Amígdala: La Fuente de la que Emanan nuestras Emociones
El
cerebro humano es demasiado complejo como para explicarlo como un órgano que
recuerda a una nuez gigante por sus circunvalaciones. Entre esos surcos,
aparentemente uniformes, podemos distinguir diferentes estructuras bien
diferenciadas que desempeñan cada una sus determinadas funciones en
colaboración estrecha con las demás.
Que
nos desempeñemos con cierta normalidad en nuestro día a día va a depender de
esa buena coordinación entre nuestras diferentes áreas cerebrales y de que
ningún accidente vascular o tumefacción afecten a ninguna de ellas.
A
veces puede ocurrir que una persona cambie abruptamente de carácter sin que le
haya ocurrido nada que justifique ante los demás ese cambio. Personas muy
cariñosas que, de repente, se muestran frías y distantes con quienes se supone
que más les importan o personas tímidas y reprimidas que, de un día para otro,
se muestran desinhibidas, permitiéndose unas libertades con los demás que,
hasta entonces, no habían aflorado nunca en su comportamiento. Tras esos
cambios tan sorprendentes, muchas veces se esconde un cambio en alguna de sus
estructuras cerebrales. Bien debido a alguno de esos accidentes
cerebrovasculares mencionados en el párrafo anterior, a la presencia de un
tumor o al aumento o el descenso de la presencia en el torrente sanguíneo de
alguna determinada hormona o neurotransmisor.
Ciertos
trastornos anímicos como el bipolar conllevan ese tipo de cambios abruptos que
pueden hacer que el sujeto que los padece pase de la depresión a la euforia o
de la euforia a la depresión, dependiendo de cómo se encuentren sus niveles de
distintos neurotransmisores en el cerebro. Otros, como la esquizofrenia, pueden
provocarle a la persona alucinaciones, excitación, delirios de persecusión, hostilidad,
desorientación o conductas autolesivas si ésta deja la medicación que regula su
bioquímica cerebral.
La
mayoría de las conductas humanas se expresan mediante el lenguaje emocional y,
en la regulación de estas emociones, tiene un papel protagonista una pequeña estructura
que adopta forma de almendra y se aloja en el lóbulo temporal medial. Se la
conoce como amígdala o complejo amigdalino.
El punto rojo es la amígdala. Una estructura de importancia inversamente proporcional a su tamaño. |
La
amígdala es como una fuente de la que emanan nuestras emociones. Pero, para que
esa fuente se mantenga activa y sus aguas fluyan correctamente, necesita estar
conectada a otras estructuras como el hipocampo y muchas otras áreas del
sistema nervioso central.
Si antes decíamos que no podemos comparar la
complejidad del cerebro con la simplicidad de una nuez, aunque guarden un
parecido asombroso, tampoco podemos comparar la estructura de la amígdala con la
de una almendra. La de la almendra es uniforme, mientras que la de la amígdala
se divide, igual que el cerebro, en diferentes núcleos:
El núcleo corticomedial, encargado de la captación
de feromonas, cobra una gran importancia en la regulación de la conducta
sexual, en la regulación hormonal y en la respuesta de saciación durante la
ingesta. Este núcleo recibe aferencias del bulbo olfatorio (es decir, que las
neuronas que pueblan la porción cerebral encargada de percibir los olores
sinaptan con otras neuronas para transmitirles esta información hasta hacerla
llegar hasta este núcleo de la amígdala para que él reaccione en consecuencia).
Y envía proyecciones a la corteza olfatoria y al hipocampo ( transmiten su
reacción a la información recibida a estas otras áreas cerebrales).
Los núcleos basolaterales también controlan
la ingesta a través de la sensación de saciedad y están implicados en la
realización y aprendizaje de las respuestas emocionales aprendidas, como por
ejemplo las respuestas de miedo. Estos núcleos establecen sus principales
conexiones con la corteza cerebral en las áreas de asociación sensorial y
también están muy relacionadas con la corteza prefrontal orbitomedial, con el
núcleo dorsomedial del tálamo y con el estriado ventral.
La amígdala resulta una pieza fundamental
para garantizar nuestra supervivencia, participando de gran cantidad de
fenómenos psicológicos y fisiológicos.
Las lesiones del núcleo central de la
amígdala afectan a todas las respuestas del condicionamiento del miedo. Podemos
pensar, ingenuamente, que una lesión cerebral cuyas consecuencias se traduzcan
en dejar de tener miedo, más que crearnos un problema, nos puede ayudar a vivir
mejor. ¿Cuántas veces no habremos dejado de hacer muchas cosas por miedo? El
miedo no deja de ser una limitación que nos condiciona a la hora de afrontar el
día a día. Pero nos olvidamos de que, gracias al miedo, nos mantenemos vivos.
Si perdemos totalmente el miedo, nos volvemos incapaces de calcular las
consecuencias de nuestros actos, tornándonos mucho más temerarios, al no detectar
las señales de alerta que nuestro organismo ya es incapaz de enviarnos. Esas
señales pueden ser esos reflejos que tantas veces nos han permitido esquivar un
obstáculo a tiempo, frenando justo antes de estrellarnos en una curva o la toma
de esa decisión en el último momento, contra todo pronóstico, de la que tiempo
después nos hemos llegado a alegrar tanto porque nos salvó de arruinarnos o de
cometer el mayor error de nuestra vida.
El miedo es tan necesario como cualquier otra
emoción. Hemos de aprender a gestionarlo, no a erradicarlo. Igual que la ira,
la vergüenza o el asco. No debemos etiquetarlas como emociones negativas,
porque en determinados momentos, todos necesitamos sentirlas y expresarlas para
que los demás entiendan cómo nos sentimos y nos ayuden con su empatía a
experimentar emociones distintas.
Otras lesiones del lóbulo temporal y de la amígdala pueden traducirse en una violencia y agresividad extremas. Se han dado casos de asesinos en serie, cuyas autopsias han revelado la existencia de tumores en esas áreas que han descontrolado por completo sus conductas.
La amígdala también está considerada como la
estructura cerebral con más cantidad de receptores para las benzodiacepinas,
estando muy relacionada con los procesos de estrés y ansiedad. De ahí que, para
estos trastornos, el tratamiento farmacológico por excelencia resulten ser
precisamente las benzodiacepinas.
Otra característica de la amígdala es que
facilita los procesos de consolidación de memorias cuando la información contenida
en esos recuerdos tiene una importante carga emocional.
Si pensamos en nuestros recuerdos más
recurrentes, no nos resultará muy difícil entender que, si durante tantos años,
de entre todos los momentos vividos, hemos elegido guardar esos recuerdos y no
otros, es porque en el momento de experimentarlos lo hicimos con mucha emoción.
Los días no se convierten en especiales
por lo que nos pasa en ellos, sino por cómo interpretamos nosotros lo que nos
ha pasado ese día. ¿Con quién estábamos, qué provocó nuestra dicha, qué nos
hizo tocar el cielo con las manos o qué nos destrozó por dentro sin remedio?. ¿Con
quién vimos esa película que hemos llegado a mitificar o en qué momento vital
nos encontrábamos cuando leímos aquel libro?.
Si nuestra memoria está ligada a las
emociones y si somos tan conscientes de que, al final de nuestra vida, lo único
que nos va a quedar son los recuerdos, ¿por qué no nos emocionamos más? ¿Por
qué no permitimos que nuestra amígdala fluya con más naturalidad, aumentando el
caudal de sus emociones, volviéndonos todos un poco más transparentes ante los
ojos de quienes nos miran?
Estrella Pisa
Psicóloga col. 13749
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