Perseverancia y Genialidad

Dicen que el sentido común acostumbra a ser el menos común de los sentidos, quizá porque a veces nos lleva a dar por supuestos unos hechos que no se corresponden en absoluto con la realidad. Guiados por ese sentido común, tendemos a hacernos una idea equivocada de cómo deberíamos ser las personas y de cómo deberían ser nuestros comportamientos. Así, no nos resulta difícil suponer que aquellos que acaban consiguiendo altas metas en el terreno de las ciencias tendrían que haber tenido una infancia y una adolescencia ejemplares dedicadas casi por entero al estudio y a cosechar las mejores notas académicas. 

Pero, basta que hagamos un recorrido por la biografía de científicos como Santiago Ramón y Cajal para descubrir lo mucho que nos equivocamos.

El hombre que acabaría siendo catedrático en las facultades de Medicina e Histología de las universidades de Valencia, Barcelona y Madrid y que compartiría el Premio Nobel de Medicina y Fisiología con Camilo Golgi en 1906 fue un niño travieso, de ésos que hoy en día posiblemente etiquetaríamos con el dichoso diagnóstico de TDAH por no saber estarse quieto, por despistarse con el aleteo de una mosca y por sacar de quicio a sus padres continuamente. Un niño que no ganaba para castigos, tanto en su casa a manos de su padre, como en el colegio. Una de sus aventuras le llevó a construir a los doce años un cañón de madera y hojalata al que alimentó con pólvora, guijarros y tachuelas. Lo apuntó contra la puerta del huerto de un vecino y, al disparar, le abrió un boquete enorme. La consecuencia directa de este vandálico acto fue la de tener que dormir tres días en la cárcel de Ayerbe, porque su padre se negó a interceder por él. El segundo cañón que fabricó fue de metal y le estalló en mil pedazos, alcanzándole uno de ellos en la frente y en un ojo, cuya señal llevaría Cajal en el iris por el resto de su vida.

Autorretrato de Santiago Ramón y Cajal de adolescente en su época que él mismo definió más tarde de "furor romántico".
Pero este adolescente también tenía inquietudes más elevadas que la fabricación de armas caseras. Tenía una imaginación desbordante y era un enamorado de la naturaleza y de sus criaturas. No dudaba en arriesgar la propia vida por subir a los riscos más peligrosos para, desde ellos, ver mejor a los pájaros y descubrir sus nidos. Desde muy niño cultivó el dibujo y la pintura, llegando a crear una obra que denominó Diccionario Cromático, un álbum en el que consignó todos los colores con los tonos, matices y combinaciones de cada uno, contribuyendo a mejorar la gama cromática de Chevreuil sin conocerla previamente. Pero su padre nunca estuvo por la labor de apoyar sus inclinaciones artísticas y trató por todos los medios de desviarle de ese camino. Primero a base de castigos que no surtieron efecto alguno; más tarde obligándole a cursar el bachillerato con los Escolapios en Jaca y finalmente tratando de inculcarle su pasión por la medicina. 



Acuarela realizada por Santiago Ramón y Cajal en su época de estudiante que presenta el paisaje de la Ermita de la Virgen de Casbas en Ayerbe (Huesca)

Boceto a carboncillo realizado por Ramón y Cajal durante su etapa de estudiante en Huesca.


Don Justo, el padre de Santiago, había aprendido a leer de forma autodidacta y, desde muy joven, había compaginado el trabajo con sus estudios de medicina. Era un hombre que se había hecho a sí mismo y al que nadie le había regalado nada. Quería ser un referente para sus hijos y no se resignaba a que su hijo mayor tirase por la borda un futuro prometedor por dedicarse a algo tan poco serio como pintar. En una ocasión le pidió a Santiago que le acompañase al cementerio y le obligó a introducirse en una fosa común de la que le fue pidiendo que extrajera diferentes huesos del cuerpo humano. Después volvieron a casa y, durante mucho tiempo, con aquellos huesos le enseñó anatomía. Su método, aunque poco ortodoxo, surtió efecto y los conocimientos que le había logrado transmitir a su hijo ayudaron a éste a conseguir una plaza de ayudante de disección en la Facultad de Medicina de Zaragoza, mientras continuaba sus estudios de medicina. Aunque, en su último año de carrera, Santiago le asegura a su padre que, aunque terminará su carrera, no quiere ser médico porque considera que no puede dedicarse a algo en lo que no cree.

