Caminando hacia la Autodependencia
Con el estreno del segundo milenio, muchos quisimos creer que el
mundo podía cambiar para mejor y la sociedad occidental no dudó en ponerle
oídos a nuestros buenos deseos para ofrecernos una serie de productos que nos ayudasen
a sentirnos comprendidos, aunque sólo cumpliesen su función en la superficie.
Y lo que se nos vende no siempre son
productos físicos, sino que cada vez con más frecuencia lo que compramos son
ideas, sensaciones, experiencias. No falta quien parece dispuesto a pagar lo
que le pidan por una botella supuestamente llena de aire de Tramuntana… Aunque
también estamos viendo cómo muchas personas, en lugar de regalos, el día de su
aniversario les piden a sus amigos que ingresen donativos a ONG’s por la
cantidad que se habrían gastado en un presente.
Nuestras costumbres cambian y los mercados se
van adaptando rápidamente a esos cambios para no desaprovechar ninguna
oportunidad de negocio.
En los primeros años de la
primera década de este siglo, aparecieron en el mercado editorial español los
cuentos de un psiquiatra argentino llamado Jorge
Bucay y, no sólo le dejamos que nos
los contara, sino que permitimos que nos atrapase en el juego de sus palabras.
No en vano Bucay, antes de médico,
había sido payaso y también actor. Llegó en el momento preciso y sus libros se
hicieron un hueco entre nuestras mentes necesitadas de cambios y de aprender
otras formas de mirar y de entender la vida.
¿Su éxito fue casualidad o
producto de una campaña de marketing muy bien orquestada?
¿Quién lo sabe?
Algunos no dudaron en acusarle de plagio. Muchos otros de oportunista. Pero el caso es que su estrategia tuvo
éxito durante unos cuantos años, en los que no dejó de publicar nuevos libros,
ni de asistir a entrevistas en distintas televisiones, ni de organizar talleres de trabajo sobre sus
cuatro primeros libros, los referentes a los cuatro caminos que, según Bucay, podemos elegir las personas para
transitar por la vida.
El primero de ellos, titulado “El camino de la autodependencia” nos
enseña que nadie puede aspirar a ser del todo independiente, puesto que todos
necesitamos de todos para funcionar como individuos y como sociedad. De la
manera que tenemos organizada nuestra vida cotidiana actual, sería impensable
sobrevivir si nos negásemos a depender de alguien más. Si empezamos por
nuestras necesidades más básicas, seríamos incapaces de conseguir alimentarnos
si renunciásemos a ir a
comprar lo que necesitamos a las tiendas que frecuentamos habitualmente o a
otras en las que pudiésemos hacerlo, porque no sabríamos cómo sembrar nuestros
propios campos de cereal, moler el trigo, hacernos el pan; cultivar y cosechar nuestras
propias hortalizas y frutas; criar
nuestros pollos, vacas o corderos para sacrificarlos después u obtener su
leche, sus huevos o su lana. Tampoco podríamos hacernos la ropa que vestimos si
renunciásemos a comprar las telas ya tejidas. Nos tocaría adentrarnos en el
cultivo del algodón o del lino y aprender a convertirlos primero en hilo y
luego en telas. Lo mismo nos pasaría con el calzado, con los productos de aseo
personal o con los muebles que necesitásemos para hacer de nuestras casas
hogares confortables. Si no dependiésemos de nadie más, tampoco pisaríamos las
escuelas, ni las iglesias, ni los centros de salud.
¿Qué clase de mundo estaríamos construyendo?
Si todas nuestras necesidades tuviésemos que
cubrirlas sin contar absolutamente con nadie más, no sobreviviríamos mucho
tiempo y las sociedades como tales desaparecerían para convertirse en miles de
millones de islas con forma humana que reclamarían absurdamente su caótica soberanía.
¿Tiene sentido querer ser el rey de un
territorio en el que no habita nadie más que tú?
