Resiliencia y Esperanza
Charles Darwin, en su obra El Origen de las Especies, ya argumentó
que “los individuos que sobrevivían no
eran necesariamente los más fuertes de su especie, sino aquellos que se
adaptaban mejor al cambio”.
160 años después de la publicación de aquella
obra que a nadie dejó indiferente y que tantas críticas tanto positivas como negativas
ha cosechado a lo largo del tiempo, seguimos
educando a los niños para que sean los más fuertes. Para que no se dejen
pisotear por sus compañeros en el colegio, para que compitan entre ellos para
conseguir los primeros puestos, para que se crean por encima de los demás. Al mismo
tiempo, tendemos a sobreprotegerlos en extremo, a dárselo todo hecho, a no
permitirles que aprendan de sus propios errores. Como si el mundo estuviese
lleno de personas que les seguirán protegiendo cuando esos niños se conviertan
en adultos y ya no nos tengan tan cerca. No somos conscientes del daño que les
estamos haciendo al venderles una idea tan distorsionada de la vida que les
espera en el futuro. En lugar de enseñarles a gestionar sus emociones adecuadamente, seguimos induciéndoles a que
las escondan o las lleven a los peores extremos.
Cada vez hay más voces que nos alertan de que
el nivel de inteligencia general en los más jóvenes está descendiendo porque se
han habituado demasiado alegremente a buscarlo todo en Google, a estar
permanentemente pendientes de diferentes pantallas electrónicas, a no pensar
por sí mismos, a perseguir resultados inmediatos y a no profundizar en la
información que encuentran ni a cuestionarse su veracidad. No es raro encontrar
adolescentes a quienes les cuesta un mundo el cálculo mental. Una simple división
de una sola cifra les puede llegar a poner fácilmente frente a las cuerdas. Pero,
lejos de reconocer su incompetencia, se defienden argumentando que “si tenemos calculadoras, ¿para qué nos
vamos a romper la cabeza?”
Si estos chicos y chicas hubiesen vivido en
el mundo en blanco y negro de nuestros padres y abuelos, es probable que
hubiesen sido analfabetos o que apenas hubiesen frecuentado la escuela unos
pocos años, pero seguro que hubiesen tenido más recursos personales a la hora
de abrirse paso para encontrar su lugar en el mundo.
Hay quienes nunca han dejado de ver en Punset
al político que fue. Licenciado en derecho por la Complutense de Madrid, de muy
joven había militado en el partido comunista, por lo que estuvo exiliado en
Burdeos, Suiza y París. Más tarde pasaría ocho años en Londres, donde
realizaría un Máster en Ciencias Económicas. De vuelta a España, fue diputado y
consejero de Economía y Finanzas de la recién restaurada Generalitat de
Cataluña y, más tarde, pasó a ser diputado de UCD y CDS en las Cortes Españolas,
teniendo un papel importante en la
implantación del estado de las autonomías y llegando a ocupar el cargo de
ministro de relaciones con las comunidades europeas. Punset contribuyó a que España se abriese al exterior tras sus cuarenta
años de letargo impuesto por la Dictadura. Fue también eurodiputado entre
los años 1987 y 1994.
A partir de ese momento, se aleja del
panorama político y centra sus intereses en la docencia, ejerciendo como
profesor de Ciencia, tecnología y sociedad en la Facultad de Economía del
Instituto Químico de Sarrià (Universidad Ramón Llull). Fue director y
presentador del programa Redes entre los años 1996 y 2014.
Entre 1980 y 2015 escribió 18 libros. A
través de ellos, puede deducirse su espectacular evolución personal. Los
primeros se centran más en temas económicos y políticos, pero en Adaptarse a la marea: La selección natural
en los negocios ya empieza a intuirse el Punset del que nos hemos despedido
en los últimos días. Una persona con una curiosidad inagotable, que ha sabido
como nadie adaptarse a los cambios y transformarse con ellos en alguien siempre
mejor. Un ser humano resiliente, que
supo infundir esperanzas a las personas que veían sus programas o leían sus
magníficos libros. Supo enseñarnos que las emociones no tienen porqué ser
malas; que expresar lo que sentimos no nos hace necesariamente más débiles y
que hablar de AMOR o de FELICIDAD no es pecar de cursis, sino
atreverse a ponerle nombres a lo que anhelamos. Porque todos queremos querer y
que nos quieran. Todos aspiramos a sentirnos felices. Da igual qué o quién sea
el objeto de nuestras pasiones. Todos somos únicos y especiales, pero muchas
veces nos empeñamos es escondernos de los otros, para que sólo vean la cara que
peor nos representa.
