Invirtiendo en Nosotros
El día a día nos atrapa en sus rutinas cual
insectos que sucumben enredados en una telaraña de la que, difícilmente,
conseguirán liberarse. Pero nos resistimos con todas nuestras fuerzas a ponérselo fácil
a la araña de turno y nos defendemos con los recursos de que disponemos para
evitar lo que a veces resulta inevitable. El tiempo no se para en nuestras
horas de descanso, persistiendo en su avance hacia la siguiente jornada de
trabajo, la próxima cita médica, el temido examen o la pesada carga que
sostenemos todos los días y nos impide soñar con más ligereza y con menos
miedos.
En ocasiones la vida, más que permitirnos
sentirla, parece que nos arrastra a padecerla. Porque nos cuesta hasta respirar
de tan estresados que nos conducimos por nuestros saturados días. Y cada día
nos engañamos creyendo que mañana será diferente, que aprenderemos a tomarnos
las cosas con más filosofía, que no les daremos tanto poder a aquellos que
parecen empeñados en amargarnos la existencia y que encontraremos tiempo para
dedicárnoslo a nosotros mismos y a quienes más queremos. Pero siempre nos acaba
pudiendo eso que ahora llaman procrastinación y que no es otra cosa que la
manía de dejarlo todo para mañana.
Podemos dejar para mañana esos platos sucios
en la pica o ese montón de ropa para doblar. Pero, ¿cómo osamos dejar nuestra
propia vida para mañana?
¿Cómo nos atrevemos a darle prioridad a la
preocupación por las cosas que aún no han pasado en detrimento de mantener una
conversación interesante con nuestra pareja o con ese amigo a quien hace tanto
que no vemos y cuyas palabras nos producen siempre tanta paz?
¿Cómo podemos darle más importancia a lo que
realmente podría esperar que a aquello que cada día se nos está escapando de
las manos?
Es evidente que no podemos pretender vivir
sin trabajar, sin estudiar, sin esforzarnos por ver cumplidos nuestros
objetivos, sean cuales sean. También es evidente que no podemos eludir nuestras
responsabilidades cotidianas con nuestra familia. Pero, si aprendemos a
organizarnos mejor, a diferenciar lo urgente de lo que puede esperar y lo necesario de lo superfluo, veinticuatro
horas puedan dar de sí mucho más de lo que pensamos.
Bastaría con que aprendiéramos a reservarnos
unos pocos minutos al día para escucharnos
a nosotros mismos, para preguntarnos cómo nos sentimos, qué tememos, qué
queremos.
Hay quienes rezan, otros meditan, algunos practican yoga o cualquiera
de sus formas derivadas. Mucha gente opta por pasear, por disfrutar de una
puesta de sol o de un mar en calma. Otra gente prefiere dedicar un tiempo diario
a leer, a pintar, a soñar despierta, a escribir lo que piensa o simplemente a
respirar hondo y convencerse de que vale más de lo que a veces cree y de que va
a conseguir cuanto se proponga.
No nos damos cuenta, pero a veces, lo que más
nos pesa no es la carga en sí, sino la actitud con la que decidimos pasearla o
arrastrarla. No afrontamos el día con la misma fuerza si lo abrimos
lamentándonos por nuestra mala suerte por tener que seguir trabajando o con la
ilusión por descubrir qué cosas nuevas aprenderemos ese día, qué personas
conoceremos y qué emociones despertarán en nosotros.
Nuestra visión de las mismas cosas puede dar
un giro de 180º si, en lugar de seguir entendiendo la vida como una condena,
empezamos a entenderla como una aventura en la que cada día puede depararnos
agradables sorpresas.
Apostemos por las cosas buenas y empecemos a
invertir en nosotros y en nuestro bienestar. Acostumbrémonos a decantarnos por
la calidad de vida en detrimento de la cantidad de cosas que podemos adquirir.
Las cosas se estropean y se acaban perdiendo. Las personas permanecemos y, con
nosotras, los conocimientos, los valores, las ideas y los sentimientos que nos
han despertado otras personas.
Cuidemos nuestra mente y nuestro cuerpo como
los tesoros más preciados que tenemos. Pero no lo hagamos quedándonos en la
superficie, en lo que lo que puedan ver los demás cuando nos asomamos a nuestra
particular galería. Cuidémonos por dentro, cultivando la salud, la calma, la
paz con nosotros mismos y con lo que sentimos y hacemos.
Por más que las distintas religiones nos
prometan otra vida mejor, nadie nos ha demostrado todavía que vayamos a tener
más oportunidades de vivir después de la que estamos desaprovechando. Vivamos,
pues, de forma responsable. Poniendo en ello los cinco sentidos y prescindiendo de los
pilotos automáticos. Para que no nos atrape la vejez con la sensación de que la
vida se nos ha pasado de largo y ya no estamos a tiempo de tomar otro tren para
alcanzarla.
Estrella Pisa
Psicóloga col. 13749
Y ademas de verdad,cuenta verdad en estas palabras ... ¡Buen post!
ResponderEliminarMuchas gracias. Me alegro de que te haya gustado.
EliminarUn fuerte abrazo.