Luces Impostadas o Sombras Ignoradas
Con El mito de la Caverna Platón nos enseñó a
distinguir la realidad de lo que, tomado erróneamente por realidad, era sólo su
sombra. La vida no eran las figuras en movimiento que se proyectaban en las
paredes de las cuevas cuando la luz entraba por algún hueco, sino las personas,
los animales y las cosas cuya existencia provocaba aquellas sombras.
Aunque parezca asombroso, no suele coincidir
lo que sentimos que somos con la idea que los demás se forman de nosotros.
Aunque vean a la misma persona a la que nosotros nos enfrentamos cada mañana en
el espejo, rara vez serán capaces de formarse la misma idea que nosotros
tenemos de nosotros mismos. Porque los demás no saben lo que se nos está
pasando por la cabeza, no conocen nuestro bagaje y sólo distinguen la opacidad
de nuestra sombra.
Nos pasamos el año entero desafiando las
inclemencias de los días, inmersos en idas y venidas del trabajo a casa y de
casa a todas nuestras rutinas diarias e inaplazables. Deambulamos por las
calles como robots siguiendo una ruta programada, sin tiempo que perder, sin
permitirnos el respiro de mirar al cielo o disfrutar del verde o del ocre de
los árboles que aún habitan algunas plazas de nuestras ciudades. Les resultamos
anónimos a la mayoría de los rostros con los que nos cruzamos por la calle en la misma
proporción que ellos nos lo resultan a nosotros. Encasillados en nuestros
propios límites, somos incapaces de asomarnos a la caverna que hemos elegido
para vivir o creer que lo hacemos.
Pero algo cambia en ese escenario en los días
previos a la Navidad. Los árboles ya no son verdes ni ocres. Despojados de sus
últimas hojas, la mayoría lucen desnudos, pero colmados de adornos luminosos
que reclaman nuestra atención y nos obligan a bajar el ritmo de nuestros pasos.
Las noches se preñan de luces impostadas que proyectan sueños en las paredes de
nuestra singular caverna y nos acaban embriagando y arrastrándonos hacia el
exterior para que, por unos días, nos olvidemos de las sombras y creamos
firmemente que la única realidad tangible son esas luces artificiales y no las
sombras en las que se sumerge la realidad de mucha gente que no tiene un techo
bajo el que cobijarse y acaba dormitando en los bancos de algunas plazas o en
cajeros automáticos o en cualquier esquina de algún edificio que quede un poco
a reparo del viento, del frío y de la
lluvia.
¿Cuántos niños como aquél a quién llamaron
Jesús nacen cada día en circunstancias adversas en el mundo?
¿Por qué nos empeñamos en otorgarle más
derechos y más libertades a los muertos que a los vivos?
¿Por qué creer en una luz impostada, en un
decorado efímero y surrealista, y negar la existencia de la realidad que se
oculta tras las sombras de tantos brillos?
Una luz que nos permita ver una realidad más
extensa, menos sesgada y con muchos más matices. Esa luz no se consigue compitiendo
entre ciudades por ver cuál de ellas consigue encender más bombillas de leds,
sino tal vez luchando por que todo ese artificio se apague y atreviéndonos a
encender nuestras propias luces. Fomentando el acercamiento, la cooperación, el
entendimiento, los diálogos, los abrazos y los besos. Acostumbrándonos a estar
siempre cerca de quienes más nos pueden estar necesitando. Hacerlo sólo en Navidad es como realizar un
simulacro que nos demuestre que, en caso de emergencia, seguiremos siendo
capaces de estar juntos y de querernos un poco, aunque sea de mentira. Intentar
hacerlo todo el año es apostar por cambiar las cosas; es abrazar la creencia de
que otra realidad es posible y comprometernos firmemente con ella.
Estrella Pisa
Psicóloga col. 13749
És muy cierto. ,adoramos a un niño nacido supuestamente en un establo ,hace supuestamente 2000 años ,però tenemos niños de carne y hueso pasando frio y durmiendo en la calle, mientras no miramos ni al caminar
ResponderEliminarDesgraciadamente, la realidad es es tan insoportablemente cruel como la describes. Tenemos tantas baras de medir nuestros supuestos valores que no somos conscientes de que, muchas veces, acabamos haciendo justamente lo contrario de lo que predicamos con la boca pequeña.
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