Alucinando con la Realidad que nos Envuelve
A menudo la vida nos pone ante situaciones
que nos dejan perplejos, justo cuando más convencidos creemos estar de que ya
nada nos puede sorprender, porque hemos visto demasiado mundo y conocido a
demasiada gente. Tal vez porque, por mucho que aprendamos y por mucho que
experimentemos, siempre encontraremos a un semejante que se habrá atrevido a
cruzar más líneas rojas que nosotros y no habrá tenido ningún pudor en ponerse
el mundo por montera.
Pensamos que ya lo hemos visto todo y que ya
todo está inventado, pero cada día nos damos cuenta de que la gente no para de
ingeniar excusas nuevas para tratar de justificar los viejos problemas de
siempre.
¿A que nos suenan las excusas del tipo “No
eres tú, soy yo” cuando rompemos nuestra relación con alguien sin tener
otro motivo que no sea el de que hemos fijado nuestro interés en otra persona?
Pero las alucinaciones
son más comunes de lo que imaginamos. Se dan en muchos otros trastornos
mentales endógenos o inducidos por la ingestión de substancias psicoactivas.
Pero también son padecidas por personas completamente sanas. Tal es el caso de
las llamadas alucinaciones hipnagógicas
e hipnopómpicas.
Las primeras ocurren justo antes de quedarnos dormidos y
pueden ser visuales, auditivas o táctiles. Más frecuentes en los niños, aunque
también pueden padecerlas los adultos si están sometidos a cargas elevadas de
estrés. Están relacionadas con lo que se ha vivido durante el día. La persona
puede tener la sensación de que está viviendo una experiencia paranormal.
Las segundas tienen lugar justo antes de
despertarnos. También pueden ser visuales, auditivas o táctiles y debidas en
gran parte al estrés. La persona puede confundirlas con estímulos reales o con
ensoñaciones.
Podemos distinguir muchos tipos de
alucinaciones en función de la modalidad sensorial en la que el sujeto las
experimenta, en función del modo cómo aparecen, según sea su complejidad o
según sean sus contenidos. También encontramos otras variantes fenomenológicas
de la experiencia alucinatoria como las denominadas pseudoalucinaciones o la autoscopia,
en la que el sujeto que sufre la alucinación se está viendo a sí mismo frente a
él y tiene el convencimiento de que es él, como si se estuviese mirando a un
espejo.
Todas estos fenómenos alucinatorios tienen en
común el hecho de que lo que el sujeto ve, oye, saborea, huelo, percibe sobre
su piel o experimenta bajo ella no se corresponde con la intervención de ningún
estímulo real, aunque quien las sufre tenga el convencimiento de que lo que sea
que le está pasando, le está pasando de verdad.
Pero la gran paradoja se da cuando
experimentamos justo lo contrario: cuando la realidad se nos antoja tan
surrealista que llegamos a creer que estamos alucinando y que todos esos
estímulos con los que somos bombardeados diariamente sólo pueden ser producto
de nuestra condicionada imaginación. Porque la realidad supera con creces
cualquier ficción y cada día alguien sigue superando el record del día
anterior. Cada día es como si nos dijesen: “No se vayan todavía, aún hay más”.
Como la anciana que no quería morirse para no perderse lo que aprendería al día
siguiente.
Da la sensación de
que, para alcanzar los propios objetivos, todo vale. La ética, los valores, la
buena educación, el guardar las formas, el derecho a la intimidad, el honor, la
moral o la vergüenza ya han dejado de representar líneas rojas para mucha
gente.
Hay personas que no dudan en matar a sus
propios hijos si con ello se aseguran de arruinarle la vida a su expareja.
Otros individuos no dudan en maltratar, violentar y cosificar a las mujeres que
tienen la desgracia de cruzarse en sus caminos sólo para tratar de demostrarse
a sí mismos que son más hombres que nadie, no dándose cuenta de que, por tratar de parecer más hombres, pierden
toda su humanidad. Hay gente capaz de vender a su propio padre o a su
propia madre si con ello sale beneficiada de alguna manera. Gente que no tiene
reparos en enfrentarse a demandas judiciales por tener un minuto de gloria en
la televisión aireando las vergüenzas de alguien y las mezquindades propias.
Gente que ha aprendido a ganarse la vida sin darle un palo al agua y que muchos
jóvenes cometen el error de mirarse en sus espejos y desear imitarles.
Cualquiera estudie para tratar de labrarse un porvenir o trabaje todo un mes a cambio de 900 euros
brutos mientras otros, sin estudios y sin esfuerzo, viven una vida de lujo
dedicándose a algo tan antiguo y tan detestable como criticar las vidas de los
demás. En la época de nuestras abuelas, las vecinas que se pasaban el día
chismorreando hacían lo mismo, pero en petit comité y sin lucrarse por ello.
También hay quienes, supuestamente en
representación de las instituciones públicas que nos representan a todos, pues
se mantienen con nuestros impuestos, se dedican estos días en muchas de
nuestras ciudades a reventar dinero en luces de colores y puestas en escena
dignas de cualquier espectáculo, como si sólo importase esa competición por
liderar el ranking de ser la ciudad mejor iluminada, sin tener en cuenta lo mucho
que contamina esa iluminación artificial del todo innecesaria ni querer enfocar
la mirada en los sin techo que dormitan entre las sombras de esas mismas ciudades.
Siempre nos venden
el pretexto de que no hay partidas presupuestarias para combatir los grandes
problemas del país, pero en cambio, siempre encuentran dinero para invertir en
mantener las apariencias, maquillando la realidad con demasiados brillos, como
si quisieran contentarnos con un papel de regalo espectacular con el que, en
realidad, envuelven una caja vacía y sin
promesas de llenarse.
Es como vivir en un mundo que se ha puesto
del revés, en el que los más ineptos son los mejor valorados y, en cambio,
quienes más se sacrifican, quienes más se esfuerzan por dar lo mejor de sí
mismos son los que siempre salen peor parados. Pero no estamos alucinando
cuando somos conscientes de esa realidad que tanto nos resistimos a tomar por
cierta. Por desgracia, el mundo que percibimos es el que realmente es. Y dada
su naturaleza, lo extraño es que nos mantengamos cuerdos y no seamos más los
que nos decidamos a cruzar todas las líneas rojas que nos lleven a perder
definitivamente el norte y a experimentar alucinaciones de verdad.
Estrella Pisa
Psicóloga col. 13749
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