Procrastinación o Precrastinación
A veces tememos tanto las situaciones que
están por venir que tratamos de ignorar su inminente presencia como si no nos
incumbiesen y, tarde o temprano, no tuviésemos que enfrentarnos a ellas.
Un examen que está próximo, un error que
hemos cometido en nuestro trabajo y que nadie más ha advertido todavía o un
distanciamiento progresivo con nuestra pareja podrían ser ejemplos de todos
esos escenarios que preferimos no enfocar, hasta que a veces son ellos los que
nos enfocan de lleno a nosotros, dejándonos en evidencia.
Los que crecimos en las últimas décadas del
siglo pasado, lo hicimos acompañados de las sentencias que nuestras sabias
abuelas nos soltaban sin piedad ante algunas conductas nuestras que no acababan
de convencerlas. Muchas de esas sentencias eran refranes que nos advertían de
las consecuencias de nuestros actos o no actos.
No dejes
para mañana lo que puedas hacer hoy
A quien
madruga, Dios le ayuda
A falta de
pan, buenas son las tortas
Más vale
pájaro en mano que ciento volando
Para una persona que había trabajado desde
que tenía memoria para ayudar a su familia, el tiempo siempre fue tenido por
algo muy valioso. Quien siente que le han robado su infancia porque no se podía
permitir en su familia que pudiese vivir el tiempo de su niñez como deberían vivirlo
todos los niños: entre juegos y libros de texto, es lógico que no tolere ver
cómo sus nietos desperdician su tiempo, dejándolo todo para el último momento o
para cuando les llegue la inspiración. Porque la inspiración, como decía
Einstein, siempre nos tendría que encontrar trabajando.
Muchos pecamos de demasiado ingenuos al
creernos que en nuestra vida todo tiene que corresponderse con el ideal de ella
que hemos trazado en nuestra mente. No queremos entender que, cada día que
despertamos nuestra mente es otra distinta a la del día anterior porque las
experiencias de cada día la van moldeando para adaptarla a las nuevas
realidades con las que va enfrentándose. Así, los planes de futuro que ideamos
hace tres años puede que ya no encajen en absoluto con nuestra realidad de
ahora mismo, porque somos otros y el mundo en el que tratamos de encajar hoy
tampoco es ya el mismo de hace tres años.
En un mundo tan
cambiante, ¿nos sigue siendo de utilidad la estrategia de planificar a largo
plazo?
Nos gusta fantasear sobre dónde querríamos
estar dentro de cinco años, pero nos olvidamos con frecuencia de que, para
entonces, ya no seremos las mismas personas ni nuestra escala de prioridades
seguirá el mismo orden.
Es evidente que hay proyectos a largo plazo que
tendremos que seguir planificando si queremos verlos realizados, porque la
mayoría de las cosas importantes requieren de una inversión considerable de
nuestro tiempo y del de otras personas que nos ayuden. Pero también es verdad
que muchas veces planificamos para dentro de mucho tiempo cosas que desearíamos
hacer ahora y que, de hecho, podríamos enfrentar ahora. Pero, como las tememos,
las acabamos aplazando.
Hay personas que aplazan el deseo de ser
padres, escudándose en su precariedad laboral, o en la falta de tiempo para
ocuparse de sus futuros hijos, o en no haber concluido proyectos personales
importantes. Esperan el momento ideal y la situación económica perfecta, sin
darse cuenta de que el tiempo corre y no lo hace precisamente a su favor. Para
cuando alcancen ese momento idóneo, es posible que las cosas se tuerzan por el
lado más inesperado: las trabas de la biología para concebir, procesos de
adopción que se eternicen en el tiempo y que desgasten la relación de pareja o
una enfermedad que nos cambie por completo la visión de nuestra vida y nos
lleve a concebir deseos distintos.
Otras personas aplazan el momento de empezar
a convivir con la persona a la que aman por miedo a que se pierda la magia,
porque le temen demasiado al fantasma de la rutina. Otras llevan años queriendo
cambiar de trabajo, pero se resisten a dar el paso porque temen equivocarse y
fracasar. Otras pueden llevar años junto a alguien por quien ya no sienten
nada, pero prefieren continuar alimentando con mentiras una relación que no
funciona a sincerarse con la otra persona y permitir que cada uno recupere su
libertad para tener otras opciones. Y otras pueden llevar mucho tiempo deseando
estudiar algo concreto, o realizar un viaje a algún lugar que las fascina o
aventurarse en un proyecto que les permita desarrollar su lado más creativo.
