Tapando Agujeros
Una de las muchas cosas que caracterizan
estos días navideños son los diferentes sorteos de lotería en los que la gente
participa esperando un golpe de suerte. Es curioso ver cómo son pocos los que
renuncian a gastarse un dinero que no les sobra precisamente en décimos o
participaciones que les brinden la oportunidad de poder vivir un tiempo algo
más desahogados. Y también son curiosas las respuestas que acostumbra a dar la
gente cuándo se le pregunta en qué invertiría el dinero si la fortuna se
encaprichase de sus números. Muchos se comprarían una casa o un coche, otros
harían un viaje exótico, pero la mayoría coinciden en que emplearían ese dinero
en tapar agujeros, los propios y los de los miembros de sus familias.
Resulta muy simbólico comparar los problemas para
llegar a fin de mes o para tener resueltos los asuntos cotidianos con agujeros que
dejan una parte de nuestra vida al descubierto y nos ponen en evidencia ante
los demás.
Pero también resulta significativa la poca
importancia que les damos a otros agujeros por los que hacemos aguas en la más
estricta intimidad y que no se pueden tapar con ese dinero caído del cielo que
tanto nos vislumbra para Navidad o para Reyes.
Por triste que nos resulte reconocerlo,
muchas veces vivimos obsesionados con aparecer perfectos de cara a la galería
en la que nos exponemos. Nos preocupa que los demás puedan detectar agujeros en
nuestros atuendos o en los escenarios con los que enmarcamos nuestras
existencias. Pero nos olvidamos de los agujeros internos que, día a día, nos
van minando por dentro, imparables. Les dejamos que nos duelan, que nos sangren,
que nos condicionen cada paso a dar y cada decisión a tomar. Simplemente porque
nos da miedo lo que pueda ocurrir si nos atrevemos a examinarlos de cerca y a
tratar de taparlos con el remedio más adecuado, prescindiendo de los socorridos
parches y apostando valientemente por una curación en toda regla.
Aunque cueste creerlo, hay personas que temen
aprender a vivir sin su problema. A veces el problema es un matrimonio en el
que la persona es infeliz. Otras veces son unos hijos que se resisten a
abandonar el nido habiendo pasado con creces de la edad en que lo hace la
mayoría. Pero, a veces, el problema es la triste y errónea convicción de que
uno no sirve para nada, de que va a ser incapaz de conseguir sus propósitos, de
que es más débil de lo que en realidad es o de que no va a ser capaz
delimitarse a cuidar de sí mismo, después de haberse pasado la vida cuidando de
los demás.
Mientras que hay personas que,
independientemente de cómo esté su economía, viven toda su vida como si no
hubiese un mañana, pensando sólo en satisfacer su propio ego y en no perderse
ni una de las experiencias que se les pongan a tiro, hay muchas otras que hacen
justamente lo contrario: olvidarse completamente de sí mismas para volcarse en
los demás. Estas personas, en muchas ocasiones, convierten su existencia en una
recopilación de agujeros ajenos que tratan de tapar a costa de agujerearse
ellas mismas. Tratando de hacer más amena la existencia de los demás, se
destrozan la suya y convierten sus días en una continua queja que no halla
consuelo en ninguna parte. Para cuando quieren darse cuenta de su error,
consideran que ya es demasiado tarde para tratar de cambiar, para atreverse a
pensar un poco más en sí mismas, en lo que de verdad les conviene y en lo
diferentes que serían sus rutinas si se dignasen a perder ese miedo a
experimentar la vida a través de los propios sentidos y no filtrada a través de
los sentidos de los demás.
La vida no puede explicarse en blancos o
negros. Afortunadamente, tenemos los matices y éstos hacen posibles los
acercamientos entre las distintas posturas, los entendimientos y el equilibrio
tan necesario para que la convivencia entre familias, entre vecinos y entre
pueblos no se nos antoje una misión imposible.
Cuando entendemos la ayuda a otros como un
sacrificio propio, nos determinamos a convertirnos en víctimas y el victimismo
acostumbra a no ser objetivo cuando analiza su propia realidad.
Cuando nos sentimos víctimas nos dirigimos a
nosotros mismos discursos erráticos que nos acaban condicionando a la hora de
relacionarnos con los demás. Los pensamientos que interiorizamos contribuyen a
hacernos sentir más seguros o más débiles, en función de cuál sea el mensaje
que nos autodirigimos.