Porque Santiago era, ante todo, un científico y necesitaba basarse en hechos contrastables. No podía resignarse a creer en hipótesis basadas únicamente en intuiciones de los teóricos de turno. Consideraba que sólo el que ve puede interpretar y que sólo el que interpreta puede crear ciencia verdadera. Estudiar el funcionamiento del cuerpo humano a partir de cuerpos muertos cuyos órganos habían dejado de funcionar se le antojaba un perfecto despropósito.

Ramón y Cajal nace en 1852, en una España en la que se está gestando una revolución que la historia bautizará con el nombre de La Gloriosa en 1868. Años convulsos en los que el patriotismo español sufrió diferentes ataques, sobre todo en las últimas colonias que aún conservaba España en Cuba y Filipinas.

Finalizados sus estudios de medicina, Santiago se ve obligado a hacer el servicio militar y decide el modo de serle más útil al ejército de la  1ª República recién instaurada presentándose a las oposiciones de médico militar y consiguiendo el número 6  de 32 plazas.  Hace la campaña en Cataluña y luego es destinado a Cuba, donde tendrá que trabajar en unas condiciones de lo más lamentables y descubrirá la corrupción entre los altos mandos que se reservaban para sí lo mejor de las provisiones mientras privaban a la tropa y a los enfermos de alimentos y medicamentos, obligándoles a vivir y a morir en lugares del todo insalubres. Cajal denunciará esas malas prácticas ante sus superiores, como capitán médico pero a la vez también como enfermo, pero durante mucho tiempo le ignorarán e incluso le destinarán a lugares aún peores. Hasta que, ya muy enfermo, logra despertar un poco de piedad en un general que visita San Isidro, donde él lleva meses ejerciendo como médico director de la enfermería prácticamente desde su cama. El general decide evacuarle al Hospital de San Miguel y, de allí, es embarcado de regreso a España.

Cuando Santiago llega a España tiene 24 años. Está gravemente enfermo de paludismo y necesitará de un tiempo en sus montañas de Huesca para recuperarse del todo.

Autorretrato de Santiago Ramón y Cajal en su laboratorio en Valencia hacia el año 1885.

Un año después de haber regresado de Cuba, Santiago se hallaba en el laboratorio de fisiología de la Facultad de Zaragoza, mirando a través de un microscopio el mesenterio de una rana. Quizá sus colegas de aquel momento considerasen que estaba perdiendo el tiempo, porque eran incapaces de ver más allá de lo que podían entender. Pero aquella “manía” de mirar microtejidos vivos a través de la lente microscópica es precisamente la que le marcaría a Santiago el camino a seguir para llegar a ser quien fue.

No dudó en invertir los ahorros de la guerra de Cuba en el primer plazo de un microscopio Veriche que decidió instalarse  en el laboratorio que habilitó en el desván de la casa de sus padres y, que, posteriormente, le acompañará en los desvanes de las casas que compartirá con su esposa Silveria y sus hijos en Valencia, Barcelona y Madrid, a medida que vaya consiguiendo las distintas cátedras y cosechando los distintos premios y reconocimientos a su prolífera obra.

Le conocemos como el padre de la Teoría de la Neurona, porque fue el primero en descubrir la individualidad de estas células, pero a Cajal le debemos mucho más.

Dibujos de Santiago Ramón y Cajal. El primero muestra unos astrocitos en el hipocampo de un hombre a las tres horas de morir. En el segundo nos muestra la estructura del oído interno.