Cualquier otra especie animal, por simple que
sea, sabe de antemano que lo que la hace fuerte frente a las demás es la unión
de sus ejemplares. Si las hormigas consiguen reservas de comida para todo el
invierno no es, precisamente, proclamando independencias, sino colaborando
entre ellas a la hora de cargar con los hallazgos más preciados. Algo parecido
observamos cuando los bancos de peces se las ingenian para escapar de las
fauces de los tiburones, organizándose y adoptando formas que se le antojen
monstruosas a sus depredadores y los hagan desistir de sus ataques.
Aunque los humanos siempre hemos intentado ir
por libre, creyéndonos autosuficientes y sintiéndonos muy por encima del bien y
del mal.
A diferencia de la independencia estricta, la autodependencia
no nos obliga a distanciarnos de los demás ni a cumplir el imposible cometido
de convertirnos en autosuficientes. Podemos seguir dependiendo de mucha gente,
al tiempo que mucha otra dependerá también de nosotros. Pero haciéndolo de una
forma consciente y madura. Sin crearnos obligaciones ni creándoselas a los
demás. Gestionando correctamente nuestras emociones y estableciendo relaciones
más sanas con quienes nos importen de verdad.
Una persona puede considerarse
autodependiente cuando es capaz de responsabilizarse de sus propios
pensamientos y actos; cuando no necesita buscar excusas convincentes para
justificarse ante los demás; cuando asume su propia carga y sus propias culpas
sin intentar hacerlas extensivas a sus familiares, a sus compañeros o a sus
amigos. Pero, al tiempo, también sabe
negarse convenientemente a cargar con pesos y culpas que no le correspondan.
Hay personas cuyos pies parecen pesarles como
el plomo cada vez que intentan caminar hacia adelante. Por eso tratan de
hacerlo hacia atrás o incluso de lado, entorpeciendo los pasos de quienes
caminan por delante, por detrás o junto a ellos. Una persona autodependiente caminará ligera y satisfecha de sí misma y
de quienes la acompañen. Se mostrará empática, estará siempre dispuesta a
prestar su ayuda, pero en ningún momento permitirá que nadie la manipule ni
trate de hacerla cambiar contra su voluntad.
Los padres que
educan a sus hijos con el propósito de verles convertidos en autodependientes, no diferencian en función de
primogénitos o benjamines, ni utilizan diferentes baras de medir en función del
género de sus vástagos. Simplemente, asumen la responsabilidad de guiarles por
el camino que les lleve a descubrirse a sí mismos. Un camino en el que se
sientan arropados y queridos no por el parentesco, sino por cómo son y por quienes
son de verdad. Un camino que no estará exento de piedras con las que
tropezarán ni de socavones en los que caerán sin remedio, pero en el que los
padres siempre estarán pendientes de los avances de sus hijos, aunque sin
agobiarles, sin exigirles más ni menos de lo que serán capaces de lograr por sí
mismos o en colaboración con sus iguales. No les educan para depender de los
demás, ni tampoco para que sean otros los que dependan de ellos. Les educan
para que sean capaces de cooperar con los otros en beneficio de todos.
Les enseñan desde la cuna a existir como seres completos que no
necesitan encontrar ninguna media naranja para sentirse plenamente realizados.
Pero también procuran mostrarles con su propio ejemplo la importancia de la
convivencia, del respeto mutuo, de los espacios de libertad a los que tiene
derecho cada uno, de la cooperación para afrontar retos más grandes, del
descubrimiento en los otros de esas otras miradas capaces de mostrarnos nuevos
mundos sin alejarnos de éste.
Educar para la Autodependencia es apostar por
pulir nuestras aristas y por mostrarnos libremente tal como somos, pero sin dejar de
respetar que los demás sean como son o como quieran que les veamos y les
entendamos.
Estrella Pisa
Psicóloga col. 13749
Uff, pues no se por donde empezar, porque el preludio que nos ha hecho de vender ya no sólo cosas materiales, sino tambien ideas y dejando un poco en el limbo la opinión sobre Jorge Bucay, me ha dejado muy trastornado (después hablaré del resto del post).
