¿Nacemos o Nos Hacemos?

Una pregunta que no hemos dejado de hacernos, aunque empleando diferentes palabras, desde que los humanos empezamos a filosofar en las ágoras griegas, en las academias de la Ilustración, en las tertulias que reunían a los de las generaciones del 98 o del 27, o en los foros de internet actuales.

¿Por qué nos gusta tanto filosofar a algunos humanos?

¿Por qué nos da tanto por pensar, por intrigar, por complicarnos la existencia dudando de lo que otros creen evidente y creyendo lo que otros consideran burdas quimeras?

Filosofar es pensar la vida,  es cuestionarse las versiones de la realidad que hay quienes dan por buenas sin molestarse en tratar de entenderlas siquiera, porque es la opción más cómoda y la que menos duele. Aceptar lo que ya han aceptado otros nos evita tener que preocuparnos de buscarle más pies al gato.

Decía René Descartes aquello de “Pienso, luego existo”. ¡Cuánto nos dio que pensar con la dichosa frasecita…! Pero tenía parte de razón, porque pensar es lo que nos hace sentir vivos. Buscar dentro de nosotros razones que nos convenzan mejor que las que nos ofrecen otros, porque ningún ser humano es exactamente igual a otro, ni le sirven los mismos razonamientos. Aunque desestimó la importancia del aprendizaje que se deriva de compartir nuestra filosofía con las filosofías de otros. Afortunadamente, no todo el mundo se deja llevar por los dictados de las mayorías ni por las razones políticamente correctas. Debatir con otras mentes inquietas nos despliega un amplio abanico de nuevas posibilidades en las que no habríamos reparado de mantenernos ensimismados en nuestras singulares dudas existenciales.

John Locke, en cambio, defendía que las personas nacemos como una tabula rasa en la que no hay nada escrito. A medida que vamos creciendo, acumulando conocimientos, asimilando conceptos y ampliando nuestros círculos sociales, nos vamos convirtiendo en las personas que acabamos siendo. En esta argumentación, Locke tampoco estaba exento de razón, pero no podía ni imaginar en el siglo XVII en el que vivió que un día descubriríamos el peso que los genes acaban teniendo en las personas que los heredan.


Ya Herodoto, en una de sus crónicas sobre el Antiguo Egipto, relataba el experimento que el faraón Psamético I realizó en el siglo V a. C. con el objetivo de averiguar cuál había sido la primera lengua de los humanos. Para llevar a cabo su cometido, entregó dos recién nacidos a un pastor a quien le ordenó que les tratase bien, pero que les mantuviese aislados de otros humanos y no les hablase jamás. El faraón tenía curiosidad por saber cuáles serían las primeras palabras que estos niños pronunciarían  estando privados de la estimulación de otras personas.

Un experimento cruel, inhumano y del todo antinatural, que hoy en día no dudaríamos en criminalizar y en castigar con penas de prisión. Pero en la época de los faraones, ¿quién se preocupaba por cuestiones éticas? ¿A quién le podían importar dos bebés? Si el faraón tenía un capricho se le daba y nadie osaba cuestionarle.

Psamético I suponía que llegaría un momento en que los niños se arrancarían a hablar en una lengua que emanaría de ellos de forma innata, como por arte de magia. Esperaba que esta lengua fuese la egipcia, prueba que le ayudaría a demostrar su teoría de que los egipcios constituían la raza humana original.

Según cuenta Herodoto, el pastor llegó un día para ocuparse de los niños, que ya no balbuceaban, y tendiéndole éstos las manos, le hablaron. Sólo pronunciaron una palabra que él jamás había oído antes: “Bekos”.

No saliendo de su asombro, el pastor fue a ver al faraón, quién a su vez encargó que se investigara  por todo el país el origen de tan extraña palabra. Descubrieron entonces que “bekos”  significaba pan en la lengua de los frigios. El faraón proclamó entonces que los egipcios eran con seguridad la segunda raza más antigua del mundo, dado que los frigios (habitantes de la región de la antigua Anatolia, en la actual Turquía) debían haber sido los primeros.

Ningún investigador actual creería en la existencia de una lengua determinada inscrita en nuestras neuronas, aunque sí hay quienes creen que los principios del lenguaje son innatos y no aprendidos.

Cuando tratamos cuestiones como ésta, siempre resulta complicado no acabar perdiéndonos por las ramas al tratar de posicionarnos en un extremo o en el contrario, como en el dilema de ¿Quién fue primero: la gallina o el huevo?

