Meritocracia o Nepotismo

Cuando nos postulamos para un puesto de trabajo o para un determinado cargo, deberían seleccionarnos por nuestra verdadera valía. Por nuestro esfuerzo, por nuestros logros anteriores, por nuestra preparación académica, por nuestras aptitudes y actitudes. De darse estas condiciones, estaríamos hablando de Meritocracia. Pero, en demasiadas ocasiones, nos encontramos con que esos puestos o esos cargos acaban cayendo en las manos equivocadas. Porque en este país, como desgraciadamente también en muchos otros, hay muchas ocasiones en que la selección se hace a dedo. No se designa al mejor preparado, sino al pariente necesitado de trabajo del gerifalte de turno o al pariente de aquel a quien le debe o le ha pedido un favor. Tenemos que hablar, entonces, de Nepotismo.

Esta práctica, que tan extendida está a todos los niveles, constituye un delito de tráfico de influencias. Lo sabemos, pero no le damos la importancia que deberíamos darle. Sólo nos escandaliza cuando se da en política. Muchas instituciones se nutren de “enchufados” a los que primero les permiten entrar y luego les piden que hagan la formación requerida para ocupar sus cargos, mientras se permiten descartar a otros candidatos sobradamente preparados, sólo porque no son familia de nadie interesante ni están relacionados con  aquellos con quienes les interese quedar bien a los que tienen el turno de mando.

En más de cuarenta años de gobiernos democráticos, en España ya nos ha dado tiempo a entender que estas prácticas se dan tanto cuando gobierna la derecha como cuando gobierna la izquierda. Es triste tener que admitirlo, porque no debería ser así, pero parece que la mayoría de los que entran en política lo hacen con el mismo objetivo: lucrarse y asegurarse un buen futuro  a través de las indeseables puertas giratorias. Esto contribuye a envenenarlo todo y a desprestigiar las instituciones.


Si quienes nos gobiernan nos dan estos lamentables ejemplos de conducta, ¿qué podemos esperar de los ciudadanos en general, que no dejamos de ser sus “subordinados”?. Si una sola manzana podrida puede llegar a pudrir el resto de las manzanas de un cesto, con tanta podredumbre gobernando y gestionando el día a día de nuestro país, ¿qué nos espera?

Hasta hace bien poco, cada vez que estábamos descontentos con la manera de proceder de un gobierno, salíamos a votar por la oposición y así llevamos todo la democracia intercambiando en el poder a la derecha y a la izquierda. Pero ese constante cambio de cromos no nos ha llevado a solucionar nada. Como país, estamos tan endeudados que cada niño que nace aquí ya lo hace con una deuda que no podrá pagar en toda su vida. El cambio climático cada año nos demuestra con sus desagradables consecuencias que es un hecho y que deberíamos tratar de frenarlo de alguna manera. La sanidad y la educación públicas siguen sufriendo graves recortes. Las pensiones peligran, no hasta el punto de llegar a desaparecer, pero sí viéndose condicionadas a tener que trabajar muchos más años para alcanzar cifras inferiores a las actuales. La precariedad laboral sigue en aumento; los más jóvenes siguen sin poder emanciparse y las parejas cada vez tienen que plantearse la paternidad a edades mucho más avanzadas porque no pueden afrontarla económicamente, dada la precariedad laboral y el elevado precio de alquileres e hipotecas. Pero a los que ahora mismo se disputan la silla del poder, poco parece importarles nada de todo esto. Ellos prefieren seguir creyéndose protagonistas de Juego de tronos y seguir perdiendo un tiempo precioso, un tiempo que lo pagamos todos.

Mucha gente, cuando es testigo de tanto despropósito, de tanta ineptitud para ejercer las funciones que debería saber ejercer un político, reacciona asegurando que no volverá a votar porque no sirve de nada y después pactan con quienes les da la gana y acaban haciendo lo que ellos quieren, que no tiene nada que ver con lo que querría el pueblo. Y llevan mucha razón, pero la solución no es renunciar a nuestro derecho al voto, un derecho que tanto les costó a nuestros padres y abuelos conquistar.