ResponderEliminarTe voy a contar algo personal, no se si dice mucho de mí o no, en el 2005 tuve una fortísima depresión, sólo me levantaba de la cama para ir al trabajo, volvía, comía y el resto del día en el catre... Peor los fines de semana, porque de la ecuación había que quitar que no tenía que trabajar. Nunca traté ese tema con profesionales, ya me puedes disculpar y a veces pues sigo teniendo secuelas de aquello como el no creer en mí cuando alguien importante en mi vida me ningunea. ¿cómo salí de eso? pues una amiga me recomendo "Cuentos para pensar" de un tal Jorge Bucay y tras leerlo por primera vez, me sentí gilipollas literalmente, pensé que estaba desaprovechando mi valiosa vida por un palo duro que me había dejado completamente roto en un periodo cercano de 45 días. Si Bucay es un juntaletras o un vendehumos, no te digo que no, para gustos los colores y entiendo que haya gente que pueda pensar eso, yo sólo puedo decir que uno de sus libros me ayudó en el momento más jodido de mi vida, dió en el clavo... Y si, soy el típico idiota que ha comprado libros de autoayuda, no por creer en ellos, sino porque me llaman la atención y me he leído bestsellers de esa temática que no me han dicho absolutamente nada, pero repito Bucay acertó en mí, dentro de mi peor momento, sin habernos presentado
Así que ya que me llama la atención siempre tu blog, por la manera de hacerme click con ciertos temas (y no es sencillo producir ese sentimiento en mí), me gustaría que te desdoblases y que me respondas a la misma pregunta dos veces, una como Estrella Pisa persona de carne y hueso con su forma de ver la vida y obviamente desde el punto de vista de una Psicóloga profesional: ¿Qué es para tí Jorge Bucay? (Ahí te dejo mis deberes y espero ambas respuestas).
EliminarPor otro lado y volviendo al tema del post, para mí el ser humano es autodependiente y a su vez dependiente, y debemos asumirlo así. De la mayoría de las personas que tendrán interacción con nosotros en vida, podrían desaparecer de ella y no digo que a algunos echaríamos de menos, pero la vida seguiría y podremos continuar sin su presencia... Pero, ¡ay amiga! hay un grupo muy pequeño de personas de las que siempre seremos dependientes, que nunca nos falten nuestros padres, hermanos o hijos, porque por muy poco trato que tengas con ellos en X tramo de tu vida, cuando realmente no estén, te darás cuenta de lo mucho que te hace falta. Que no nos falte la pareja, porque sin entrar en un sempiterno debate, sobre que tras cortar una relación podemos levantarnos y continuar, el dolor de perder lo que más quieres puede quedarse instalado durante muchos años, porque yo no tengo ese botón de resetear que algunos aprietan al día siguiente y parece que su ex ha dejado de existir cuando hace nada le juraba amor eterno. Y que no nos falten ciertas personas, que no son familiares, y puede que nunca sean nuestas parejas, pero que cuando recibes noticias de ellos, tu día nublado se torna azul con unos rayos de sol que achicharran. Es esa clase de gente que nacieron con el don de alegrarte el día estés como estés y a esa clase de personas, también las necesitas. Podemos vivir sin todo ello, y si bien yo creo que el ser humano está capacitado para vivir creando sus propias cosas para autoabastecerse, discrepo con el trozo de post que divaga sobre ello, creo que también podríamos morir mucho antes al saber que nadie nos va a escuchar, aconsejar, enseñar o el verbo sociable que te salga, porque el ser humano necesita siempre a alguien al lado para ser más feliz y conseguir sus objetivos, somos sociables por naturaleza... Un abrazo
Antes de nada, Eduardo, agradecerte tan extensos y ricos comentarios. Para mí es un lujo contar con tus interesantes aportaciones. Pocas personas son capaces de explicar todo lo que tú me cuentas, así, como si no lo pudiese leer nadie más. Y eso te hace aún más grande a mis ojos.
ResponderEliminarYo también he padecido varios episodios depresivos a lo largo de mi vida, que también he ido superando sin acudir a la ayuda profesional. No porque no creyese en mis colegas psicólogos, sino porque nunca me resigné a pensar que todo estaba perdido y por esa manía mía de no querer delegar en otros lo que puedo controlar yo sola.
