Momentos Críticos y Oportunismo

Hasta hace dos semanas, todos llevábamos lo que podríamos definir como una vida normal, aunque realmente no lo fuese. Es lo que tiene sucumbir a las costumbres y a las rutinas: a base de repetir el mismo itinerario de acciones todos los días acabamos convenciéndonos de que lo que hacemos es lo mismo que hace todo el mundo. Si lo hace todo el mundo, es porque debe de ser lo normal, lo que se espera de todos nosotros.

Siguiendo este razonamiento lógico, era fácil soportar los caprichos de la burocracia, los recortes en educación, en sanidad, en dependencia y en tantos otros derechos que, a base de aguantar tantos pisotones, un día llegamos a creer que ya no merecíamos.

Pero, de repente, se declara el estado de alarma y nos confinamos en casa o vemos restringidos nuestros movimientos para tratar de evitar el contagio masivo por el SARS-CoV-2.

Encerrarse en casa durante tantos días, siendo testigo a cada hora de la cantidad de personas que se infectan por el virus y de las que mueren por su causa, da mucho para pensar y para cuestionar esa falsa normalidad en la que vivíamos hasta hace dos semanas.

Uno de los principales problemas que nos encontramos ahora es la falta de material sanitario y la imposibilidad de adquirirlo en nuestro país, porque no contamos con industrias que lo fabriquen.

Imagen de Pixabay

Aunque nos duela reconocerlo, España se ha convertido en un parque temático de franquicias de comida rápida y de ropa de usar y tirar.

Un país en el que no dejamos de formar médicos para después invitarlos a buscarse el futuro fuera de nuestras fronteras, porque sólo somos capaces de ofrecerles sueldos de miseria a cambio de jornadas maratonianas.

Ante una situación de emergencia como la que nos atrapa a todos ahora, no dudamos en pedirles a nuestros médicos  y enfermeros/as jubilados/as que se reincorporen al trabajo, en primera línea de fuego, para lidiar con una pandemia que les puede costar la vida, porque no les podemos ofrecer ni los equipos más básicos de protección individual.

Por un lado, las autoridades que están simulando que gestionan esta crisis nos piden al grueso de la población que nos quedemos en casa, arriesgando nuestros puestos de trabajo y nuestra economía, por el bien de todos, por evitar que mueran más personas, sobre todo las de mayor edad, que son las más vulnerables. Pero, por otra parte, no dudan en poner en riesgo a los sanitarios jubilados. 

Si la tercera edad es un factor de vulnerabilidad en una persona que haya trabajado como albañil, o como operaria, o como comerciante, también lo será igualmente en aquél o aquella que se hayan dedicado a la medicina. 

En momentos de crisis, parece que cualquier opción puede ser buena, porque todo suma. Pero, cuando toda esta situación se estabilice y logremos despertar de este mal sueño, tendremos que hacer un ejercicio de autocrítica, replanteándonos demasiadas cosas y exigiendo muchas responsabilidades a aquellos que se llenan la boca alabando las excelencias de una patria que, como todos lo estamos viendo todos estos días, no son tales.

Desde que España, a principios de la década de los ochenta del siglo pasado, decidió subirse al tren del Mercado Común Europeo que nos acabaría conduciendo a todos hacia esta realidad globalizada y desnaturalizada, empezó a instaurarse una reconversión industrial que acabaría cambiando por completo el mapa de actividad de nuestro país.

En nombre del supuesto progreso, nuestras condiciones fiscales, nuestra asfixiante burocracia y la competencia incomprensible de otros mercados como el chino que ofrecían sus productos a precios irrisorios, obligaron a muchas industrias locales a echar el cierre hasta el punto de que apenas quedan fábricas textiles  ni de muchos otros productos manufacturados en nuestro país. Por el contrario, otros empresarios vieron la oportunidad de hacerse de oro cambiando de país sus plantas de producción. Grandes marcas de ropa con franquicias en toda España tienen sus talleres de confección en países como Marruecos, China, Tailandia o lndia. Porque allí los impuestos que pagan por su actividad son muy inferiores a los que pagarían en nuestro país y los salarios que pagan a sus empleados no tienen nada que ver con los que pagarían aquí, que deberían estar sujetos a los convenios vigentes.  

El panorama actual es desolador. Nos hemos convertido en un país totalmente dependiente de otros países a la hora de proveerse de lo más elemental. La mayoría de nuestros negocios tienen que ver con la restauración, el ocio y la externalización de servicios. Somos el país de las subcontratas, de la precariedad, de pasarnos por el forro los derechos y la dignidad de demasiada gente.