¿Por qué no aceptar que pudieron coexistir los dos?

¿Por qué no aceptar que nacemos como seres humanos en potencia, capacitados para desarrollar un talento determinado para ciertas cosas, pero que también nos hacemos un poco cada día que existimos, gracias a la estimulación impagable de todo cuanto nos rodea y de quienes nos acompañan?

Una semilla contiene el potencial para desarrollar la planta que brotará de ella, pero si la naturaleza o la mano del hombre no se ocupan de procurarle la tierra en cuyas entrañas deberá desplegarse, el agua y el abono que la habrán de alimentar y la luz que le permitirá realizar la fotosíntesis, nunca dejará de ser una simple semilla que se consumirá en su propia vaina.

Del mismo modo, también puede ocurrir que tengamos la mejor tierra para plantar, el agua más pura, el abono más rico en nutrientes y el sol más generoso. Ingredientes óptimos para asegurarnos el éxito en nuestros cultivos. Pero si no tenemos semillas, será imposible que podamos llegar a conseguir planta alguna. 

Como las semillas, las personas necesitamos de nuestro entorno y de sus estímulos para desarrollarnos de forma óptima. Aislándonos sólo conseguimos paralizarnos y enrarecer el reducido ambiente en el que nos movemos. 

Por eso es tan importante fomentar el juego físico en los niños. La relación directa con los otros es fundamental para aprender a compartir, a debatir, a entender otros puntos de vista y otros credos distintos que les permitirán crearse una idea más completa del mundo multicultural en el que hoy existimos.

Pero no es menos importante que les enseñemos a amar los libros, a buscar en ellos todas las respuestas que no encuentran en sus entornos más cercanos. Hay una frase que se repite mucho por las redes sociales y que deberíamos grabarnos a fuego: “Un niño que lee, será un adulto que piense”.

Las personas que piensan por sí mismas, siempre se sentirán más libres, aunque vivan encadenadas a sus singulares realidades. 

Los niños pequeños a quienes se les lee habitualmente acaban desarrollando vocabularios más extensos. Conocer y utilizar un lenguaje más rico, implica también saberse dotado de más recursos a la hora de enfrentarse a un problema.

Nacemos con una herencia determinada que nos predispone a demostrar un determinado carácter, unos rasgos físicos concretos y unas habilidades específicas para desarrollar ciertas destrezas. Pero necesitamos de los otros para seguir haciéndonos día a día. Todo lo que comemos, lo que oímos, lo que leemos, lo que aprendemos de nuestros maestros y de las experiencias que superamos; todo lo que sentimos hacia los otros, lo que notamos que sienten esos otros por nosotros, lo que recordamos, lo que preferimos olvidar, lo que nos duele en el alma y lo que nos hace dichosos. La suma y la interacción de todo eso es lo que somos en realidad. No podemos entendernos hoy sin aceptar lo que fuimos ayer, ni lo que seremos mañana. Igual que la planta no puede entenderse sin la semilla que la originó, ni tampoco sin los frutos en los que acabarán convirtiéndose sus flores.



Estrella Pisa                                                                     
Psicóloga col. 13749


Bibliografía consultada:
Psicolingüística- Jean Berko Gleason y Nan Bernstein Ratner- Editorial McGraw Hill - 2000

Comentarios

  1. El caso es que nos asusta más lo que nos podría pasar que lo que estamos viviendo. Cuando pasamos la etapa mala y volvemos a lo bueno, se nos olvida lo malo por la pletoría y es ahí cuando se filosofa creyéndonos con la verdad o las armas de decidir. Qué está bien o mal, cómo debemos actuar, cómo es la vida. Son situaciones y acciones que no nos pertenecen pues la vida es cambiante. Pensar y luego existir es algo que deberíamos pero que muchos lo pasamos por alto, creyendo controlar la versión feliz. Yo digo que ni por viejo te asegures (...)

    Un saludo!! Me ha gustado mucho. abrazos!!

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    Respuestas
    1. Hola Keren,

      Me encanta eso que dices de "ni por viejo te asegures". Siempre es mejor mantenerse alerta y estar dispuestos a empaparnos de todo lo nuevo, fluyendo con los cambios, rectificando las creencias erróneas, reseteándonos como los ordenadores.

      Muchas gracias por leer y comentar.
      Un fuerte abrazo.

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