Eduard Punset, al igual que Oliver Sacks, a quien él entrevistó en
Redes, es de esas personas que siempre ven la botella medio llena y que, de
cualquier situación, por difícil y angustiosa que se nos presente, siempre van
a ser capaces de sacar algo muy bueno, para luego transmitírselo a los demás en
un intento de hacerles ver que no todo está perdido, que siempre quedan hilos
de los que tirar y motivos por los que continuar adaptándonos a los caprichos
de nuestra particular marea. Como la flor que es capaz de crecer entre el
asfalto o en un margen agreste de una empinada carretera hacia un acantilado o como
el niño que crece en medio de la miseria y la guerra, pero prometiéndose a sí
mismo que él de mayor será médico para poder salvar a los que sufren y, a base
de años de esfuerzo, determinación y perseverancia, lo consigue y se convierte en
una luz de esperanza para los demás.
A veces, una misma situación desafortunada
puede convertirnos en víctimas de por vida o en personas que se reten a sí
mismas para conseguir brillar en medio de toda esa oscuridad. La felicidad nunca está en lo que nos pasa
o nos deja de pasar, sino en cómo nos adaptamos a todo eso que nos pasa o no
nos pasa.
Estrella Pisa
Psicóloga col. 13749
Me ha gustado ese giro del artículo para recordar a mi tocayo recientemente fallecido. Es una pena que genios como él se vayan, a la vez debo decir, incomprendido para mí. Soy una persona que nunca le ha terminado de entender, mi madre, en un cumpleaños me regaló "Excusas para no pensar" pensando que caudra con mi lectura y nunca he podido terminar el libro, porque andaba más perdido que un burro en un cuarto alicatado. Volveré a intentarlo algún día, pero que no distorsione eso lo que ha sido este señor en el mundo.
ResponderEliminarPor otro lado, podría hablar largo y tendido sobre la educación de los padres a los niños hoy en día y no sólo de su idiotización y dependencia que propone esa realidad distorsionada, hay algo más en esa sobreprotección excesiva, el creer ser invulnerables y poderse salir siempre con la suya, y si algo sale como no esperan, ahí están mis progenitores para defenderme, lo cual agrava más toda la idea anterior.
En mis tiempos, y no me considero viejo, hacias algo mal y el escarmiento paterno podía ser tranquilamente en el lugar de la fechoría a ojos de todo el mundo, quedando claro como una patena que así no se hacen las cosas, hoy en día defienden esa actitud por muy nefasta que sea, con tal de no consentir la reprobación del afectado/perjudicado... ¿quién es él para rectificar o educar a mi hijo?. Obviamente no estoy hablando de cruzar la cara a ningún chaval, pero quitarles esa sensación de seres superiores en esa vida utópica y maravillosa en la que sus actos no tienen consecuencias. Un abrazo
Sin duda, Eduardo Punset ha sido como un faro que nos ha iluminado el camino a muchos, aunque coincido contigo en que sus libros no son fáciles de leer. Al menos, no son de esos libros que uno se lee de una tirada, desde el principio hasta el final, sino más bien seleccionando lecturas parciales de los temas que te llaman más la atención en ese momento.
EliminarEn cuanto al tema de la educación actual de los padres a los niños, coincido plenamente en lo que dices. Cuando yo era niña, si hacías algo mal en la escuela, recibías el castigo inmediatamente, bien en forma de humillación poniéndote de rodillas ante todos tus compañeros o copiando muchas veces el clásico "No hablaré en clase" o algunas veces la lección que tocaba ese día. Y la cosa no acababa ahí: si llegabas a casa y decías que te habían castigado, te volvían a castigar tus padres. Ahora si llegas a casa contando que un profesor te ha dicho una palabra más alta que la otra, quien recibe el castigo de los padres no es el niño, sino el profesor. El mundo al revés. Y esto no puede traer nada bueno.
Un fuerte abrazo.