Quizá nos resulte más acertada la opción de aprender a darle la vuelta a las cosas. De abrir la mente, resetearnos y reubicarnos en el siglo XXI. Seguir hablando de derechas o de izquierdas es una manera de seguir anclados en el pasado que tanto hemos padecido unos y otros. Un pasado que se empeñaba en separarnos en bloques enfrentados, condenados a no entenderse y a odiarse de por vida.


Si hemos demostrado que, como pueblo, somos capaces de convivir, de aceptarnos, de aprender unos de otros, de respetarnos, de acoger como vecinos a personas venidas de cualquier parte del mundo y de ayudarnos mutuamente, independientemente de las ideas políticas que abracemos cada uno, ¿por qué los políticos siguen empeñándose en enfrentarnos, en diferenciarnos, en obligarnos a seguir viendo el mundo en blanco o negro?
Nos queda mucho que aprender de otros grandes países como Alemania, capaces de gobernar en coalición dos partidos de ideologías completamente opuestas. Si ellos han podido hacerlo y les ha funcionado hasta el punto de haber superado la crisis económica y tener un nivel de paro muy inferior al nuestro, ¿por qué en España no nos atrevemos ni a planteárnoslo?

Independientemente de la ideología de cada uno, el pueblo es plural y todas sus voces deberían sentirse representadas en el gobierno. Los políticos que optan al gobierno de un país democrático no pueden obviar las voces de su pueblo. Tienen que estar dispuestos a gobernar para todos. Y, cuando, afortunadamente, no se da una mayoría absoluta o ni siquiera simple, debería existir una ley que obligase a los partidos que resultasen más votados a gobernar en coalición. Un gobierno así, sí sería representativo del pueblo que le ha votado y procuraría centrarse en las verdaderas necesidades de ese pueblo y tomar las medidas pertinentes de inmediato.

A veces las ideologías, por muy lógicas que nos parezcan, nos acaban limitando más que cualquier otra circunstancia. Para justificar ese inmovilismo que nos provocan, intentamos disfrazarlas bajo el manto de la ética o de los principios. Pero no dejan de ser parches que nos siguen impidiendo dar un paso en la dirección que podría llevarnos a ver las cosas de otra manera y a intentar soluciones diferentes a los problemas con los que nos tropezamos siempre. Lo mismo le puede ocurrir a un país: mientras sus gobernantes insisten en mantenerlo dividido entre derechas e izquierdas, el tiempo que debería emplear en solucionar sus verdaderos problemas lo emplea en discusiones estériles, en circos inútiles y en un despliegue de descalificaciones mutuas que deberían avergonzarnos a todos en lugar de movernos a propagar por las redes sociales el vídeo del político que la ha armado más gorda.

Centrémonos en lo que nos tenemos que centrar. Reubiquémonos en la realidad de la que pretenden distraernos con sus juegos de palabras. El propósito de un gobierno es gobernar, no entretenernos de cara a la galería mientras por la puerta de atrás nos cuela leyes mordaza, reformas laborales, decretazos varios, subida de impuestos directos u omisión de socorro a los inmigrantes rescatados por barcos como el Open Arms, entre otras muchas medidas de lo más impopulares.

Si como pueblo estamos hartos de nuestros políticos y nuestros votos demuestran en cada nueva convocatoria de elecciones que las mayorías absolutas parece que ya son historia y que cada vez somos más plurales, algo apunta a que hemos empezado a evolucionar.

Si como políticos, esos señores que nunca se ponen de acuerdo, no entienden esa necesidad de cambio, ese deseo de pasar página y de olvidarnos de los bandos absurdos en los que pretenden mantenernos divididos, quizá no están preparados para gobernarnos.


Estrella Pisa
Psicóloga col. 13749




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