Histeria y Consumo Desmedido

En condiciones normales, son muchas las personas que acostumbran a realizar sus compras una vez a la semana o una vez cada quince días porque sus ocupaciones diarias no les permiten disponer de tiempo para realizar una compra diaria.  Eso significa que se aprovisionan en sus casas de alimentos para poder tener sus necesidades  perfectamente cubiertas durante esa semana o esos quince días.

Quince días es el mismo tiempo que se está decretando para que muchas personas se confinen en sus casas y eviten salir de ellas si no es por un motivo estrictamente necesario, para tratar de que el Covid 19 no se propague más de lo que ya lo está haciendo.

Si en condiciones normales somos capaces de sobrevivir quince días sin ir a la compra, ¿por qué nos alarmamos tanto de repente? ¿Por qué hacemos cola en la puerta de los supermercados desde mucho antes de su hora de apertura para disponernos a arrasar con todo lo que haya expuesto en las estanterías como si tuviésemos que hacer reserva de comida para aguantar un año encerrados en un búnker?

¿Nos hemos vuelto todos locos?


¿Por qué comprar compulsivamente tanto papel higiénico, tantos sacos de patatas o naranjas que se nos van a pudrir antes de que lleguemos a consumirlas, o tantos botellines de alcohol que no vamos a gastar ni en años?

Si nos están diciendo que los establecimientos de venta de alimentación y las farmacias se van a mantener abiertos, ¿qué necesidad tenemos de saquearlos de esta manera tan absurda y desquiciada?

Por un lado, tememos miedo de contagiarnos o contagiar a los demás. Pero, por otro, no dudamos en confinarnos en un supermercado que está al límite de su capacidad de clientes, chocarnos con todo el mundo para poder llegar a las estanterías en las que están los productos que deseamos comprar y aguantar estoicamente más de una hora de cola para poder pagar en la caja?

¿De qué nos servirá que la empresa en la que trabajamos nos confine en casa durante quince días, si después nos concentramos como sardinas enlatadas en el supermercado para comprar lo que no necesitamos, sólo por el pánico a no encontrarlo en los próximos días?

¿De qué les servirá a muchas empresas que han decidido enviar a su personal a casa para que teletrabajen y eviten así contagiarse y contagiar a otros, o simplemente para aislarlos durante quince días,  si estos trabajadores optan por desplazarse a su segunda residencia para tomarse unas vacaciones inesperadas? ¿Acaso estos desplazamientos, que deberían prohibirse, no contribuyen aún más a propagar el virus?

Como en tantas otras situaciones, muchas veces nos pierden la falta de sentido común y la ignorancia. Nos creemos cualquier cosa que diga algún iluminado, sólo por el hecho de que haya salido por la tele. Como si, en estas lides, cualquiera pudiese acreditarse como un gran experto.

No tenemos ni idea del alcance que puede tener toda esta historia del Covid 19. Basta ver cómo se desploma el mercado bursátil día tras día y la cantidad de personas que se han quedado sin trabajo por las cancelaciones que se han dado en hoteles, vuelos, cruceros, trenes de larga distancia o viajes del Imserso, a las que ahora habremos de sumar las que perderán su empleo por las medidas que se han aprobado esta misma noche y que afectan al cierre de restaurantes, cafeterías, centros comerciales, teatros, etc. Ya no hablemos de los padres que lo van a tener tremendamente difícil para seguir acudiendo a sus trabajos, si han de seguir haciéndolo, y no tienen con quién dejar a sus hijos, que se han quedado sin colegio o sin guardería. No todo el mundo puede acogerse a la medida del teletrabajo.

Mención especial merecen también los abuelos, que son las personas más vulnerables en esta crisis. Los padres que pueden contar con ellos para que se ocupen de sus hijos están de suerte, pero por otro lado,  están exponiendo a los abuelos sin remedio. Por evitar contagiar a los niños, que seguramente tienen muchas más defensas a la hora de lidiar con el virus, ¿hemos de poner en riesgo a sus abuelos?

Y, ¿qué podemos decir del personal sanitario? También son padres e hijos y están poniéndose en riesgo a todas horas, desbordados ante un número de afectados y posibles afectados que está creciendo exponencialmente.

Ante tamaña situación de caos y desconcierto, lo último que deberíamos hacer es dejarnos arrastrar por la histeria colectiva. La situación es realmente muy grave y hemos sido declarados en estado de alarma, pero eso no justifica que todos, de repente, perdamos los nervios y nos pongamos en el peor de los escenarios.

Cuando nos dejamos invadir por el pánico nuestras reacciones son de lo más inoportunas y desmedidas. Perdemos el sentido global de la realidad y nos focalizamos de forma enfermiza sólo en una parte de ella. Pero, huyendo del peligro, podemos acabar provocando un peligro mayor.

En casos como éste, tendemos a preocuparnos por no resultar contagiados, pero no nos preocupamos tanto de la posibilidad de ser nosotros los que acabemos contagiando a otros, porque no tenemos síntomas y nos creemos inmunes.

Los virus, por peligrosos que resulten, no afectan a todas las personas por igual. Mientras alguien que se haya infectado por el Covid 19 puede presentar fiebre alta, tos seca y dificultad respiratoria, podemos encontrar otra persona que también esté infectada por el virus y sólo tenga síntomas leves o no tenga síntomas en absoluto. Todo va a depender del historial médico de cada uno, de sus enfermedades previas o de la ausencia de ellas y, lo más importante, de la fortaleza o la debilidad de su sistema inmunitario.

Por ello es imprescindible que nos concienciemos de la importancia de proteger de posibles contagios a nuestros mayores y a las personas que sepamos que tienen una salud más delicada.

En nuestra vecina Italia, el personal sanitario está tan colapsado que se ven en la terrible tesitura de tener que elegir a quienes salvan y a quienes dejan morir, por falta de medios materiales y humanos. Ojalá aquí no tengamos que llegar a tales extremos, pero todo va a depender de la conciencia de cada uno, de que seamos capaces o no de mentalizarnos de la gravedad de la situación en la que estamos inmersos y de ese sentido común que, por desgracia, tantas veces resulta ser el menos común de los sentidos.


Estrella Pisa
Psicóloga col. 13749


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