Si hacemos balance de nuestra vida afirmando, por ejemplo. que renunciamos a cumplir nuestro sueño de estudiar magisterio porque nuestra
pareja nos propuso matrimonio y elegimos casarnos y formar una familia, ya
empezamos mal, porque elegimos el verbo renunciar
para explicar una etapa de nuestra vida. Si
uno siente que empieza algo en su vida renunciando a un sueño, algo dentro de sí mismo ya le está
advirtiendo de que, quizá, la decisión que está tomando no es la acertada, o
por lo menos no es acertada la actitud con la que está tomando esa decisión.
Lo mismo ocurre con aquellas personas que,
después de un divorcio o de la muerte de su pareja, deciden no buscar otro
compañero o compañera por el supuesto bien de sus hijos, o por volcarse en
atender las necesidades de sus padres. No se dan cuenta de que, con su manera
de enfocar su soledad, convierten en culpables de la misma a sus hijos o a sus
padres. Deberíamos concienciarnos de que nadie puede ser responsable de
nuestras propias decisiones. Los responsables únicos somos nosotros, que
decidimos una opción u otra.
La misma decisión, enfocada de una forma o de
otra, puede hacernos sentir muy dichosos o muy desgraciados. En la elección del
enfoque más adecuado tendrán mucho peso las palabras que seleccionemos para
expresar lo que sentimos. Optar por términos como renuncia, crisis, sacrificio o víctima nunca nos facilitará ningún
camino. En cambio, si nos decantamos por conceptos como “cambio de planes”, “oportunidad”, “reinvención” o “resiliencia”,
aunque estemos relatando la misma historia, la percepción que tendremos de
nuestra propia experiencia y la idea que se crearán de nosotros los demás será
mucho más constructiva y hará que todos nos sintamos mucho mejor.
Para tapar los agujeros que acumulamos en
nuestro interior no necesitamos que nos toque una lotería millonaria. Sólo precisamos
tomar conciencia de que los tenemos y de que nuestra vida se nos escapa por
cada uno de ellos. Después, podemos optar por lamentarnos de nuestra mala
suerte y esperar a que las cosas se arreglen solas o poner todos nuestros
sentidos en marcha y decidir que hay que ponerse manos a la obra y tapar todos
esos agujeros nos cueste lo que nos cueste.
Muchas personas que han superado situaciones
muy complicadas, cuando hablan de ello pasado un tiempo, coinciden en que lo
más difícil, siempre fue dar el primer paso. Pero, dado ese primer paso, ya no
hay vuelta atrás porque sólo es posible continuar hacia adelante.
Como cualquiera de los buenos propósitos que
nos hacemos con el comienzo de cada nuevo año, cuidarnos más por dentro y tapar nuestros agujeros emocionales es
un reto difícil, pero no imposible. Requiere de compromiso y de firmeza, como
cualquier otro hábito que nos propongamos adquirir. Los primeros 21 días serán
cruciales, pero una vez transcurridos, cada vez nos irá costando menos y, poco
a poco, nos iremos descubriendo más liberados, más flexibles, más a gusto con
nosotros mismos.
Estrella Pisa
Psicóloga col. 13749
Hola Estrella,
ResponderEliminarDespués de leerte, en ciertos temas sí estoy de acuerdo, pero en lo que respecta a ayudar , puede ser un efecto altruista para no volverse narcisista, conectar con la realidad de lo que es una vida de verdad. Me cuesta no verlo cómo algo factible. No digo que no sea cierto, algunas cosas pero supongo que vivimos en un mundo demasiado suggestionado de ideas que no se enfocan en el verdadero sentir de ser feliz. Suena raro, pero analizarse , en eso que nos causa dolor puede ser muy bueno, para tomar esa primera accion. Yo siempre digo que no sea por qué no se haya intentado y además, añado que ahora, hay muchísimo material con el que ser, precisamente dueños de uno mismo y de lo que a uno le sucede. Es difícil, no se se será después de 21 días, pero al menos, ponerse a la acción , siendo honesto. Nadie mejor que nosotros mismos puede saber qué nos ocurre o cómo sentimos pero otras veces, nos tienen que abrir los ojos de vuelta a esa realidad. Pero sí, hay que hacer un mantenimiento y adecuación cuando algo no es cómo queremos, siendo sinceros.
Muy buen post.
Muchas gracias por leerlo y por comentarlo, Keren.
EliminarCreo que no hay una receta mágica para sentirse mejor con uno mismo y que, de haberla, no le serviría a todo el mundo. Porque la felicidad es, ante todo, una cuestión de actitud. Dos personas pueden vivir dos realidades prácticamente iguales y sentirse una muy desdichada y la otra muy dichosa, dependiendo de cómo interprete cada una su situación.
Un fuerte abrazo.