Muchos de los productos que consumimos vienen de China, el gigante de las falsificaciones y el magnate del plástico. Un país cuyos ciudadanos se ven obligados a usar mascarillas todos los días para protegerse de unos niveles de contaminación insostenibles y casi incompatibles con la vida. Y en esta crisis del coronavirus, China nos tiene en sus manos, a nosotros y podríamos decir que también al resto del mundo, pues nadie sabe dónde encontrar mascarillas, respiradores y el resto de material médico que necesitan nuestros sanitarios para luchar contra los estragos de esta epidemia.

Cuando alguien se sabe el único poseedor de algo que necesitan todos los demás, es lógico que opte por vendérselo al mejor postor, a quien le pague más. Es la ley de la oferta y la demanda, en la que nos toca entrar como corderitos, porque no podemos dejar de comprar ese material al precio que sea, aunque luego resulte que no valga para nada, como ha ocurrido los pasados días al comprobar la ineficacia de los tests que han llegado de China y han tenido que ser devueltos.

Esta crisis tendrá unas consecuencias económicas que arrastraremos todos durante años, pero lo más triste es que cada día que pasa mueran un montón de personas y tantas otras sean hospitalizadas por la ineficacia y la incompetencia de una clase política que está muy por debajo de la calidad humana que está demostrando el conjunto de la ciudadanía.

¿Necesitamos mantener a tantos políticos, con tantos sueldos desorbitados, para que, a la hora de la verdad, no sean capaces de dar la talla?

¿Necesitamos tantos burócratas en un país cuya ciudadanía ha sido capaz de reinventarse estos días y adaptarse a teletrabajar como si lo hubiese hecho toda la vida, y a agudizar el ingenio imprimiendo ese material médico del que somos tan deficitarios con impresoras 3D que, seguramente, se idearon para otros propósitos?

¿De verdad tienen que ser los políticos quiénes tomen el mando en situaciones que se les escapan de las manos?

Nos estamos jugando demasiado para confiarles nuestro presente y nuestro futuro a personas tan poco preparadas para asumir ese tipo de responsabilidad.

Mientras el país va a la deriva, sangrando muertes y despidos a diario, nuestros políticos sólo se dedican a hacer lo mismo de siempre: insultarse, reprocharse cosas unos a otros, deslegitimarse mutuamente y publicar el resultado de las encuestas del CIS en intención de voto. Lo único que les preocupa es que la ciudadanía les siga votando, para poder seguir corrumpiéndolo todo.

Siempre nos han dicho que tenemos el mejor sistema sanitario del mundo. Visto lo visto, ¿hemos de seguir creyéndoles?

Que tenemos un personal sanitario de bandera nadie lo pone en duda. Pero el sistema sanitario español dista mucho de ser el mejor del mundo.

Podría serlo si prescindiéramos de la mitad de nuestros políticos e invirtiésemos el coste de sus elevadas nóminas en la contratación de más médicos y personal de enfermería y les pagásemos a todos los salarios que merecen. 

Podría serlo si no se politizaran las gerencias de los hospitales, ni se permitiesen los sobres en B y los privilegios a cambio de votos que se traducen en reducciones de plantilla, externalización de servicios o cierre de plantas de hospitales durante determinados meses al año para reducir costes que, a su vez, se traducen en incrementos en las listas de espera y en muertes que podrían evitarse de haberse actuado antes.
Podría serlo si todos médicos que han finalizado su residencia y todos los enfermeros o enfermeras que se gradúan cada año en España pudiesen optar a una plaza justa en cualquier hospital de nuestro país que les garantizase un futuro acorde con el enorme esfuerzo que ya han realizado durante su largo período de formación.

Un país que invierte tanto dinero que sale de los impuestos que pagamos todos en la formación de personal tan cualificado no debería permitir que sus médicos y sus enfermeros/as acaben trabajando en hospitales del Reino Unido o de Alemania. Lo mismo le ha ocurrido siempre con sus científicos que, a día de hoy, siguen costeando buena parte de sus investigaciones gracias a donaciones de empresas y particulares.

Mientras en España sigamos considerando mejor a un político o a un futbolista que a un médico o a un científico seremos un país sin principios y sin sentido de la vergüenza.

Si estos días de confinamiento de la población estamos sobreviviendo en nuestras casas es gracias a que las cadenas de alimentación y las farmacias no se han detenido y podemos seguir abasteciéndonos de alimentos y de medicamentos.

Pero no pensamos en que nuestra alimentación también puede llegar a verse comprometida, no en esta crisis, pero sí en crisis futuras, si consentimos que quienes nos gobiernan sigan presionando fiscalmente con sus políticas injustas a los agricultores, ganaderos y pescadores hasta que se vean en la tesitura de no poder competir con los precios de los productos que vienen de fuera y se vean obligados a cesar su actividad.

