Hipocampo: La Llave del Cofre de nuestros Momentos
Por mucho que tantas veces nos creamos
invencibles, los humanos somos muy frágiles. Como el resto de criaturas del
planeta, dependemos de la biología y ésta suele ser tan caprichosa como efímera.
En cuestión de apenas unos segundos, algo en nuestro organismo puede fallar y
acabar condenándonos de por vida a tener cambiar nuestras costumbres y rutinas.
Por fuera nos vemos de una pieza, igual que
vemos una esfera compacta cuando divisamos la Tierra desde el espacio, pero
cuando nos miramos por dentro es cuando descubrimos que estamos hechos de
infinidad de piezas distintas que se conjugan entre ellas para obrar el milagro
de ponernos en marcha y hacernos funcionar.
¿Qué tiene de
especial el hipocampo, al margen de su curiosa apariencia?
¿Por qué es tan importante?
Es especial porque es una de nuestras llaves
mágicas. En su estructura no guarda ninguno de nuestros secretos, pero sin su
concurso, no nos estaría permitido el acceso a ellos. Las neuronas que pueblan el hipocampo ejercen
de puente entre lo que ya conocemos de antemano y lo que acabamos de conocer.
De esas conexiones derivan conocimientos más elaborados y nuevos recuerdos para
atesorar en el cofre de nuestros momentos.
¿Qué sería de nosotros si no pudiésemos
acceder a lo que acabamos de compartir con los demás, a lo que acabamos de
experimentar ahora mismo cuando tratemos de evocarlo en unos pocos días?
A las personas que, tras un accidente
cerebrovascular, un episodio de anoxia, lesiones causadas por alteraciones
metabólicas o por un tumor, les ha quedado afectada el área donde se encuentra
el hipocampo, les resulta imposible poder
grabar información nueva. Pueden recordar todo lo experimentado antes del
accidente o de la enfermedad, pero ya no pueden contar con la colaboración de
las neuronas que, en condiciones normales, ejercen de puentes. Es como si
hubiesen perdido la contraseña para acceder a sus cuentas de correo y no pudiesen enviar sus mensajes o como si se encontrasen,
de repente, con que ya no encajan en la cerradura del cofre porque alguien la
ha cambiado o la ha bloqueado.
¿Qué les ocurre a las llaves cuando dejan de
usarse? Algunas se extravían, otras se cubren de óxido y yacen olvidadas en
cualquier bolsillo o en cualquier cajón. Lo mismo les ocurre a las neuronas del
hipocampo que dejan de sinaptar unas con otras. Como las llaves olvidadas, acaban
degenerándose y degenerando las estructuras de toda la zona que habitan.
En una vida tan ajetreada como la que
acostumbramos a llevar, pocas veces nos paramos a pensar en la importancia que
tienen las pequeñas cosas para que las grandes cosas se mantengan y sigan
funcionando con la eficacia que se espera que lo hagan. Así, no reparamos en lo
mucho que nos llega a facilitar la vida el hecho de poder ver, de poder oír, de
poder recordar, de poder aprender cosas nuevas, de poder digerir lo que
comemos, de poder caminar sin tener que recurrir a un bastón, de poder saber en
todo momento dónde estamos, quiénes nos acompañan y qué año marca el calendario.
No reparamos en nada de eso, porque tenemos la inmensa suerte de que sean
nuestras células las que se encargan de que todo funcione y no tengamos que
lamentar consecuencia alguna. Pero olvidamos que muchas personas no cuentan con
la misma fortuna que nosotros porque algunas de las pequeñas piezas de sus
mecanismos particulares han dejado de funcionar o han empezado a hacerlo de
forma lamentable.
Nuestro organismo está controlado por
infinidad de llaves que regulan el acceso de nutrientes y de información a sus
diferentes órganos para garantizarle un funcionamiento lo más óptimo posible a
ese cuerpo que a veces tanto ignoramos y maltratamos, bien por puro
desconocimiento o por miedo a descubrir lo que se esconde bajo nuestra piel.
Algunas de esas llaves tienen forma de válvula; muchas otras son hormonas o
neurotransmisores. El caso es que todas nos resultan imprescindibles para poder
llevar una existencia lo más apacible que sería de esperar.
Las lesiones en el hipocampo o en sus
conexiones con otras áreas deterioran la llamada memoria de trabajo, dejando
relativamente intacta la de referencia. La memoria de trabajo es la que recoge
información de las cosas que nos acaban de suceder, informaciones que nos
resultarán útiles para el futuro inmediato, pero que va a ir variando día a
día. Se trata de una memoria borrable, que se va sustituyendo de manera
regular. La memoria de referencia, en cambio, es una memoria más fija, más
permanente, producida por condiciones consistentes. Las lesiones hipocampales
alteran la capacidad para distinguir entre localizaciones espaciales y
recordarlas.
Uno de los descubrimientos más intrigantes
sobre la formación hipocampal fue el realizado por O’Keefe y Dostrovsky en
1971, al registrar la actividad de neuronas individuales del hipocampo en animales
que se movían por su entorno. Algunas neuronas mostraban una elevada tasa de
actividad sólo cuando la rata se encontraba en una localización determinada.
Las diferentes neuronas tenían diferentes campos receptivos espaciales, por lo
que respondían en localizaciones distintas. Por esta razón, estas neuronas
recibieron el nombre de “células de
lugar”.
En un mundo que no deja de transformarse
continuamente, el aprendizaje continuo resulta imprescindible para poder seguir
adelante. Tengamos diez años o tengamos ochenta. Una lesión en el hipocampo no
nos va a privar de poder recuperar la información, los recuerdos y las
enseñanzas que ya atesoramos. Pero sí puede impedirnos que consolidemos los
aprendizajes nuevos, por lo que nos condena a quedarnos tan obsoletos como esa
llave olvidada o esa contraseña que se nos resiste.
Estrella Pisa
Psicóloga col. 13749
Bibliografía consultada: Fisiología de la
conducta- Neil R. Carson- Ariel Neurociencia- 1997
Qué interesante, Estrella! Y es cierto, muchas veces no reparamos en lo importante que es cada pequeña parte de nuestro cuerpo. Sólo cuando falla no percatamos de lo necesaria que era para que todo el engranaje al completo funcione a la perfección 🤗
ResponderEliminarAsí es, Pilar. Si fuésemos un poco más conscientes de nuestra fragilidad, quizá aprenderíamos a cuidarnos un poco más y a cuidar mejor de nuestro planeta, porque nuestra salud depende precisamente de la suya.
EliminarUn fuerte abrazo y muchas gracias por leerlo y por comentarlo.