Me pides mi opinión sobre Jorge Bucay, como psicóloga y como Estrella Pisa. Es la misma en ambos casos, Eduardo: Le admiro profundamente y tengo la absoluta convicción de que si hubiese un Jorge Bucay en cada una de las áreas de salud mental de nuestros centros de salud, podríamos presumir de una sociedad mucho más sana y con la mente mucho mejor amueblada.
Descubrí los cuentos de Bucay por casualidad, un día que buscaba información por internet, allá por los años 2002 o 2003. Me impactaron sus historias, más que por las historias en sí, por el enfoque tan personal que les daba. Bucay no se limitaba a contarte cuentos, sino que te inducía a pensar sobre ellos, a intentar otra forma de mirar a sus personajes, de meternos bajo sus ropajes, de andar con los pies dentro de sus mismos zapatos. Cuando, en 2004, supe que impartía un taller sobre su libro El camino de la autodependencia en un hotel de Roses, no dudé en inscribirme y en disfrutar de un fin de semana increíblemente positivo. Eramos 60 personas de toda España, Europa y América Latina. Compartimos tanto en apenas dos días, aprendimos tanto unos de otros y nos maravillamos tanto con la cercanía y la franqueza de Jorge Bucay, que nos mereció mucho la pena la experiencia. Jorge es una persona muy sencilla, muy de tú a tú y tiene una capacidad increíble para conectar con la gente. Es cierto que te dice las cosas tal como las piensa, sin paños calientes. Pero la gente, lejos de bloquearse o de disgustarse, acaba reaccionando y dándose cuenta de muchas cosas que, hasta ese momento, no había sido capaz de entender.
Poco antes de asistir a ese taller, yo había estado haciendo prácticas no remuneradas en una consulta privada con una psicóloga y un psiquiatra especializados en adicciones y trastornos de la conducta alimentaria. Recuerdo que le hable de Cuentos para pensar a la psicóloga y que ésta no dudó en utilizar los cuentos de Bucay con algunos de sus pacientes. Verla trabajar con ellos en plena terapia fue una experiencia muy enriquecedora para mí. Más cuando descubrimos que la idea funcionaba hasta el punto de que uno de los pacientes se reconoció a sí mismo en el cuento de El elefante encadenado y comprendió que, como el elefante, él podía deshacerse de sus propias cadenas simplemente cambiando el chip y perdiendo el miedo.
Como bien sabes, no me dedico a la clínica, entre otras cosas, porque no comulgo con algunas prácticas de la psicología clínica oficial. No me gusta etiquetar a las personas en función de los trastornos que, supuestamente, padecen y no soporto la idea de que todo se puede medicar. La psicofarmacología no siempre es la solución. A veces es el agravante del problema. Y, por desgracia, las terapias psicológicas muchas veces van de la mano de esos psicofármacos que camuflan síntomas y adormecen emociones. En ese sentido, yo prefiero enfocarme en las personas, porque no hay dos personas que vivan de igual manera el mismo trastorno. Tampoco encontrarán la solución en la misma receta.
EliminarA veces, el secreto no está en el qué sino en el cómo. Y Jorge Bucay sabe mucho de cómo entrarle a la gente, de cómo hacerla sentir única y especial, de cómo decirle lo que, seguramente, no querría oír, pero desde un respeto y una empatía que logra convencer a quien le escucha de que todo puede cambiar para mejor, si se decide a dar el primer paso.
Que te quede claro, Eduardo, que no eres ningún idiota por leer libros de autoayuda. Más bien todo lo contrario. Antes de descubrir a Bucay, yo descubrí a Paulo Coelho con A orillas del río Piedra me senté y lloré y, a partir de ahí, me leí un montón de libros suyos que en aquel momento, me sirvieron y me ayudaron a comprender cosas que necesitaba comprender. Pero Coelho ya no me servía cuando encontré a Bucay, porque éste último vino a romper muchos de los esquemas en los que me había encorsetado durante años. Cuando alguien te hace pensar, de alguna manera te enseña a ser más libre, a no resignarte, a creer firmemente que, si tiramos de voluntad y de perseverancia, quizá no podremos cambiar el mundo, pero nos podremos cambiar para mejor a nosotros mismos.
Un fuerte abrazo y GRACIAS por estar siempre.