Si, de repente, los productores de nuestros alimentos dejan de plantar, de recolectar, de engordar ganado en sus granjas o de recoger los huevos de sus gallinas, ¿de qué nos servirán las grandes superficies en las que acostumbramos a comprar si nadie les proveerá a ellos de los productos que necesitamos?

¿Qué soluciones nos daría el gobierno entonces? ¿Haría pedidos de ingentes cantidades de alimentos a China o a cualquier otro país emergente para tratar de evitar que nos muramos de hambre? ¿A qué precio nos venderían entonces toda esa comida?

En todas las crisis, no faltan quienes encuentran una buenísima oportunidad para hacerse más ricos. El mercado bursátil está lleno de ejemplos de inversores que, en momentos críticos, aprovechan para comprar acciones que han bajado muchísimo o para operar con futuros apostando a la baja, que les acaban reportando unos beneficios de muchos ceros.

Basta que algo escasee para que su precio se multiplique por varias veces su valor. Lo estamos viendo estos últimos días con las funerarias, que parecen estar viviendo su agosto. ¿Quién se resiste a pagar lo que le pidan por enterrar o incinerar a su ser querido? En momentos de tanto dolor, solemos pagar lo que nos piden, aunque consideremos que sea un precio abusivo. Pero, afortunadamente, hay personas que se atreven a denunciar estas malas prácticas y ojalá, gracias a sus denuncias, se cree una jurisprudencia que sirva para evitar que estas empresas se crean con impunidad para lucharse indignamente.

Tampoco faltan las empresas que, en estos días tan inciertos, aprovechen esta crisis para deshacerse de los trabajadores que consideran oportuno o para exigirles que sean más flexibles, que trabajen más por menos.
En un escenario como el que se empezó a dibujar hace apenas dos semanas, las cifras de desempleados y de afectados por un ERTE se han disparado de forma exponencial, a un ritmo que ya supera el de los contagios por el SARS-CoV-2.

¿Por cuánto tiempo podrá aguantar nuestro sistema tamaño gasto público?

¿Cuántos autónomos y empresarios no tendrán que acabar cesando su actividad o cerrando definitivamente sus empresas?

¿Salvará el gobierno español a alguno de ellos, igual que en su día decidió salvar a los bancos?

Si cierran empresas y los trabajadores no tienen dónde trabajar, ¿quién pagará impuestos en este país? ¿Quién subvencionará la sanidad, la educación, las pensiones, las prestaciones por desempleo o tantos otros servicios públicos? ¿Quién pagará las nóminas de los funcionarios, las de los políticos, las de la familia real?

Quizá, hasta que no vean peligrar esas últimas nóminas, nuestros gobernantes no sean plenamente conscientes de la naturaleza real de la amenaza a la que nos estamos enfrentando. Hemos de esperar que no tarden mucho más en darse cuenta de ello y que aún estemos a tiempo de evitar males aún mayores.



Estrella Pisa      
Psicóloga col. 13749


Comentarios

  1. Vergüenza de país ,vergüenza de gestión de gobierno y lástima de proyectos sanitários que nunca se llevan a término

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  2. Por desgracia, esta realidad no afecta sólo a España. Muchos otros países están padeciendo la misma precariedad por el poder que le hemos dado a los mercados en detrimento de los derechos de los ciudadanos.

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  3. Todo el país tenemos que seguir la inconsciència ,el egocentrismo e imbecilidad de Sánchez ? Con lo que ha habido ? con tanta mortandad ?

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    1. El problema no es sólo Sánchez ni cualquier otro líder político. El verdadero problema es mucho más profundo y sus raíces nos están asfixiando a todos. Sánchez sólo es la diana perfecta de turno hacia la que lanzar los dardos envenenados de la oposición y las críticas de toda una población asqueada, cansada y desquiciada por la forma en que se ha gestionado y se sigue gestionando toda esta crisis. Francamente, no me gustaría estar en su lugar en este momento. Sánchez nunca ha sido santo de mi devoción. De hecho, ninguno de los presidentes del gobierno que hemos tenido en España desde el inicio de la democracia lo ha sido. Pero tampoco tenemos que colgarle todas las culpas a él porque, si estuviese gobernado otro, estoy convencida de que habría cometido los mismos errores y él, desde la oposición, les habría lanzado los mismos dardos envenenados. Es lo que tiene España: que todos sabemos criticar a los demás, pero cuando somos nosotros los que estamos en el punto de mira, demasiadas veces acabamos pecando de no saber estar a la altura de lo que los demás esperan de nosotros.

      Un abrazo.

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