Respirando Oportunidades
Si nos preguntasen qué nos resultaría
indispensable para seguir con vida, es muy probable que algunos respondiésemos
que nos costaría mucho vivir sin las personas a las que amamos o sin aquellas
cosas a las que ya nos hemos habituado: nuestros libros, nuestro coche, nuestra
casa, nuestro móvil o el acceso a nuestras redes sociales. Los más idealistas
tal vez responderían que no podrían vivir sin libertad y los más pragmáticos,
tal vez prescindirían de lo superfluo y de lo idílico y serían capaces de darse
cuenta de que no podríamos vivir sin aire que respirar, sin agua para
hidratarnos, sin tierra en la que sembrar para cosechar después alimentos, sin fuego
con el que calentarnos y transformar los elementos de la naturaleza o sin madera
y metales con los que construir las herramientas que nos permitiesen trabajar
de forma más óptima y levantar las edificaciones donde vivir y desarrollar
nuestras actividades diarias.
Al ser la respiración algo tan automatizado,
nos olvidamos con facilidad de su importancia y no reparamos en el aire hasta
que sentimos que su falta nos ahoga. Tampoco echamos de menos el agua hasta que
nos morimos de sed ese día que hemos calculado mal las provisiones y la
excursión se ha alargado un poco más de la cuenta. Sólo tendemos a valorar las
cosas y las personas en su justa medida cuando nos faltan o cuando nuestro
acceso a ellas se ve restringido por alguna circunstancia ajena a nuestro
control.
Del mismo modo que necesitamos aire para que
las mitocondrias de nuestras células sigan desempeñando su función y nuestra
sangre siga circulando con normalidad por todo nuestro organismo, las neuronas
de nuestro cerebro también necesitan captar nuevas oportunidades para seguir
sintiéndose motivadas diariamente. Necesitan establecer nuevas sinapsis que les
reporten nueva información y les procuren seguir creciendo y aprendiendo, lo
que se traduce en que la persona cuyo cerebro las alberga pueda seguir
evolucionando hacia nuevos horizontes.
Independientemente de que seamos personas de
tipo pragmático, idealista o más sentimental, coincidiremos todas en que, para
seguir vivas, necesitamos tener cubiertas nuestras necesidades fisiológicas más
básicas, pero también deberemos tener en cuenta otras necesidades para llegar a
sentirnos lo más satisfechas posible.
Como ya argumentó Abraham Maslow en 1943 con
su Teoría de la motivación humana, en función de cómo desarrollamos nuestras
necesidades, éstas se acaban
jerarquizando por orden de importancia, describiendo esta escala como
una pirámide de cinco niveles, constituyendo los cuatro inferiores las
necesidades primordiales (fisiológicas, de seguridad, de afiliación y de
reconocimiento) y el nivel superior la necesidad de autorrealización o
“motivación de crecimiento”. Mientras un nivel no está satisfecho, la persona
no está en condiciones de plantearse el reto de alcanzar el siguiente nivel. Así, en situaciones de extrema
pobreza, es lógico que las personas se centren en cubrir sus necesidades más
básicas, como respirar, saciar el hambre, la sed, procurarse abrigo, dormir,
calmar el dolor. Todo lo demás queda en un segundo plano, anteponiendo esas
necesidades básicas a la propia seguridad, no dudando en jugarse la vida por
ellas.
Desgraciadamente, aunque estemos en el siglo
XXI, en demasiadas sociedades humanas a lo largo y ancho del planeta, sigue
habiendo demasiadas personas atrapadas en el nivel más bajo de la Pirámide de
Maslow. A veces nos gusta creer que se trata de personas que habitan en países
del mal llamado Tercer Mundo, pero nos engañamos piadosamente a nosotros
mismos. Porque en todos los países del mundo, por más ricos que sean, hay
personas que concentran todo el peso de su existencia en conseguir agua, comida
o un precario techo bajo el que cobijarse ellas y sus familias. Cuando el
hambre y la sed no se sacian, difícilmente la persona que las padece podrá
preocuparse por necesidades más elevadas, como su propia seguridad y la de los
suyos, la educación de sus hijos o el pago de sus deudas.
Siempre nos puede resultar muy fácil tachar a
esas personas de irresponsables cuando su lucha por la supervivencia acaba en
tragedia (accidentes domésticos que se podrían haber evitado, desahucios
vergonzosos, suicidios como única vía de escape). Pero raras veces nos dignamos
a plantearnos la dura pregunta de qué habríamos hecho nosotros de haber tenido
que pasar por su misma situación.