Como Don Quijote, a lo largo de su vida, tuvo que enfrentarse a demasiados molinos de viento que trataron de impedir sus avances. Sus propios colegas no dudaron en ponerle demasiadas veces la zancadilla y tuvo que costearse de su propio bolsillo la publicación y la edición de sus artículos para dar a conocer sus trabajos entre la comunidad científica. Tuvo mucha suerte de tener al lado a una mujer como Silveria Fañanás, que siempre respetó su espacio y nunca le cuestionó ninguna de sus decisiones, sacrificando sus propias necesidades y las de sus hijos para que a Santiago no le faltasen recursos para mantener su laboratorio (pequeños animales con los que experimentar, placas de Petri, tinturas, compuestos químicos, etc), para realizar sus viajes a congresos en el extranjero o para divulgar sus descubrimientos.

Cuando en 1906 le fue concedido el Premio Nobel de Medicina e Histología junto a Camilo Golgi, quien defendía la tesis contraria a la de la Teoría de la Neurona, le llovieron los reconocimientos, los nombramientos y el prestigio de personas e instituciones que hasta ese momento le habían ignorado por completo, tanto a él como a su obra. Como les ha ocurrido a tantas otras personas, Ramón y Cajal tampoco fue profeta en su tierra y tuvo que triunfar primero fuera de nuestras fronteras para que aquí nos creyésemos que realmente era un gran científico.

Santiago Ramón y Cajal murió en 1934, cuando contaba 82 años, dejando una obra inmensa en la que se incluyen el Manual de Histología y el Manual de Anatomía Patológica. Ambos fueron durante décadas materia de estudio de los estudiantes de medicina en las diferentes facultades de España y se consideran aún obras de recomendada consulta.

Si, después de haber conocido al gran científico, recordamos su niñez y su atormentada adolescencia, podríamos preguntarnos qué habría sido de él si, en lugar de nacer en 1852 hubiese nacido en 2001. ¿Estaría en estos momentos iniciando sus estudios de medicina o le habríamos etiquetado de ni-ni, de TDAH o de fracasado escolar?

Es difícil intuirlo. Ramón y Cajal no quería ser médico porque no le convencían sus maestros, porque le vendían teorías que ni ellos mismos eran capaces de demostrarle. Por eso quiso experimentar él mismo, por eso pasó tantas horas en su laboratorio diseccionando animales vivos y, entendiendo que los resultados no podían extrapolarse a los humanos, se aventuró a conseguir cerebros humanos de fetos o niños que acababan de nacer muertos en la enfermería de hospicios. La Neurología de hoy está en deuda con lo mucho que esas células aún vivas le proporcionaron a Santiago bajo la lente microscópica. Y la Educación haría bien en tomar nota de su ejemplo para adaptar sus métodos a los niños de hoy en lugar de quejarse de que algunos de esos niños son unos inadaptados.

Nada podemos enseñar ni inculcar en la mente de nadie sin antes conseguir emocionarle, convencerle, motivarle.



Estrella Pisa
Psicóloga col. 13749

Bibliografía consultada: 
Ramón y Cajal- Anatomía de una voluntad- Santiago Lorén – 1980.
Santiago Ramón y Cajal: Un siglo después del Premio Nobel- Juan Fernández Santarés, Pedro García Barreno y José Manuel Sánchez Ron. Editado por la Fundación Marcelino Botín en 2006.

Comentarios

  1. Un esfuerzo tremendo ,tras toda una vida de dificultades ,deja un legado importantisimo habiendo partido de cero ,maravilloso

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    1. Cierto. Su vida fue una lucha continua por ir más allá en sus descubrimientos y por mejorarse a sí mismo. Su perseverancia y su voluntad le guiaron hasta convertirle en un referente para sus discípulos. Gracias al empeño y la dedicación de científicos como él, hoy en día conocemos un poco mejor los secretos mejor guardados de nuestro cerebro.

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