Todas optan por aplazar lo que desean, por acallar sus verdaderas emociones,
por matar el tiempo pensando que mañana será otro día y que, tal vez, las
cosas se solucionarán solas.
Todas ellas incurren en lo que se ha
denominado PROCRASTINACION, una
palabra casi impronunciable, quizá porque ella misma trata de dejarse para
mañana. Viene del latín PROCRASTINARE
( Pro-adelante y crastinus – futuro) y vendría a significar el hábito de
retrasar lo que tendremos que enfrentar tarde o temprano.
Si analizamos esta palabra, vemos que un
simple prefijo basta para cambiarle completamente el sentido. Si en lugar de
PRO utilizamos el prefijo PRE, nos encontraremos justo con su significado
contrario.
La PRECRASTINACION,
aunque siga manteniendo la dificultad para pronunciarla, nos invita a coger el
toro por los cuernos y a adelantarnos a los problemas que la PROCRASTINACION nos obligaba a ignorar
y a aplazar. Nos enseña que, cuanto antes nos ocupemos de las cosas que tenemos
pendientes, antes lograremos pasar página y seguir desarrollándonos como las
personas que queremos ser. Nos muestra que, si nos concienciamos de la
importancia del tiempo y de lo mucho que ganamos cuando somos capaces de
administrarlo de forma óptima, los problemas se pueden resolver sin demoras
innecesarias, los exámenes se pueden superar con éxito y nuestras relaciones
con los demás pueden ser mejores.
Por mucho que un estudiante se pelee con sus
libros justo la noche antes de un examen, con mucha suerte conseguirá memorizar
algunas cosas, pero no tendrá ni idea de lo que supuestamente está aprendiendo
si no es capaz de explicar los diferentes pasos en los que tendría que descomponer
el concepto objeto de estudio para dotarlo de sentido. Podemos aprender de
memoria el resultado de una división concreta, pero si nos cambian las
cantidades del dividendo y del divisor y resulta que no tenemos ni idea de
multiplicar ni de restar, estaremos perdidos.
Para aprender
algo, lo mejor es la constancia. Dedicar un tiempo cada día, aunque sean sólo
5, 10 o 15 minutos, a esa asignatura que se nos resiste, a esos ejercicios
aeróbicos que tan bien le vienen a nuestra salud o a esas tareas domésticas que
se nos antojan tediosas pero que no podemos dejar de realizar si no queremos
vivir en el caos.
Dejar las cosas que más nos fastidian para
mañana nos puede proporcionar una sensación de descanso o de alivio porque nos
libera de tener que enfrentarlas ahora mismo. Pero no deja de ser una trampa en
la que nos acomodamos por un breve espacio de tiempo hasta que llega mañana y
nos volvemos a ver en la misma tesitura.
Si sabemos que
tenemos que hacer determinada cosa o enfrentar determinada situación, cuanto
antes nos determinemos a acometerla, antes nos podremos librar de ella y
nuestra mente podrá dedicarse a cosas menos tediosas.
Decían también nuestras abuelas aquello de “quien paga, descansa”. Qué sabias eran,
para la poco que la mayoría de ellas pisó las escuelas. Y es que lo que cuenta
no es lo que uno haya leído de memoria, sino lo que haya podido llegar a
entender. Esas enseñanzas se nos quedan para siempre.
Estrella Pisa
Psicóloga col. 13749
Creo que los que hemos nacido en esa franja que indicas en el post somos precrastinadores por naturaleza. Cuando algo importante o fuera de lo usual está por llegar, soy de los que prepara todo de tal forma ue cuando llegue el momento, intente que se de lo más perfecto o trabajado posible, siempre dentro de lo que cabe, que después somos humanos y por mucho que preparemos, metemos la pata o agún imprevisto nos la hace meter, pero preparado, está preparado 80.000 veces.
ResponderEliminarLo de procrastinar no es lo mío, al menos que hablemos en sueños, pero en realidades... si no somos capaces que las cosas preparadas terminen saliendo bien del todo, imagínate de lo que no podemos preparar y cuyas soluciones sólo las tiene tiempo y lo que ocurra hasta el momento que pensamos..., si a corto plazo surgen imprevistos, a largo es una auténtica locura... Un abrazo
Hola Raude,
EliminarAl igual que tú, yo también soy más de precrastinar. Pienso que, cuanto antes nos determinemos a enfrentarnos a las tareas o los problemas que se nos ponen por delante, más probabilidades tendremos de tener éxito.
Un fuerte abrazo