Si el aire que respirásemos sólo nos
recordase la precariedad en la que vivimos y no nos infundiese ningún atisbo de
esperanza, ¿seríamos capaces de vislumbrar oportunidades de mejora en el
horizonte?
Para seguir adelante, todos necesitamos tener
alguna motivación. Creer que mañana las cosas podrán ir a mejor, que nuestro
esfuerzo de ayer y de hoy habrá merecido la pena y todo cobrará el sentido que hoy
aún no tiene. Tal vez por esa necesidad
de dejar de sobrevivir para aventurarnos a vivir, haya personas que se
arriesguen a perder la vida atravesando un mar o un océano, en busca de mejores
oportunidades. Porque, por negro que sea el horizonte, seguir avanzando hacia
él siempre será mejor opción que quedarse quieto esperando a que sea él quien
nos atrape a nosotros.
Limitarse a satisfacer las necesidades más
básicas es caer en una trampa mortal, en un círculo vicioso que nunca nos
permitirá alcanzar el segundo nivel de la Pirámide de Maslow, el de la
necesidad de seguridad, de sentirnos a salvo, sin tener que lidiar con el miedo
a que nos echen de nuestro refugio o a perder nuestro empleo. Poder procurarle
una educación a nuestros hijos y tener la certeza de que, si caemos o caen
enfermos, podremos acceder sin problemas a la atención médica. Para alcanzar
este nivel de seguridad, a veces tenemos que arriesgarnos y aceptar ofertas de
empleo que no se nos antojan ninguna maravilla, pero que en ese preciso momento
de nuestra vida, nos pueden permitir acceder a esa seguridad que necesitamos.
Con el tiempo, siempre podremos encontrarnos por el camino con opciones mejores
que nos permitan ir evolucionando en la dirección que queremos.
Una vez asentados en el segundo nivel de la
pirámide, pondremos nuestro objetivo en el nivel de las necesidades de
afiliación. Es lógico que las personas, por regla general, no se planteen vivir
en pareja o tener hijos hasta que consideran que su situación económica se lo
puede permitir. Al margen de los lazos afectivos y familiares, las personas
también buscamos pertenecer a grupos de personas con los que nos sintamos a
gusto y representados. Somos animales sociales y, como mejor nos sentimos, es
formando parte de una comunidad. Hoy en día, las redes sociales son un ejemplo
palpable de esta necesidad.
Con las necesidades de afiliación cubiertas,
nos aventuraremos a saltar al cuarto nivel de la pirámide, buscando el
reconocimiento de los demás y el nuestro propio. Algo indispensable para lograr
una buena autoestima que nos lleve a sentirnos seguros de nosotros mismos y de
lo que hacemos.
Sólo las personas que han superado con éxito
estas cuatro fases, estarán en condiciones de plantearse alcanzar la cima de la
pirámide. El reto de la autorrealización
y el desarrollo de las necesidades internas. Como es obvio, cada persona
tendrá sus propias necesidades a este respecto. Porque cada persona, en función
del recorrido evolutivo que haya hecho en las fases anteriores, necesitará
satisfacer esas necesidades de autorrealización de una forma o de otra. Lo que
es evidente es que tales necesidades no dependerán de nada concreto ni de la
actuación de otras personas, sino del modo cómo el individuo interprete sus
propias acciones y los pensamientos y emociones que experimente al hacerlo. En
definitiva, sólo dependerán del resultado de sus propias conexiones sinápticas
en su cerebro y de que, en cada una de esas conexiones, sus neuronas sean
capaces de vislumbrar cada encuentro con otras neuronas como una nueva
oportunidad y no como un inconveniente.
Nos queda mucho por aprender aún acerca de
nosotros mismos y de nuestras necesidades. Pero, como en tantos otros aspectos
primordiales de nuestra condición humana, en este asunto también resulta de
capital importancia la educación. Gracias a la educación, un hombre llamado Viktor Frankl pudo escribir una obra
como Ante el vacío existencial y seguir ejerciendo la neurología y la
psiquiatría después de pasar por el horror de los campos de concentración
nazis.
Como muchos otros y muchas otras, consiguió
burlar la trampa de las necesidades básicas y anteponer su perseverancia, su
dignidad, su esperanza de un mañana mejor y su autoconfianza al hambre, a la
sed, al dolor, a la humillación y a la
desesperación. Si él y tantos otros
pudieron mantenerse en el nivel más alto de la Pirámide de Maslow en tan adversas circunstancias, otro mundo es
posible y otro aire podrá ser más respirable.
Estrella
Pisa
Psicóloga
col. 13749
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