan con su esfuerzo diario las personas
que consiguen hacerlas andar cada día. Si esas personas trabajan a gusto y
cohesionadas como un verdadero equipo, los resultados, tarde o temprano, serán
brillantes. Pero si esas personas se dedican a mirar únicamente por sí mismas,
obedeciendo más a su propio ego que a la necesidad de sacar adelante la empresa
entre todos, los resultados difícilmente serán buenos. En estos casos, cuando
sólo se pretende que haya un ganador, acaban perdiendo todos.
La confianza es uno de los valores más difíciles de obtener,
porque cuesta mucho convencer a un cliente de que podemos darle lo que necesita
y de que se puede fiar de nuestro buen hacer. Una vez conseguida, tenemos la
suerte de poder haber traspasado una puerta que nos puede reportar buenos
beneficios, pero siempre y cuando no metamos la pata. Porque esa misma confianza
que tanto se resiste al principio, se nos puede volatilizar en cuestión de
segundos si el cliente descubre que le hemos decepcionado. Y muchas veces,
detrás de esa pérdida de confianza está la agresividad con que compiten entre
sí los comerciales de nuestra marca. “Si
entre ellos se desautorizan de esa manera, ¿qué consideración tendrán conmigo?”-
puede pensar el cliente.
No son los empleados de una misma empresa los
que tienen que competir entre ellos por obtener más medallas o más ingresos,
sino las empresas las que tienen que competir con su competencia. Pero
competirán mejor aquellas que, como en el deporte, cuenten con plantillas
cohesionadas, que persigan un objetivo común: que gane la empresa a la que
representan, que vayan todos a una, que se ayuden entre ellos en lugar de
ponerse zancadillas, que sean capaces de sumar sus fuerzas y de fluir como un
organismo único e invencible.
Estrella Pisa
Psicóloga col. 13749.
Me provoca un tremendo estrés trabajar en un lugar donde solo existe falsa cordialidad, porque en realidad por los pasillos hay críticas y competición. No sirvo para trepar a costa de otros. Por eso quizás nunca pueda llegar a cargos de más responsabilidad que los que hasta ahora he tenido. Cumplo con responsabilidad y eficacia mis objetivos pero como dices no es suficiente en esta sociedad de competición.
ResponderEliminarEs muy triste lo que expones, pero desgraciadamente describe una realidad mucho más habitual de lo que pensamos. Una cosa es progresar, querer ascender en el ámbito laboral y que reconozcan nuestros méritos y otra muy distinta es aceptar que tengamos que ganar a costa de que muchos otros deban perder. Como tú, prefiero perder a utilizar a los demás para llegar a cimas que, intuyo, me desagradarían sobremanera. Porque no quiero confundirme hasta el punto de llegar a creerme que vivo en una jungla en la que, para seguir viva, deba alimentarme de mis semejantes.
EliminarUn abrazo.